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Duran, dimisión cobarde
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Javier Caraballo

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Duran, dimisión cobarde

Un equidistante como él no podía dimitir de otra forma. Se va pero se queda en mitad de la puerta; que ni siquiera se note, más

Foto: El portavoz de CiU, Josep Antoni Duran i Lleida (EFE)
El portavoz de CiU, Josep Antoni Duran i Lleida (EFE)

Un equidistante como él no podía dimitir de otra forma. Se va pero se queda en mitad de la puerta; que ni siquiera se note, más allá de la formalidad, que deja de ser el ‘número dos’ de Convergència i Unió. Dimite Duran Lleida como quien se acaba un helado o le da la última calada a un cigarrillo y estruja la colilla en el cenicero. Porque han pasado los años, “las cosas han cambiado”, y ahora ya hay otros dirigentes en Unió preparados para sustituirle en el cargo. Esa es toda la explicación: “la más absoluta normalidad”. Se va sin romper ni un pétalo; se va, en definitiva, sin decir nada, que es lo peor. El silencio que convierte la dimisión de Duran Lleida en un acto de cobardía o en el último episodio de equidistancia ante la deriva independentista de CiU que nunca ha sabido controlar ni contrarrestar. Cobardía o equidistancia, siempre una derrota.

Esta dimisión, este mutis, de Duran Lleida debe ser reminiscencias tardías de aquello que un día se llamó el oasis catalán, aquella farsa de silencios y simulación que durante años ocultó la deriva ruinosa de la Administración catalana y los escándalos de corrupción de su clase dirigente. Esa misma lógica del oasis es la que Duran Lleida ha mantenido con respecto a la deriva independentista de los suyos, alternando guiños y forzadas justificaciones con leves protestas indirectas, amagos de enfado que nunca se cumplían. Pero hay conflictos que no admiten la equidistancia, cruces de camino que exigen una dirección, amenazas que piden claridad y contundencia. Y astucia y diálogo, pero también firmeza.

De nada vale que ahora se diga en el entorno de Duran Lleida que su dimisión es una jugada maestra, un movimiento preciso de ajedrecista veterano de la política, que “no da puntada sin hilos, y pretende presionar a Artur Mas al tiempo que se desliga de la entrevista con Rajoy por si la cosa, como pinta, sale mal”. En cuatro años, CiU ha pasado de 62 escaños en el Parlament de Catalunya a la previsión de, más o menos, la mitad si se convocaran elecciones en este momento. Que siga amagando con política de salón, que para alambiques y cálculos está la cosa en la que fue coalición hegemónica de Cataluña.

Duran Lleida, que siempre ha gozado de un prestigio, ciertamente inflado, de estadista y político habilidoso, eficaz y resolutivo, sólo ha tenido la ‘osadía’ de plantear una ‘tercera vía’ para frenar el independentismo, una salida intermedia que contentara a todos, pero ni siquiera esa propuesta, que por otro lado es un imposible, ha llegado a plantearla formalmente, oficialmente, allí donde tiene cargo, micrófono y voto. Incluso esa tercera vía, ese intento baldío de quedar bien con todo el mundo, la ha planteado haciendo círculos en los alrededores del debate oficial, en entrevistas de prensa, en blogs de internet o en artículos de periódicos.

En cualquier caso, trascendiendo de la figura política de Duran Lleida, lo más relevante de todo es la simbología, porque en esa dimisión va implícita la renuncia de una buena parte de los catalanes a plantarle cara al independentismo. El principal error de cálculo de muchos al analizar el conflicto catalán ha sido el de esperar la llegada de la “mayoría silenciosa” de Cataluña, que irrumpiría en el debate independentista para frenarlo en seco. Como un maná que caería del cielo y pondría las cosas en su sitio. Entre tanto, bastaba con guardar silencio o simular acuerdo, aunque en privado se admitieran todas las fatalidades que se presumían si, al final, Cataluña lograba la independencia de España y de la Unión Europea.

El silencio de tantos intelectuales, de tantos artistas, de tantos empresarios, de tantos periodistas. No es casual, por ello, que haya sido en esos mismo círculos que hasta ahora renunciaban a cualquier declaración sobre el asunto donde haya arraigado mejor la propuesta de tercera vía que ahora plantean, además, como si fuese una urgencia del resto de España.

No existe tal mayoría silenciosa, y no sólo por lo que indican de forma tozuda todas las elecciones y todos los sondeos electorales, sino porque, de existir esa mayoría que no comulga con el independentismo, se limitará a la equidistancia de la que siempre ha hecho gala Duran Lleida. Equidistancia mientras, inexorablemente, los independentistas imponen su discurso en todos los órdenes de la vida catalana. La dimisión de Duran Lleida es la de buena parte de la sociedad catalana, representada por todos los que como el dimisionario han dejado pasar los meses y los años sin decir una palabra que pudiera convertirlos en disidentes o anticatalanes. Hasta llegar al extremo en el que nos encontramos, o se es independentista catalán o se es fascista, un reaccionario centralista, como ayer mismo vi que le llamaban a Duran Lleida en algunos comentarios de webs catalanas, al poco de dimitir. Por eso lo de antes. Cobardía o equidistancia, esa dimisión siempre es una derrota.

Un equidistante como él no podía dimitir de otra forma. Se va pero se queda en mitad de la puerta; que ni siquiera se note, más allá de la formalidad, que deja de ser el ‘número dos’ de Convergència i Unió. Dimite Duran Lleida como quien se acaba un helado o le da la última calada a un cigarrillo y estruja la colilla en el cenicero. Porque han pasado los años, “las cosas han cambiado”, y ahora ya hay otros dirigentes en Unió preparados para sustituirle en el cargo. Esa es toda la explicación: “la más absoluta normalidad”. Se va sin romper ni un pétalo; se va, en definitiva, sin decir nada, que es lo peor. El silencio que convierte la dimisión de Duran Lleida en un acto de cobardía o en el último episodio de equidistancia ante la deriva independentista de CiU que nunca ha sabido controlar ni contrarrestar. Cobardía o equidistancia, siempre una derrota.

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