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Javier Caraballo

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Maldita Europa

Caminamos hacia el abismo; eso no lo podrá poner en duda nadie que se detenga un instante y se limite a sumar acontecimientos. Europa entera avanza

Caminamos hacia el abismo; eso no lo podrá poner en duda nadie que se detenga un instante y se limite a sumar acontecimientos. Europa entera avanza hacia el abismo y si no la damos ya por muerta es porque no hace tanto que se ha decretado la defunción y después, milagrosamente, ha vuelto a resucitar. Hay historiadores que mantienen que la civilización europea se extinguió en la primera mitad del siglo pasado, entre otras cosas porque nadie puede resistir la devastación sistemática y periódica que ocurrió aquí en ese tiempo.

Cuando Europa se recuperó de la devastación de la Primera Guerra Mundial, llegó la Gran Depresión de la década de los años 30, el derrumbe de la economía, del empleo, de la capacidad industrial, y para culminarlo estalló la Segunda Guerra Mundial quince años más tarde. Esos tres hachazos consecutivos, si lo comparamos con las grandezas imperiales del pasado, bien pueden considerarse el final de una civilización. En el caso de España, como parte del continente, todavía tendríamos que añadir la Guerra Civil del 36.

Si no sucedió, si Europa volvió a sacar cabeza, fue por el final de la Guerra Fría y el impulso, a partir de entonces, de la Unión Europea que conocemos. Tony Judt, autor de una obra maestra sobre la historia de Europa desde 1945, sostiene que fue ahí, en ese punto de la historia, cuando se acabó la posguerra y se relanzó la unidad europea. En ese resurgir, sin embargo, lo que no estaba escrito, porque ese capítulo de la historia se está escribiendo estos días, es el nuevo hachazo de la crisis económica y financiera y las consecuencias devastadoras que ha tenido para la economía europea y, peor aún, para la política europea.

La campaña de estas elecciones europeas, si de algo ha servido, ha sido, precisamente, para redondear el horizonte de pesimismo sobre el futuro de este continente por la conjunción de despropósitos que se van acumulando justo en este momento en el deberíamos empezar a salir con fuerza, y con claridad de ideas, de la crisis económica que estalló en 2007.

La sola contemplación de los debates sobre los que ha girado la campaña de las elecciones europeas en España ofrece una idea exacta de la desconexión progresiva del debate político de muchos de los problemas de la gente de a pie. Al mencionar “debate político” se incluyen, obviamente, la mediocridad de buena parte de la clase política actual, pero también, desde luego, de los medios de comunicación, de los que estamos en los medios de comunicación y de la propia sociedad.

La campaña de estas elecciones europeas, si de algo ha servido, ha sido, precisamente, para redondear el horizonte de pesimismo sobre el futuro de este continente por la conjunción de despropósitos que se van acumulando justo en este momento en el deberíamos empezar a salir con fuerza, y con claridad de ideas, de la crisis económica que estalló en 2007

La cuestión es que, cada cual con su responsabilidad, está claro que los verdaderos problemas de Europa, desde la inmigración, interior y exterior, hasta la amenaza de una desintegración territorial en varios países, pasando por el desempleo, no se abordan. Se eluden, por la incomodidad, por la falta de respuestas. O por inercia. Y en su lugar, se incorporan otros, meramente cosméticos, de ficticios enfrentamientos ideológicos, que se lanzan con la esperanza vana de movilizar a un electorado desentendido. Ha ocurrido así en España y no parece que en ningún otro país de la Unión Europea, que desde hoy comienzan a votar por el futuro Parlamento de Estrasburgo, la dialéctica política se haya despegado de las rivalidades caseras.

La desconexión entre el debate político nacional y la realidad de la calle, unida al fracaso estrepitoso del debate europeo, que se sigue contemplando en la calle como los intereses lejanos de un grupo de burócratas bien pagados de Bruselas, lo que va a propiciar en España es un altísimo nivel de abstención, que es un mal menor comparado con lo que va a ocurrir en nuestro entorno: el triunfo de la extrema derecha.

Ayer, un salvaje llamado Jean Marie Le Pen, que se fue a reforzar uno de los mítines que daba su hija, Marine Le Pen, volvió a agitar los miedos más primarios de la gente, alertándola de la invasión inmigrante que está en camino, que se adueñará de todos los pueblos, de todas las ciudades. Y lo remató con la mayor barbaridad que se ha podido oír en mucho tiempo: “El señor Ébola puede solucionar el problema de la inmigración en tres meses”.

El tercero de los hachazos que sufrió el continente en la primera mitad del siglo pasado, la Segunda Guerra Mundial, fue, además de la devastación de países enteros, el periodo de mayor vergüenza de Europa con el genocidio judío. Sólo el silencio, durante decenios, hizo posible que los europeos pudieran convivir consigo mismos. “En los años de vacas gordas posteriores a la Guerra, los europeos se refugiaron en la amnesia colectiva”, como sostuvo en su día un destacado alemán, Hans Magnus Enzensberger. Francia, con su miserable armisticio con la Alemania nazi, arrastró el silencio vergonzoso hasta el propio Mitterrand, que fue funcionario de Vichy. ¿No es terrible, después de lo vivido, que Marine Le Pen pueda ganar las elecciones en Francia este domingo? Maldita Europa…

En fin. ¿Hacia dónde va Europa? Esa pregunta retórica, tan recurrente en todas las campañas electorales, con diferentes sujetos, tiene una respuesta fatal a poco que se contemple el panorama. La única esperanza, como se decía antes, es que ya otras veces a este continente se le ha certificado la defunción y no ha ocurrido, y eso que los calambres han sido muchos en el último siglo, que se cumple justo ahora, el 28 de julio, centenario de la Primera Guerra Mundial. Evitar el desastre, como si lo hubiésemos exorcizado en el pasado.

Sí, es la única esperanza. Aunque, en la espera, sigamos caminando por la acera, como Mafalda, flamante Príncipe de Asturias, cuando se encontró un pajarillo. “¿Te gusta la primavera, pajarito?”, preguntó, y el pajarillo le contestó: “Pío, pío”. "¿Y decíme, ¿te gusta la situación de Europa?”. “Pío, pío”, seguía diciendo el pajarillo. En la última viñeta, Mafalda se aleja, desconsolada: “Por un momento, pensé que ‘pío, pío’ quería decir sí”. 

Caminamos hacia el abismo; eso no lo podrá poner en duda nadie que se detenga un instante y se limite a sumar acontecimientos. Europa entera avanza hacia el abismo y si no la damos ya por muerta es porque no hace tanto que se ha decretado la defunción y después, milagrosamente, ha vuelto a resucitar. Hay historiadores que mantienen que la civilización europea se extinguió en la primera mitad del siglo pasado, entre otras cosas porque nadie puede resistir la devastación sistemática y periódica que ocurrió aquí en ese tiempo.

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