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Las chorradas de la Constitución
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Javier Caraballo

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Las chorradas de la Constitución

Fue en un debate, hace unas semanas. Hablaban de los problemas de España y, obviamente, alguien abogó por cambiar la Constitución. Fue entonces cuando un tipo,

Fue en un debate, hace unas semanas. Hablaban de los problemas de España y, obviamente, alguien abogó por cambiar la Constitución. Fue entonces cuando un tipo, del que ya no me acuerdo, elevó el tono de voz y dijo, solemne: “La Constitución se puede romper unilateralmente como cualquier matrimonio”. Anoté la frase al instante, símbolo insuperable de la deriva en la que nos hemos adentrado.

Lo que en cualquier lugar del mundo se aborda como un asunto ‘sagrado’, aquí parece que pasa a formar parte directamente de una competición. Como el tiro al plato, o algo así. Y en todas partes, en cualquier conversación, ya habrá alguien que diga, pensando en ser ingenioso, que “la solución pasa por cambiar la Constitución”. Debate, por supuesto, con etiquetas, las de siempre, porque, de repente, para algunos se ha convertido en algo progresista querer modificar la Constitución.

Quede claro que, obviamente, el problema, como en tantas otras ocasiones, no está en cambiar o no la Constitución, sino en la forma en la que se abordan esos debates en España. Dicho de otra forma, la Constitución se puede cambiar, por supuesto, pero el problema está en que cuando se inicia el debate en España, al poco se percibe que, en realidad, lo que se pretende, lo que pretenden algunos no es reformarla, sino demolerla. Y eso ya es otra cosa.

Eso ya forma parte de la peor tradición de los españoles, que en dos siglos han sido incapaces de conservar una sola Constitución. Entre aprobaciones y proyectos non natos, en el siglo XIX pasaron por España una decena de Constituciones y en el siglo XX, cuatro proyectos más. La secuencia siempre se mantiene y siempre ofrece la misma sensación: en España parece que se repiten siempre los mismos errores y que existe un interés oculto, subyacente, entre los españoles para cargarse todo aquello que construye.

En Estados Unidos, desde más o menos las mismas fechas en las que se comenzó a legislar en España para dotarnos de una Carta Magna, se ha mantenido el mismo texto; en España, hasta catorce constituciones e intentonas. Es evidente, por tanto, que todo esto no es más que una mera cuestión de inercia histórica.

En España parece que se repiten siempre los mismos errores y que existe un interés oculto, subyacente, entre los españoles para cargarse todo aquello que construye

Lo sabían los propios constituyentes españoles que, por esa razón, dotaron a la Constitución de dos caminos distintos para efectuar los posibles cambios del texto aprobado en 1978. Para las cuestiones menores (artículo 167), basta una mayoría de tres quintos en cada una de las Cámaras, el Congreso y el Senado. Y para todo aquello que afecte a los pilares fundamentales de la Constitución, un camino mucho más complejo (artículo 168) que comprende la aprobación en las Cortes, la convocatoria de elecciones, una nueva aprobación parlamentaria y una nueva consulta a los ciudadanos en referéndum. Cuatro votaciones en las cámaras en dos legislaturas distintas y dos consultas a los ciudadanos. Nadie que no le tuviera mucha prevención a la historia de España habría incorporado tantas medidas de seguridad. No podemos fiarnos de nosotros mismos, esa es la cuestión.

Por esa razón es tan peligrosa la tendencia que se observa a veces en algunos partidos políticos que entienden que la reforma de la Constitución es la única salida para resolver problemas enquistados, como ahora el independentismo catalán. El PSOE, por ejemplo, ya ha anunciado que, en cuanto concluyan las elecciones europeas, va a plantear una iniciativa en el Parlamento para iniciar la reforma de la Constitución.

Tal y como están las cosas en la actualidad, se trata, como ya se ha indicado aquí, de un debate a ninguna parte por las propias peculiaridades del problema catalán, sus implicaciones y sus consecuencias, pero no es esa la historia ahora; el problema de la propuesta socialista es que para justificarla, el propio Rubalcaba utiliza una metáfora demoledora. Dice el hombre que, después de tres décadas, la Constitución española tiene “aluminosis”. No podría haber empleado otra metáfora… El fantasma de la demolición siempre presente, hasta en el subconsciente.

En el mismo debate del tipo de “la Constitución es un matrimonio”, también hubo quien se despeñó por otra de las chorradas habituales que se oyen sobre la reforma constitucional, esa que mantiene que, como en 1978 no pudo votar la Constitución más del 60% de la población española actual, lo democrático es que todos esos millones de españoles menores de 50 años puedan refrendarla ahora ya que en su día no lo pudieron hacer. Genial. Como para plantearlo en Estados Unidos o en Alemania, donde nadie votó porque la Ley Fundamental se la impusieron los aliados después de la Segunda Guerra Mundial.

En fin, que, en adelante, como el debate va a seguir, como amenaza incluso con perpetuarse, será menester ir anotando una a una todas las barbaridades, frivolidades y disparates que se dicen sobre la reforma constitucional. Que seguro que, con eso, sale todo un ensayo sobre la política española. Igual sirve en el futuro para las clases de Derecho Constitucional: “La Constitución es un matrimonio y otras chorradas”.

Fue en un debate, hace unas semanas. Hablaban de los problemas de España y, obviamente, alguien abogó por cambiar la Constitución. Fue entonces cuando un tipo, del que ya no me acuerdo, elevó el tono de voz y dijo, solemne: “La Constitución se puede romper unilateralmente como cualquier matrimonio”. Anoté la frase al instante, símbolo insuperable de la deriva en la que nos hemos adentrado.

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