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El Rey que supo abdicar
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Javier Caraballo

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El Rey que supo abdicar

Don Juan Carlos merecía este final para su reinado. El monarca que supo asentar en España el periodo democrático más longevo de nuestra historia, no merecía

Foto: El rey Juan Carlos (EFE)
El rey Juan Carlos (EFE)

Don Juan Carlos merecía este final para su reinado. El monarca que supo asentar en España el periodo democrático más longevo de nuestra historia, no merecía una puerta pequeña en el final de su reinado. Si algo ha caracterizado a Don Juan Carlos a lo largo de estos 39 años ha sido, precisamente, su capacidad para conectar con el sentir de la gente. Por eso se acuñó en España una expresión que se sobreponía incluso a la propia institución. El juancarlismo era más importante, más popular, más querido, que la Monarquía y que la propia Casa Real. Al punto de que en España se era monárquico porque se era juancarlista. A la monarquía como institución se llegaba a través del monarca.

La abdicación decidida por el Rey en este momento lo convierte en dueño de su propio destino sin que los acontecimientos lo hayan forzado a tomar la decisión. Porque ese era el peligro para Don Juan Carlos, y el deseo de muchos oportunistas, que la abdicación se hubiera producido envuelta en los escándalos innegables que han deteriorado la Casa Real española en los últimos meses. Se hubiera escrito un episodio más de ignominia en la historia de España por la cicatería miserable de reconocerle a Don Juan Carlos su labor en favor de un país. "Este es el momento adecuado para llevar a cabo el proceso con plena normalidad y en un contexto de estabilidad institucional", dijo el presidente Rajoy cuando comunicó la noticia y esa es la clave fundamental de esta abdicación; que ha sido Don Juan Carlos quien ha elegido el momento de renunciar a la Corona de España sin que nada empañe su biografía en el punto final, la abdicación. Y el momento elegido es el mejor porque no lo ha determinado ningún escándalo cercano.

Por esa razón, porque la ejemplaridad se había quebrado, porque la lista de turbulencias que han afectado a la Corona era demasiado espesa como para que la Casa Real permaneciera impermeable, debe haber concluido Don Juan Carlos que esta vez la rehabilitación de la Corona no podía protagonizarla él, sino su hijo. Y que esa imagen nueva, renovada, ya no estaba en sí mismo sino en el único miembro de la Casa Real, junto a la Reina, que no se ha visto salpicado por ninguna portada, por ningún sumario. Sin embargo, vendrán ahora, ya están surgiendo, quienes quieren aprovechar la abdicación para promover una reforma constitucional que se lleve por delante la Monarquía parlamentaria. Si sólo fuera por un puro sentimiento de egoísmo, tendrían que reparar que lo único que le faltaba a España, en estos momentos críticos de crisis, de independentismo, de debilidad de los grandes partidos, de fortalecimiento del radicalismo; lo único que faltaba es que ahora, justo ahora, se quiera destejer todo lo ocurrido desde la Transición. Pero la abdicación no es un vacío y en un Estado de Derecho la abdicación del jefe del Estado es un proceso legalmente establecido. Un trámite tasado que cuenta con el respaldo de la inmensa mayoría de los españoles que están representados en el Congreso. La abdicación no es un vacío y la democracia real está en el Congreso. Otra cosa sólo es arribismo o peor.

Hay veces que la abdicación es una derrota, una derrota personal, más allá incluso del ámbito institucional. No es el caso. Quizá don Juan Carlos ha entendido lo mismo que su padre, cuando también el decidió renunciar a sus derechos reales en favor de un tiempo nuevo que se abría paso en España tras la muerte del dictador. “Lo que yo creo es que los hombres somos instrumentos de la historia. Que las corrientes históricas se imponen de todos modos”, dijo en su día Don Juan de Borbón. Ahora su hijo, don Juan Carlos, podría firmar sin quitar una sola sílaba la misma frase. Don Juan Carlos ha sido el rey que supo abdicar. En su despedida, en la mesa de despacho, sólo le acompañaban las fotos de su padre y de su hijo como símbolo elocuente de normalidad.

Don Juan Carlos merecía este final para su reinado. El monarca que supo asentar en España el periodo democrático más longevo de nuestra historia, no merecía una puerta pequeña en el final de su reinado. Si algo ha caracterizado a Don Juan Carlos a lo largo de estos 39 años ha sido, precisamente, su capacidad para conectar con el sentir de la gente. Por eso se acuñó en España una expresión que se sobreponía incluso a la propia institución. El juancarlismo era más importante, más popular, más querido, que la Monarquía y que la propia Casa Real. Al punto de que en España se era monárquico porque se era juancarlista. A la monarquía como institución se llegaba a través del monarca.

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