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Aragón y la España silenciada
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Javier Caraballo

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Aragón y la España silenciada

Sólo hay que pegar el oído a la acera bulliciosa de la tarde, al zumbido de los bares en la hora de las cañas, a las

Sólo hay que pegar el oído a la acera bulliciosa de la tarde, al zumbido de los bares en la hora de las cañas, a las plácidas plazuelas en las que un grupo de jubilados entretiene con migas a las palomas. Gente sin pretensiones, cargadas sólo de cotidianidad. Ha ocurrido ahora en Zaragoza, con motivo de la festividad de la región por el día de San Jorge, pero se aprecia en muchos otros lugares de España, una mayoría silenciada que asiste, entre abatida y hastiada, al desprecio persistente de la identidad de todos ellos como pueblo. Que parece, en fin, que aquí sólo hay dos o tres autonomías con historia, mientras que todas las demás son una especie de sucursales que no merecen siquiera atención.

Y esa desconsideración latente, continua, estalla en las calles en días como estos, cuando los aragoneses, la mayoría silenciada de las aceras, se revuelve en sí misma para recordar que la historia no se puede reinventar y readaptar. Que el reino que hubo aquí se llama de Aragón. Y que nunca ha existido una corona catalanoaragonesa, sólo un condado, el de Barcelona, que pertenecía a la primera. Lo dicen, pero la actualidad, que se parece a las olas del mar, trae de nuevo el mismo discurso, la misma distorsión, y el sentir de la mayoría silenciada se borra como una raya que se dibuja en la arena de la playa.

Todo comienza, quizás, con la propia Constitución española. Como el nacionalismo vasco y catalán siempre han buscado la diferencia, el privilegio de la exclusividad, la Constitución se redactó para que en España sólo tuvieran una verdadera autonomía, una autonomía plena, esas dos regiones, mientras que el resto debería avanzar por una vía más lenta, con menos techo competencial. "La Constitución es asimétrica, y debemos volver a esa realidad", como decía ya Pasqual Maragall, siendo presidente de la Generalitat, al principio de toda esta deriva.

Y la corona de Aragón ya no aparece en los libros de texto de Cataluña como tal, sino como la corona catalano-aragonesa. Y fueron ''reyes catalanes' quienes conquistaron Sicilia, porque Aragón, a fin de cuentas, el Aragón oriental, sólo es un territorio más de los Países Catalanes. Como Valencia o Baleares

De ese concepto equívoco de las 'autonomías históricas' deviene todo lo demás. Un concepto falso porque lo que siempre se olvida es que se llaman a sí mismas históricas por el hecho irrelevante en la historia de una nación como España, con 3.000 años de historia, de que en el momento del golpe de Estado de Franco sólo esas autonomías habían logrado la autonomía con la República.

Es tal la barbaridad que sólo hay que pensar que se le concede al dictador la capacidad de marcar la línea divisoria en España de lo que consideramos histórico y lo que no. ¿Que esas dos regiones han sido siempre las que han mostrado más interés por el gobierno autonómico? Cierto, pero no parece, desde luego, razón suficiente para que se las considere "históricas" y que, además, suponga un lastre para las demás que de la misma forma podrían haber logrado la autonomía de no haber estallado una guerra civil en España. Cierto, sí, pero no parece motivo suficiente para que debamos aceptar que la igualdad entre todas las regiones supone un agravio comparativo para el País Vasco y Cataluña, por ser 'comunidades históricas'.

En una democracia, la igualdad no puede ser nunca un problema. Mucho menos un agravio para nadie. Y la historia, en fin, es otra cosa, muy distinta. Al decir que en España sólo hay dos o tres autonomías históricas, se asienta en el subconsciente la idea de que no existe historia en las demás. Ese es el problema.

Por esa distorsión inicial hemos llegado al momento en el que nos encontramos, el machaque diario en las crónicas de actualidad de España de dos autonomías que, pese a gozar del mayor autogobierno que jamás han tenido, ofrecen la sensación de estar oprimidas, ignoradas e incomprendidas por el resto de España. Es ahí donde, para justificar el agravio, se reinventa la historia. Y la corona de Aragón ya no aparece en los libros de texto de Cataluña como tal, sino como la corona catalano-aragonesa. Y fueron "reyes catalanes" quienes conquistaron Sicilia, porque Aragón, a fin de cuentas, el Aragón oriental, sólo es un territorio más de los Países Catalanes. Como Valencia o Baleares. Porque Jaime I no fue rey de Aragón, sino "un monarca muy importante para la historia de Cataluña, porque “conquistó cuatro reinos y creó lo que denominamos los Países Catalanes”. Todo eso está en la web de la Generalitat y en libros de texto de Secundaria en Cataluña. En Aragón elevaron una queja oficial, pero a estas alturas igual se ha convertido en un agravio más.

Hace unos días, en el País Vasco se conoció que el Gobierno de Urkullu había financiado con dinero público la publicación encubierta, en varios medios de comunicación (que ya les vale), de unos reportajes supuestamente informativos para denunciar "el carácter invasivo" de la Ley de Educación que ha aprobado el Gobierno del PP. La misma protesta se produjo en Cataluña por el resquemor que produce un párrafo de esa ley, la llamada ley Wert, en el que se señala que "el estudio de la Historia de España es esencial para el conocimiento y comprensión no sólo de nuestro pasado, sino también de nuestro mundo actual". Sólo tenemos que detenernos en ese párrafo para comprender, para asombrarnos, del absurdo al que hemos llegado. Que eso sea objetivo de controversia en un país lo dice todo.

La acera bulliciosa, el zumbido de los bares, las plácidas plazuelas seguirán contemplando estupefactas cuanto ocurre. Pero nadie oirá la voz de esa España silenciada. Frente a la mayoría silenciosa, que siempre se menciona, que se espera, que nunca llega, la España silenciada.

Sólo hay que pegar el oído a la acera bulliciosa de la tarde, al zumbido de los bares en la hora de las cañas, a las plácidas plazuelas en las que un grupo de jubilados entretiene con migas a las palomas. Gente sin pretensiones, cargadas sólo de cotidianidad. Ha ocurrido ahora en Zaragoza, con motivo de la festividad de la región por el día de San Jorge, pero se aprecia en muchos otros lugares de España, una mayoría silenciada que asiste, entre abatida y hastiada, al desprecio persistente de la identidad de todos ellos como pueblo. Que parece, en fin, que aquí sólo hay dos o tres autonomías con historia, mientras que todas las demás son una especie de sucursales que no merecen siquiera atención.

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