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El dedazo de Rajoy
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Javier Caraballo

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El dedazo de Rajoy

El dedo se posó. Bajó desde Génova hasta el despacho del Ministerio y los ujieres le abrieron la puerta con una reverencia; nadie mejor que los

El dedo se posó. Bajó desde Génova hasta el despacho del Ministerio y los ujieres le abrieron la puerta con una reverencia; nadie mejor que ellos conocen el protocolo del poder y saben perfectamente que cuando un dedo se presenta siempre lo hace sin llamar antes, sin avisar siquiera, porque esas son sus formas. Un dedo siempre pasa, punto. Siempre tiene prioridad. No hay más debate. Y eso ocurrió cuando el dedo llegó hasta el despacho de Miguel Arias Cañete, que recorrió el pasillo y se posó en la cabeza del ministro. Desde ese instante, ya era el candidato del Partido Popular al Parlamento Europeo. Fin de la historia. Porque igual que los ujieres saben bien que a un dedo siempre se le abre la puerta, no hace falta ser ministro para saber que, si uno quiere sobrevivir en política, nunca debe desobedecer los designios que marca un dedo. Se acepta y punto.

Ni siquiera ha hecho falta que alguien escriba un tratado para saber que el “dedo y el poder” es una de las convenciones más antiguas del arte de la política. Sencillamente, es la demostración más palpable de que alguien tiene poder; una especie de herencia psicológica que debemos arrastrar desde antiguo. “El dedo índice o dedo de Júpiter es el dedo de la autoridad, el dominio, dotes de mando, ambiciones, capacidad de proyección de la imagen. El índice nos habla de los impulsos, aspiraciones, tendencias, carácter, ambición, idea de poder”, se dice en los manuales de Quiromancia. Y no les falta razón, porque en política no es posible concebir un liderazgo sin que, previamente, el líder en cuestión haya demostrado el poder de su dedo índice.

Es evidente que en todo este proceso de elección del candidato del PP al Parlamento Europeo ha habido una deliberada exhibición del poder de Rajoy para designar como candidato a la persona que él decidiera y en el momento que él quisiera

Lo curioso del caso de Rajoy es que, ciertamente, tratándose como se trata de algo generalizado en política, parece como si en España no existiera otro dedo más que el suyo. El ‘dedazo de Rajoy’. Es, desde luego, una distorsión de la realidad pero, sin embargo, tiene explicación interna del propio liderazgo de Mariano Rajoy en el Partido Popular. Dicho de otra forma, que si Rajoy aparece hoy ante los ciudadanos como el ‘dedo divino’ es porque el propio líder de los populares lo ha buscado así. Una especie de signo de reafirmación, digamos.

Pero luego vamos a eso. Antes la constatación anterior: por mucho que los partidos políticos, al menos los tradicionales, proclamen la necesidad de abrir sus estructuras a la sociedad, cada proceso electoral se convierte en una demostración de lo contrario. En las elecciones al Parlamento Europeo, ha sido el dedo de Rubalcaba el que, en un fin de semana, designó para el cargo a Elena Valenciano. Si unas semanas antes los socialistas abandonaron su conferencia política alardeando de la ‘revolución’ de las elecciones primarias abiertas a la militancia, en la primera ocasión que podrían haber demostrado esa apertura se ha vuelto al modelo clásico y tradicional: el dedo.

Y en Izquierda Unida, ya pueden sus líderes llenar cada fin de semana las tribunas de discursos asamblearios y participativos, que llegado el momento es la mesa de camilla del viejo Partido Comunista la que impone el orden de la lista electoral. En esta ocasión, para colocar por tercera vez a Willy Meyer para el Parlamento Europeo, estereotipo en sí mismo del dirigente gris de aparato que lleva en política toda la vida, Izquierda Unida no sólo ha enterrado su promesa de primarias, sino que ha esquivado la posibilidad cierta de converger con otros movimientos, más dinámicos, que han surgido en su mismo espacio ideológico. Al final, nada, ni convergencia ni primarias, Willy Meyer por tercera vez, a pesar de que los estatutos de Izquierda Unida limitan los mandatos a dos legislaturas. Aunque en eso, Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda desde 1979, siempre será el mejor ejemplo del incumplimiento de los acuerdos internos de renovación en los partidos políticos.

