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Los miserables de Rosa Díez
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Javier Caraballo

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Los miserables de Rosa Díez

La virginidad de la política, si alguna vez ha existido, se pierde el día en el que la diferencia se transforma en traición. Porque ese día,

Foto: La diputada nacional y portavoz de UPyD, Rosa Díez y el eurodiputado Francisco Sosa Wagner (EFE)
La diputada nacional y portavoz de UPyD, Rosa Díez y el eurodiputado Francisco Sosa Wagner (EFE)

La virginidad de la política, si alguna vez ha existido, se pierde el día en el que la diferencia se transforma en traición. Porque ese día, que siempre llega temprano, crece un cerco de fuego en torno al líder que divide a los propios, pero también a los ajenos, a la humanidad misma se diría. Los divide en dos sectores perfectamente identificables: los que están conmigo y los que están contra mí.

Unión Progreso y Democracia (UPyD) transitaba por esa senda de la virginidad política hasta hace unos días. Hasta que uno de sus principales referentes, el eurodiputado Francisco Sosa Wagner, se salió del guion establecido y el cerco de fuego lo rodeó de inmediato. Escribió un artículo y dejó de ser lo que era; firmó una crítica y pasó a formar parte de los miserables de UPyD: un “mentiroso cien por cien”, un “mezquino”, “corrupción política pura”…

Todo eso le han colgado estos días a Sosa Wagner sus compañeros de partido. No es, desde luego, la primera diferencia interna en esa agrupación, pero sí es la primera vez en la que se genera una reacción sectaria, arrolladora, de esta naturaleza. Los miserables de Rosa Díez ya existen como facción. Y el partido entero ha perdido la virginidad que exhibía como formación abierta, dialogante, diversa y tolerante. En eso, ya es uno más del club.

Con el revuelo formado, no es tan interesante el análisis de lo ocurrido, de la pelea en sí, como de las propuestas que la han originado, aunque siempre tienden a confundirse y acaba imperando la bronca seca. Pero se pueden separar para observarlas, sí. Lo primero, la reacción iracunda, exaltada, contra el eurodiputado Sosa Wagner, tiene mucho que ver, por ejemplo, con el liderazgo mismo de UPyD. Hasta ahora había que ser ciego, o llamarse Rosa Díez, para comprender que UPyD era esencialmente su líder.

En torno a ella, a su figura, a su portentoso discurso, a su capacidad para conectar con los problemas y sacudirse la castrante corrección política, se generó la expectativa electoral de UPyD que, poco a poco, elección tras elección, fue consolidándose en todas las instituciones del Estado. UPyD ha crecido exponencialmente, es verdad, pero todo el mundo sabía que ese partido era su líder.

Es lo que ella misma, en ocasiones, explica con una anécdota de Fernando Savater. Se trata de la grandiosa película Tiempos modernos, de Charles Chaplin. En un momento de la cinta, Charlot ve cómo a un camión que pasa delante de él, y que va cargado de vigas, se le cae un trapo rojo que tenía detrás para señalizar la carga. Charlot recoge el trapo del suelo para volver a colocarlo y comienza a correr detrás del camión. De pronto, mira para atrás y se da cuenta de que hay miles de personas corriendo detrás de él. Rosa Díez, cuando abandonó el PSOE, cogió ese trapo rojo del suelo y, porque existía una inquietud en la calle, de pronto la siguieron miles y miles de personas.

Lo que no ha sabido, o no ha querido, en todo este tiempo ha sido soltar el trapo, de modo que UPyD ha seguido siendo, pese al crecimiento, pese a la expansión, el partido de Rosa Díez. Hasta llegar al punto en el que nos encontramos: criticarla a ella supone directamente la traición. Criticarla a ella, señalar la inercia autoritaria de UPyD, se considera un acto de mezquindad, de corrupción política.

Lo de menos de todo esto, a ver, es que se haya producido esa reacción interna porque, como sabemos, el sectarismo en torno al líder es consustancial a todas las fuerzas políticas. Lo único novedoso, si acaso, es que ese mismo virus afecta a UPyD, pero de acuerdo al debate planteado es lo menos interesante; anecdótico. Lo que no puede ocurrir es que esa polvareda zanje de dos tortazos el debate nuclear que se proponía: la necesidad de adaptar UPyD a los nuevos tiempos políticos que se viven en España para avanzar en su consolidación como fuerza política mayoritaria, nacional y alternativa a los partidos tradicionales, el PP y el PSOE.

Lo que no se quiere ver en UPyD –y es, a mi juicio, lo fundamental de todo lo que ha señalado Sosa Wagner– es que otra persona, que iba por la calle, ha cogido otro trapo rojo del suelo, ha echado a correr, y cientos de miles le han seguido. La marea sigue creciendo, como un flautista de Hamelín, como se señaló aquí a propósito de aquella obra de teatro en Mérida en la que el público acabó coreando lo de “estamos de ladrones/ hasta los cojones”.

El dedo de Sosa Wagner señala la luna, y a nadie le interesa que ese dedo necesite manicura o que tenga la piel arrugada por los años. Podemos ha frenado el crecimiento de UPyD y de Ciudadanos, y con ese fenómeno efervescente, imparable al día de hoy, lo que se desvanece en España es la posibilidad de conformar una alternativa seria, viable, sensata, española y europea al bipartidismo que conocemos.

Esa es la cuestión, ese es el gran riesgo, ese es el gran debate; de ahí la exasperante miopía de quienes no son capaces de ver más allá de las resoluciones de un congreso, la parte contratante de la primera parte, que, por lo demás, en ningún momento excluyen la posibilidad de una coalición electoral entre UPyD y Ciudadanos.

Quienes votan a Podemos lo hacen hastiados, por los motivos que sean, del sistema político tradicional. Otros, porque ya no se ven representados en la izquierda clásica, fundamentalmente el PSOE, pero también Izquierda Unida. De una forma absolutamente heterogénea, un ejército de cabreados se ha puesto a correr detrás del último abanderado, sin reparar en los delirios bolivarianos del tipo al que siguen.

Es un ejercicio colectivo de mero rupturismo, en el que el fin exclusivo es zarandear lo conocido. Lo que muchos ven de la política en estos momentos en España es un conjunto de privilegios, corrupción, sectarismo e intereses partidarios. El fenómeno existe, con independencia de que nos parezca mejor o peor, justo o injusto. Existe. Y la barbaridad que le queda a España por experimentar es que en este momento, justo en este momento, el malestar lo rentabilicen los más insensatos.

La virginidad de la política, si alguna vez ha existido, se pierde el día en el que la diferencia se transforma en traición. Porque ese día, que siempre llega temprano, crece un cerco de fuego en torno al líder que divide a los propios, pero también a los ajenos, a la humanidad misma se diría. Los divide en dos sectores perfectamente identificables: los que están conmigo y los que están contra mí.

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