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Ejemplo andaluz de corrupción total
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Javier Caraballo

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Ejemplo andaluz de corrupción total

Casi todas las semanas amanece nublado en Andalucía. Es posible que los nubarrones, esta niebla de los lunes, aparezcan igual por otros muchos rincones de España,

Casi todas las semanas amanece nublado en Andalucía. Es posible que los nubarrones, esta niebla de los lunes, aparezcan igual por otros muchos rincones de España, pero en Andalucía la grisura siempre es mayor. Como esta semana. Lo habitual es que los partidos políticos se reserven el primer día de la semana para arrancar con fuerza frente al adversario, reuniones de ejecutivas, frufrú de cuadros bañados en mala leche, y comparecencias de prensa en simultáneo para que se evidencie la rivalidad a cara de perro. Como si fuera un duelo del oeste.

“Hay una cúpula del PSOE que se ha enriquecido ilegalmente, (…) 2.500 millones de euros se han ido por la basura”, disparó primero el presidente del PP andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla. Le contestaron al instante: “Si él ha tenido contacto diario, pared con pared, con delincuentes y vivir en esa situación es para él normal, que no piense que aquí eso es normal, que no lo es. Piensa, como el ladrón, que todos son de su condición”. Era Juan Cornejo, el brazo derecho de Susana Díaz en la ejecutiva del PSOE andaluz.

Uno oye a esos tipos, los contempla mientras babean esa retahíla permanente de exabruptos diarios, y lo que menos sorprende es que el personal, cuando preguntan en las encuestas, abomine de la política; que lejos de inspirarle confianza, le provoque rechazo, hastío. ¿Cómo va a reaccionar, si no, cualquier persona, cualquier andaluz, en la fábrica, en la universidad, en el taller o en el mercado, cuando los oye? Si son los propios políticos andaluces los que se acusan de estar viviendo a diario entre delincuentes, ¿qué diablos quieren que se piense de ellos? Si se acusan de enriquecerse y de ocultarse, de tirar a la basura miles de millones, ¿qué otra cosa van a esperar si no es el desprecio de todos ellos?

Ladrones, delincuentes, corruptos… A diario, ese es el tenor de los discursos políticos de Andalucía. De hecho, esos tipos cobran por eso, por armar gresca. Es una competencia diaria de paletadas de basura. El ventilador, que es la metáfora más repelente de la política más sucia. La nuestra.

Porque resulta, además, que lo primero que se descubre cuando se contemplan estos espectáculos de insultos cruzados es que, en realidad, el ruido de la corrupción es directamente proporcional al nulo interés que existe en acabar con ella. Cuanto mayor ruido, menos interés en acabar con la corrupción política.

Todo ese jaleo es ficticio. Lo fundamental de la corrupción es siempre el adversario y la demostración palpable estará permanentemente en la evidencia de que en treinta años de democracia ningún partido político ha detectado ni un sólo caso de corrupción en sus filas. Jamás. No existe la foto de un presidente o de un secretario general de ningún partido político denunciando a uno de los suyos en los tribunales.

En Cataluña nadie sospechó lo más mínimo del clan de los Pujol durante 30 años, de la misma forma que el PSOE nunca detectó nada anormal en el disparate grosero de los ERE durante diez años. ¿Y Bárcenas? ¿Y Matas? ¿Y todos los de la Gürtel? ¿Nadie vio nada en el PP? ¿Nunca? El interés de la corrupción en política siempre es intransitivo. Como el verbo delinquir.

De ese silencio interno, de la impotencia o el cinismo de acallar siempre las miserias internas, surge el ruido externo, el que ha convertido la corrupción en el arma más eficaz que se conoce para desgastar a un gobierno y derribarlo. Se tapan las vergüenzas propias con la manipulación grotesca de los escándalos de corrupción que afectan al adversario. Como los políticos andaluces, el uno extiende la sospecha de que toda la cúpula del PSOE se ha enriquecido con el dinero de los ERE y el otro, nada sutil, como caído directamente de una encina, lo llama ladrón y delincuente.

Ni el escándalo de los ERE presupone que la cúpula de ese partido se haya enriquecido, por grande que sea ese fraude millonario, ni pertenecer al PP convierte a sus miembros en delincuentes. Pero todo eso da igual. Porque no se trata de hablar de forma ponderada y rigurosa de los casos de corrupción, sino de formar el mayor escándalo posible para dañar al otro. Deformarlos y manosearlos a diario, como si fuera el mismo fango.

Corruptos, delincuentes, ladrones… Los oía hablar y sólo pensaba en eso, en lo fácil que resultan luego las explicaciones cuando la vecina que jamás se había interesado por la política, más allá de acudir cada cuatro años a las elecciones, dice ahora que en las próximas va a votar a Podemos, que ya está harta de todos. Asqueada. “Todos son iguales”, dice. Y todos a su alrededor asienten porque están hartos de lo mismo, sobrepasados por esa inercia cansina del discurso político mentiroso, sectario y corrosivo.

Qué fácil es explicar la desolación de aquel catedrático, de estos médicos, de esos profesores que sortean a diario los recortes que les imponen. Qué fácil se explica todo cuando se observa este espectáculo diario de mentiras, desvergüenza, crispación. Esa niebla de insultos con la que amanece todas las semanas Andalucía. Y todo es mentira, simulación. Mera confrontación política. Esa y no otra es la imagen de la corrupción total.

Casi todas las semanas amanece nublado en Andalucía. Es posible que los nubarrones, esta niebla de los lunes, aparezcan igual por otros muchos rincones de España, pero en Andalucía la grisura siempre es mayor. Como esta semana. Lo habitual es que los partidos políticos se reserven el primer día de la semana para arrancar con fuerza frente al adversario, reuniones de ejecutivas, frufrú de cuadros bañados en mala leche, y comparecencias de prensa en simultáneo para que se evidencie la rivalidad a cara de perro. Como si fuera un duelo del oeste.