Con el candidato del PP andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, Rajoy llegó al límite de la crueldad. Esperó hasta el último minuto para posar su dedo sobre el elegido a sabiendas de que, con esa tardanza deliberada, varios dirigentes se precipitarían hacia el ridículo, entre ellos la propia secretaria general

Por tanto, si ninguno de esos tres grandes partidos ha elegido para el Parlamento Europeo un método de elección distinto al dedo, ¿por qué entonces parece que sólo Rajoy es el que ha utilizado el dedazo? ¿Es una injusticia, una manipulación de la realidad? Vamos a ver, siempre existe, obviamente, la tendencia cínica de una parte del ‘progrerío’ español para censurar en “la derecha” aquellos vicios que se cometen en sus propias filas, y que se silencian. Sin embargo, sentado lo anterior, es evidente que en todo este proceso de elección del candidato del PP al Parlamento Europeo ha habido una deliberada exhibición del poder de Rajoy para designar como candidato a la persona que él decidiera y en el momento que él quisiera. Yo, mí, me, conmigo.

Ha ocurrido con la elección de Arias Cañete al Parlamento Europeo lo mismo que ocurrió con la del candidato del Partido Popular en Andalucía, que al final del proceso la única conclusión era que es Mariano Rajoy y sólo Mariano Rajoy quien quita y pone a los candidatos. Y que lo hace a su antojo, en el momento que decida y de la forma que mejor le parezca. Sin guardar las apariencias. Con el candidato del PP andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, Mariano Rajoy, como se mascullaba aquellos días en su propio partido, llegó al límite de la crueldad. Esperó hasta el último minuto para posar su dedo sobre el elegido a sabiendas de que, con esa tardanza deliberada, varios dirigentes se precipitarían hacia el ridículo, entre ellos la propia secretaria general.

Después de aquella lección impartida por Rajoy, en el Partido Popular la elección del candidato a las Europeas ya se ha vivido internamente de otra forma; esta vez nadie se ha anticipado, todos los dirigentes por debajo de Rajoy se han limitado, durante meses, a balbucear excusas ridículas con la pretensión baldía de disimular que nadie conocía nada sobre la persona y el momento en el que el presidente del PP decidiría la cuestión. Ha tenido Rajoy oportunidades, como en el caso andaluz, de camuflar el ‘dedazo’ de las Europeas en alguna reunión de la dirección del partido o en algún congreso, pero no, ha optado por la exhibición pública de su poder. Como los emperadores. Con dos dedazos, Rajoy ha acumulado más poder que con dos congresos de unanimidades. Si alguien dudaba de su liderazgo, si alguien cuestionaba su poder, asunto solventado.

El dedo se posó. Bajó desde Génova hasta el despacho del Ministerio y los ujieres le abrieron la puerta con una reverencia; nadie mejor que ellos conocen el protocolo del poder y saben perfectamente que cuando un dedo se presenta siempre lo hace sin llamar antes, sin avisar siquiera, porque esas son sus formas. Un dedo siempre pasa, punto. Siempre tiene prioridad. No hay más debate. Y eso ocurrió cuando el dedo llegó hasta el despacho de Miguel Arias Cañete, que recorrió el pasillo y se posó en la cabeza del ministro. Desde ese instante, ya era el candidato del Partido Popular al Parlamento Europeo. Fin de la historia. Porque igual que los ujieres saben bien que a un dedo siempre se le abre la puerta, no hace falta ser ministro para saber que, si uno quiere sobrevivir en política, nunca debe desobedecer los designios que marca un dedo. Se acepta y punto.

Mariano Rajoy Miguel Arias Cañete