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Gibraltar, semana tercera; España sigue perdiendo…
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Javier Caraballo

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Gibraltar, semana tercera; España sigue perdiendo…

Vamos perdiendo, sí, vamos perdiendo. Aunque si lo prefieren, lo conjugamos con más distancia, sin utilizar la primera persona del plural, que ya constatamos aquí que

Vamos perdiendo, sí, vamos perdiendo. Aunque si lo prefieren, lo conjugamos con más distancia, sin utilizar la primera persona del plural, que ya constatamos aquí que en España no existe posibilidad alguna de hablar de Gibraltar sin que nos desborden los complejos. La cuestión es que España va perdiendo en el conflicto. Han pasado ya tres semanas desde que comenzó la escalada de tensión en torno a Gibraltar y es evidente que, una vez más, como ha sucedido en tantas ocasiones, la combinación de la flema británica con la burla gibraltareña están logrando que la imagen internacional de este conflicto sea la peor para España. Lo que comenzó siendo una agresión de Gibraltar a los pescadores españoles se ha transformado ya en una reacción anacrónica y desproporcionada de España para asfixiar al pueblo gibraltareño.

Vamos perdiendo, es evidente, vamos perdiendo, y eso es lo primero que tendría que intentar explicar el Gobierno de la nación, el Ministerio de Asuntos Exteriores, que cómo ha sido posible esta transformación de víctimas a verdugos, de agredidos a agresores. Gibraltar, semana tercera, y España es la que aparece en los organismos internacionales como la autora de un conflicto fronterizo con la colonia británica. Si echamos la vista hacia atrás, da vértigo contemplar en el punto en el que nos encontramos.

Vamos perdiendo, es evidente, vamos perdiendo, y eso es lo primero que tendría que intentar explicar el Gobierno de la nación, el Ministerio de Asuntos Exteriores, que cómo ha sido posible esta transformación de víctimas a verdugos, de agredidos a agresores

Sólo han pasado tres semanas desde que se inició todo, cuando comenzaron a arrojarse bloques de hormigón al mar, pero los primeros conatos, que apenas trascendieron, tuvieron lugar casi un mes antes, a principios de julio. En la traslación que se hizo en España de aquel incidente, lo ocurrido a las nueve de la mañana del 8 de julio en las aguas de la Bahía de Algeciras no pasó de ser un ‘roce’ más entre los pescadores algecireños y la Policía gibraltareña. Esto también es muy habitual entre nosotros: como son tantos los conflictos en la zona, no se les prestan atención. Pero habría que ponerse en la piel de los pescadores que estaban faenando aquella mañana cuando cuatro patrulleras de la Policía de Gibraltar comenzaron a hacer pasadas a gran velocidad alrededor de sus barcos. Divina Providencia y Anita Fernández se llamaban los pesqueros. Las crónicas de aquel día resaltan que la llegada de la Guardia Civil, previsiblemente alertada por los pescadores, fue la que evitó que se hundiera alguno de los pesqueros.

Este incidente, que como queda dicho apenas trascendió en España, extrañó a los pescadores porque en los dos últimos años no se habían producido encontronazos de esta naturaleza; parecía que, al fin, las autoridades gibraltareñas iban a dejar en paz a los pescadores españoles… Pero no. “No lo entiendo”, exclamó entonces Leoncio Fernández, de la Cofradía de Pescadores de La Línea. Y después de repasar los meses transcurridos de aparente calma, sin acoso de las patrulleras gibraltareñas, se aventuró a exponer una interpretación de lo que acababa de suceder: “Quizá Gibraltar quiere generar un clima de tensión con España”. Si en el Ministerio de Exteriores español hubieran tenido la misma perspicacia que este pescador, quizá se hubieran podido anticipar al conflicto mayor, este en el que nos encontramos ahora con la opinión internacional, sobre todo la europea, girando progresivamente en contra de ‘los abusos’ de España.

Porque lo que ocurrió después es que, en efecto, la provocación de Gibraltar fue en ascenso hasta que, en la primera semana de agosto, comenzaron a lanzar grandes bloques de hormigón al mar para construir -dicen- un arrecife artificial “al igual que los que ha construido España en otros puntos de la costa, como en La Línea de la Concepción”. Otras versiones apuntan, sin embargo, que el interés de Gibraltar no es medioambiental, sino territorial, para seguir ganando metros para la colonia. Sea una versión u otra, a efectos del problema da igual porque Gibraltar, sencillamente, no tiene aguas territoriales, con lo que la acción de arrojar bloques al mar no puede interpretarse de otra forma que una extralimitación gibraltareña. Lo que no se entiende es que, estando tan claro el origen del conflicto, el Gobierno español camufle desde el primer día sus reacciones, con versiones delirantes.

Cuando en Londres se convoca al embajador español, Federico Trillo, la explicación que se ofrece en el Foreign Office es que “los controles [en la Verja] se deben a que se ha detectado un llamativo aumento de la llegada de tabaco a España que presuntamente tiene su punto de entrada por la frontera con Gibraltar y que esos controles son los habituales en estos casos”. ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene no decir la verdad y reclamar una reposición inmediata del daño producido? En el Reino Unido, desde el primer día, lo han tenido muy claro: convocan al embajador español, piden a las autoridades europeas que envíen observadores a la frontera de España (¡de España!) para que se informe de los controles y han solicitado ya que se prohíba cualquier canon o tasa para entrar en Gibraltar, como ha anunciado el Gobierno español. De cómo se inició todo, de qué ha ocurrido en realidad, ya nadie se acuerda. Por eso, el primer ministro de Gibraltar, tan ufano, se pavonea diciendo que “antes se congelaría el infierno” que retirar los bloques de hormigón que arrojó a las aguas españolas. Definitivamente: Gibraltar, semana tercera del conflicto. España sigue perdiendo.

Vamos perdiendo, sí, vamos perdiendo. Aunque si lo prefieren, lo conjugamos con más distancia, sin utilizar la primera persona del plural, que ya constatamos aquí que en España no existe posibilidad alguna de hablar de Gibraltar sin que nos desborden los complejos. La cuestión es que España va perdiendo en el conflicto. Han pasado ya tres semanas desde que comenzó la escalada de tensión en torno a Gibraltar y es evidente que, una vez más, como ha sucedido en tantas ocasiones, la combinación de la flema británica con la burla gibraltareña están logrando que la imagen internacional de este conflicto sea la peor para España. Lo que comenzó siendo una agresión de Gibraltar a los pescadores españoles se ha transformado ya en una reacción anacrónica y desproporcionada de España para asfixiar al pueblo gibraltareño.

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