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Rajoy, qué gran ministro
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Javier Caraballo

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Rajoy, qué gran ministro

El gran misterio de este Gobierno radica en que Mariano Rajoy no es uno solo; Rajoy son varios que conviven en la misma persona política. Eso

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (EFE)

El gran misterio de este Gobierno radica en que Mariano Rajoy no es uno solo; Rajoy son varios que conviven en la misma persona política. Eso parece, por lo menos. Sin embargo, aquí andamos desde que llegó a la Moncloa dándole vueltas a un solo conceptopara intentar atraparlo, sin conseguirlo jamás, porque Rajoy puede ser él mismo y su contrario.

Dependiendo del día, Rajoy es uno o es otro. Pero una misma persona no puede ser el político frío, implacable, constante, que ha doblegado el brazo de todos aquellos que le han echado un pulso y, al mismo tiempo, un tipo pusilánime, mariposón, endeble, sin carisma, incapaz de reaccionar ante los problemas porque esconde la cabeza como el avestruz hasta que han pasado los problemas. ¿Pétreo o timorato?

Entenderemos que las dos cosas a la vez no se puede ser, y en Rajoy se citan ambas en el mismo tiempo, el mismo país y el mismo cargo. Es fácil de demostrar. Si se cogen, por ejemplo, las crónicas y las interpretaciones que se escriben de Rajoy aquí mismo, en El Confidencial, se apreciará que no es posible adjudicarle a la misma persona análisis tan opuestos.

Es probable, de hecho, que de ninguno de los presidentes de Gobierno que le han precedido se haya escrito que, en tan sólo dos años, se haya sentado “a las puertas de la Moncloa y, desde entonces, no ha visto más que pasar los cadáveres de sus enemigos”.Y no se trata de enemigos menores, que la colección que se le adjudica incluye tanto a los feroces rivales externos que se agarraban de los tirantes junto a la rotativa, en plan Charles Foster Kane, como internos, tan persistentes como la gota malaya, y es sabido que los enemigos internos son los peores en política.

Bien, pues al tiempo que se han leído esas crónicas, sin disentir apenas de lo anterior, se dice en otros análisis que Rajoy es “un superviviente, un corcho, un autista que consigue algunos éxitos por mera casualidad”. Tan desconcertante resulta analizar a Mariano Rajoy que el director de El Confidencial ha trazado un dibujo suyo y lo describía “como una mezcla de Winston Churchill y Mr. Chance, ese jardinero autista encarnado por Peter Sellers”. Quizá ha sido el retrato más acertado porque es el que mejor representa el desconcierto que existe en torno a Rajoy.

Pensemos ahora en los otros presidentes. ¿En qué se parece Mariano Rajoy a quienes se han sentado en el sillón principal del Consejo de Ministros? Es imposible encontrar rasgos que lo identifiquen a ninguno de ellos. Desde luego, no es como Adolfo Suárez, un político habilidoso y carismático, negociador y pragmático, ni como Leopoldo Calvo Sotelo, que siempre fue y actuó como número uno de su promoción de Ingeniero de Caminos. Nada que ver con Felipe González, que llegó como un ciclón a la Moncloa; ni con su antítesis, José María Aznar, con el que saltan chispas cuando se cruzan.

Es tan distinto a Zapatero; tanta ventaja le sacaba Zapatero en el manejo de la comunicación y de la seducción que, de hecho, Rajoy no consiguió noquearlo en ningún debate. Tuvo que hundirse España con el zapaterismo para que Mariano Rajoy ganara unas elecciones. Y lo hizo, que esa es otra, acumulando más poder en todas las instituciones del Estado de lo que habían logrado todos los anteriores. Pero si no se parece ni a Suárez, ni a Calvo Sotelo, ni a Felipe, ni a Aznar, ni a Zapatero, será porque no es posible encontrar en Mariano Rajoy ninguno de los rasgos de los anteriores: ni carisma, ni entusiasmo, ni rigidez, ni seducción… ¿Entonces? No sé…

Es posible que la clave esté en que, en realidad, Mariano Rajoy no es presidente del Gobierno. Por eso es tan difícil de definir, de acaparar conceptualmente, porque no actúa como presidente del Gobierno. Sí, sí, la clave de todo es que Rajoy forma parte de este Gobierno como un ministro más. En ninguna de las crisis, en ninguna de las bonanzas, la cabeza de Rajoy sobresale sobre las demás porque forma parte del mismo equipo. En la reciente crisis del ébola, o en la de Cataluña, o en cualquiera de las precedentes, no se encontrará un discurso de Rajoy que recordemos como el de aquel político que se puso delante de las cámaras, les habló a los ciudadanos, y supo cargar con los problemas a sus espaldas y señalar el norte.

Pero tampoco encontramos esas intervenciones memorables de Rajoy en los momentos buenos, cuando las cosas han comenzado a marchar mejor y la economía ha dejado de pertenecer a la crónica negra. Rajoy siempre aparece como un ministro más, el ministro principal, sí; acaso como el ministro de la Presidencia, pero sin que se le vean los galones de presidente. A Rajoy, en fin, le vendría mejor el título de ‘primer ministro’. Sin embargo, está ahí, que volvemos al principio, porque ese mismo tipo es el que se sienta a ver pasar el cadáver de sus enemigos y el mismo que ha embridado la quiebra y ha logrado rescatar la economía española del pozo en el que se la encontró.

Existen muchos manuales sobre el liderazgo, sobre la forma de ejercerlo y sobre la materia de la que están hechos los líderes políticos y sociales. Maquiavelo dejó escrito un tratado, el más conocido, con multitud de sentencias (“La máxima virtud de un príncipe es conocer a los suyos” porque “el odio se gana tanto con las buenas acciones como con las malas”), pero pocas se le pueden aplicar a Rajoy en su forma de ser y de actuar. Igual, todo es mucho más sencillo y Mariano Rajoy se ve reflejado mejor en la tesis de Woody Allen cuando piensa que “el noventa por ciento del éxito se basa simplemente en insistir”.

El gran misterio de este Gobierno radica en que Mariano Rajoy no es uno solo; Rajoy son varios que conviven en la misma persona política. Eso parece, por lo menos. Sin embargo, aquí andamos desde que llegó a la Moncloa dándole vueltas a un solo conceptopara intentar atraparlo, sin conseguirlo jamás, porque Rajoy puede ser él mismo y su contrario.

Mariano Rajoy