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Andaluz y culto, raro, raro…
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Javier Caraballo

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Andaluz y culto, raro, raro…

Los guionistas tenían preparado el esquema del programa con los pullazos habituales y alguna provocación para poner en apuros a los invitados. Y como estaba allí

Foto: Melody (d), durante la entrevista en el programa 'Todo va bien'
Melody (d), durante la entrevista en el programa 'Todo va bien'

Los guionistas tenían preparado el esquema del programa con los pullazos habituales y alguna provocación para poner en apuros a los invitados. Y como estaba allí una andaluza, una joven cantante sevillana que se llama Melody, la broma surgía como si fuera de oficio: “¿Cómo es que siendo de Dos Hermanas hablas tan fino? ¿Has estudiado?”. La tal Melody le podría haber devuelto la broma y contestarle “sí, hablo como los gorilas, uh, uh, uh”, el estribillo de aquella canción horrenda y pegadiza que la hizo famosa cuando era una niña.

Pero no, lo peor de todo es que la misma Melody entendió que la pregunta era normal, andaluz igual a analfabeto, y le aclaró que sí, que desde pequeña su madre siempre le ha puesto una profesora particular. Y por eso habla fino, porque ha estudiado.

Andaluz y culto, raro, raro… En fin, de todos los tópicos que pesan sobre los andaluces, y casi todos denigrantes, humillantes, muy pocos tan agotadores como este del habla andaluza. Porque es constante. El mismo ‘ingenio’ que iluminó de originalidad a los guionistas de la tele es la cansina reacción diaria cuando se escucha hablar a un andaluz y siempre hay alguien con la ocurrencia del chiste y el remedo zafio. “Andalú, ozú”.

Tan antiguo como que las coñas marineras sobre el acento andaluz la soportan los andaluces desde hace siglos y ha llegado, incluso, a tomar cuerpo lingüístico. El propio Manuel Alvar, toda una eminencia, llegó a escribir en suTeoría lingüística de las regiones (1975) que “piensa el andaluz que habla andaluz, por más que los lingüistas sepamos que tal entelequia no existe (…), hasta que alcanza un nivel de instrucción suficientemente alto y entenderá que su andaluz puede ser mejor, el castellano de Castilla”. El mecanismo mental es el mismo, como se observará, entre el guionista y el lingüista: "El andaluz se cura con estudios".

Todo esto, en realidad, no pasaría de la cuota de tópicos que todos debemos soportar, como mosquitos en verano, si no fuera porque sucede en España, y las rivalidades regionales aquí las carga el diablo de los egoísmos nacionalistas. Quiere decirse que estos tópicos que tanta gracia hacen sobre el habla andaluza lo que pueden esconder es un fenómeno extendido de racismo lingüístico. Un racismo, inconsciente o deliberado, que va de norte a sur.

Tampoco esta teoría es nueva: “Las razones son obvias. Todo racismo, para discriminar, ha de apoyarse en algo evidente, palpable, fácil de distinguir. En el caso que nos ocupa, está claro que no puede acudirse a diferencias de tipo biológico o antropológico, como sí ocurre, por ejemplo, en el sur de Estados Unidos (…) y tampoco pueden pretextarse diferencias de carácter religioso. Así, pues, no nos queda más que la lengua o, en este caso, el habla, que tiene además la enorme ventaja de lo claro que queda para todos, incluso para los mismos discriminados; que la raza inferior tiene algo de real e indiscutiblemente inferior: su modo de hablar, que habla mal”.

La tesis anterior es de un clásico de la defensa del habla andaluza, José María Vaz de Soto, catedrático de Lengua y Literatura. En los albores de la autonomía andaluza, recién nacidos los 80, escribió uno de los mejores ensayos sobre el habla andaluza. Hace unos años recuperé el libro, que yo conservaba como oro en paño, para que me lo dedicara, y en la solapa escribió: “A mi colega, para que sepa que sigo manteniendo todo lo que se dice aquí, aunque ya no me apetezca hablar de ello”.

Veinticinco años después, Vaz de Soto ha tirado la toalla. Quizá porque lo que no esperaba ni él ni nadie en aquellos años es que la autonomía andaluza, la ansiada autonomía andaluza, supusiera un fiasco tan colosal en algunas de las reivindicaciones que entonces se consideraban esenciales, fundamentales. Como la normalización del habla andaluza.

Cuando la cantante Melody sostiene en un plató de televisión que ella habla fino porque ha estudiado no es un lapsus; en realidad, esa mujer está representando al andaluz medio, que también se siente avergonzado de su forma de hablar. “Los primeros en aceptar el absurdo dictamen de que en Andalucía se habla mal son los andaluces, los individuos pertenecientes al sector discriminado como todos los profundamente alienados aceptan sus alienaciones” (Vaz de Soto).

Melody nació en 1990, cuando la autonomía andaluza ya estaba a punto de cumplir su primera década. La Junta de Andalucía ya gestionaba la educación y en los 90 fue cuando se puso en marcha Canal Sur. Pero ni una cosa ni otra han servido para normalizar el habla andaluza; en la televisión pública, como en la radio pública andaluza, la inmensa mayoría de profesionales se ve en la obligación de castellanizar para hablar de las ‘cosas serias’, mientras que el habla andaluza, cualquiera que sea su acento, se reduce al chiste, a la gracia, a la ocurrencia paleta. Y entre la clase política andaluza, la normalización del andaluz jamás ha estado ni como acotación en la agenda.

Andaluz y culto no es raro, no. Pero sí es verdad que estamos delante de un inmenso complejo, que afecta a toda una sociedad, y que algunos aprovechan para crear diferencias, como quien echa vinagre en la herida, y ganar privilegios. La autonomía andaluza ha fracasado en la normalización del habla andaluza; el analfabetismo de los 60 y de los 70 se ha sustituido ahora por el elevadísimo fracaso escolar de Andalucía, que es el analfabetismo camuflado del siglo XXI, y sólo un cambio de mentalidad de la sociedad puede cambiar esta inercia de siglos.

Y llegar a pensar un día, como sostenía Gonzalo Torrente Ballester, que “los andaluces son los que mejor hablan el castellano, con independencia de su pronunciación”.

Los guionistas tenían preparado el esquema del programa con los pullazos habituales y alguna provocación para poner en apuros a los invitados. Y como estaba allí una andaluza, una joven cantante sevillana que se llama Melody, la broma surgía como si fuera de oficio: “¿Cómo es que siendo de Dos Hermanas hablas tan fino? ¿Has estudiado?”. La tal Melody le podría haber devuelto la broma y contestarle “sí, hablo como los gorilas, uh, uh, uh”, el estribillo de aquella canción horrenda y pegadiza que la hizo famosa cuando era una niña.