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Los silencios de Podemos
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Javier Caraballo

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Los silencios de Podemos

No están. No se les ve. Han convertido el silencio, los silencios, en un arma política poderosa, acaso la más importante de la que disponen. Y

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias (E. Villarino)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias (E. Villarino)

No están. No se les ve. Han convertido el silencio, los silencios, en un arma política poderosa, acaso la más importante de la que disponen. Y los adversarios políticos, ese río revuelto de desencanto y de frustraciones en el que pescan, ni siquiera son conscientes porque nadie les había enseñado a combatir los silencios en política; porque sería como enviar a un ejército entrenado en el cuerpo a cuerpo a luchar contra fantasmas invisibles, que se esfuman como el humo, porque están y no están.

Entre las innovaciones políticas de Podemos, que ya nadie discute, se encuentra esta eficaz forma de ausentarse del fregado político diario. Sencillamente, no están. En Podemos no existen las ruedas de prensa diarias para aparecer en las noticias junto a los portavoces de las demás fuerzas políticas, ese carrusel que se ha hecho tan indigesto, esa noria de cangilones esparciendo culpas. Ese ventilador diario.

Los silencios de Podemos, que pasan inadvertidos, pueden ser su mayor fuerza electoral, la principal atracción con la ciudadanía porque sutilmente logran afianzar cada día aquello en lo que más insisten, el deterioro de las fuerzas políticas tradicionales; eso que llaman "la casta". Subliminalmente, convierten la ausencia en la presencia más poderosa.

Estalla un escándalo como esta última vergüenza de las ‘tarjetas black’, y el ritual político que viene a continuación es posible adivinarlo sin margen de error. Porque siempre es igual: las relevaciones de los medios de comunicación, las investigaciones policiales o las sentencias judiciales provocan una cadena de ruedas de prensa en la que los partidos políticos afectados se mostrarán escandalizados por aquello que ocurría en sus filas y nunca detectaron. “Tolerancia cero con la corrupción”, dirán elevando el tono. Y luego, como sacudiéndose la chaqueta: “Colaboración total con la Justicia. Caiga quien caiga”.

Enfrente, si ha lugar porque no se hayan visto afectados por ese escándalo, se convocará otra rueda de prensa en la que se exigirán dimisiones “al más alto nivel” en el partido rival, y se anunciará una batería de medidas parlamentarias para exigir comparecencias y solicitar, de inmediato, “una comisión de investigación”. Luego, durante varios días o semanas, más ruedas de prensa de desmentidos y matizaciones. Alguien, para defenderse, recordará los escándalos judiciales de los que está pendiente el de enfrente y reprochará el caso aquel de un diputado, de un concejal o de un alcalde que está procesado por prevaricación y sigue siendo uno de los hombres fuertes del otro partido. “No admitimos lecciones de nadie”, que es la frase con la que se concluyen los rifirrafes.

¿Cuántas veces hemos asistido al mismo debate? ¿Cuántas veces las mismas palabras repetidas? Debe haberlo entendido así Podemos porque no se le conocen ruedas de prensa para meterse en esa refriega diaria; han renunciado a la mayor obsesión de todos los partidos políticos, la presencia diaria para rebatir al contrario. La confrontación sistemática. Deben haber pensado los de Podemos que el mayor beneficiario de esas disputas es quien no participa en ellas. A Podemos, en definitiva, les vale con el silencio porque les distancia de la melé y, subliminalmente, les acerca a quien asiste hastiado a la misma historia repetida desde la soledad de un currante que vuelve a su casa y se empapa de las noticias de la radio en el atasco de las ocho de la tarde. Cuando impera el ruido, el silencio es el arma más eficaz. Deben haberlo pensado así.

Esos tipos, que son estrategas de la comunicación política, van subiendo como la espuma en las encuestas (ya no hay nadie que discuta ese fenómeno político) por estrategias como esta, que rompen con lo establecido. Otra cosa será, bien es cierto, quela misma estrategia se pueda mantener en las siguientes etapas de crecimiento de esta nueva formación, si se confirman los porcentajes crecientes de las encuestas que se conocen.

La estrategia de consolidación de Podemos cambiará en cuanto sus dirigentes tomen asiento en las instituciones porque entonces ya no servirá sólo el silencio, ni las denuncias reiteradas de ‘la casta’ privilegiada que ocupa los cargos públicos en España. Entonces sólo servirán las respuestas ante problemas concretos, y es ahí, precisamente, donde está aflorando ya la principal incógnita de Podemos sobre su futuro mismo.

Ante el largo proceso constituyente que comienza este próximo fin de semana, ya han surgido diferencias notables entre la ‘cúpula pensante’ de Podemos (Pablo Iglesias, Monedero o Carolina Bescansa) y la principal corriente interna, Izquierda Anticapitalista (Pablo Echenique, Teresa Rodríguez…), que exige pronunciamientos y propuestas más radicales. No les sirve, en definitiva, eso que tanto repite Pablo Iglesias de que Podemos no es ni de izquierdas ni de derechas; que igual desdeña la política del PSOE como la del Partido Popular, como la de la extrema izquierda española, “que no sabe mirar más allá de su ombligo y reconocer que fuera de sus parámetros ideológicos puede haber inteligencia” (Conversación con Pablo Iglesias. Ediciones Turpial).

Unos y otros, dentro de Podemos, se encuentran y se reconocen en los movimientos, en las asambleas, en “las mareas” del descontento, pero edificar una estructura de poder sobre ese sustento arenoso ha sido hasta ahora un imposible físico. Jerarquía o caos. Como los silencios, que pueden ser una estrategia perfecta de oposición. La más eficaz. Pero se rompe en cuanto llega el poder y empieza exigir soluciones y respuestas a los problemas diarios.

No están. No se les ve. Han convertido el silencio, los silencios, en un arma política poderosa, acaso la más importante de la que disponen. Y los adversarios políticos, ese río revuelto de desencanto y de frustraciones en el que pescan, ni siquiera son conscientes porque nadie les había enseñado a combatir los silencios en política; porque sería como enviar a un ejército entrenado en el cuerpo a cuerpo a luchar contra fantasmas invisibles, que se esfuman como el humo, porque están y no están.