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Podemos, el voto útil
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Javier Caraballo

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Podemos, el voto útil

El mensaje más letal de Podemos, su arma electoral más arrolladora, es un viejo conocido de la política, la aspiración primera de todo partido, de todo

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón clausuran la Asamblea Ciudadana. (Gtres)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón clausuran la Asamblea Ciudadana. (Gtres)

El mensaje más letal de Podemos, su arma electoral más arrolladora, es un viejo conocido de la política, la aspiración primera de todo partido, de todo candidato. Convertirse en voto útil, en el medio preferente de los votantes para lograr sus objetivos. Y esa fuerza arrolladora que se percibe en Podemos desde el origen tiene que ver con esa asociación, acaso inconsciente, subliminal, que se establece entre una fuerza política y los deseos de cambio de una sociedad. Quien quiere quitar al Partido Popular del Gobierno, quien quiere apearlo del poder, ya no mira al Partido Socialista, como en todos años atrás, sino que mira Podemos.

Por eso, en las encuestas de intención de voto, al contrario de lo que ha ocurrido en otros momentos de esta democracia, la caída del Partido Popular por el desgaste del Gobierno no presupone un ascenso, igual y paralelo, del principal partido de la oposición, el PSOE. Es la fuerza arrolladora del voto útil el principal valor que le ha arrebatado Podemos al Partido Socialista, y en el tsunami ha sucumbido antes Izquierda Unida y se han petrificado otros, como UPyD.

Esa, de todas formas, es la fotografía electoral del momento, lo que se respira en la calle, pero si la política tiene algo demostrado es que no es una ciencia exacta. Y Podemos es una precisa y concienzuda operación de diseño político a la que, como bien indica su líder Pablo Iglesias, le queda aún lo más difícil del camino por recorrer.

Lo mejor que ha hecho Podemos hasta el momento ha sido algo tan básico como sintonizar en el momento preciso con un estado de ánimo colectivo. Exactamente igual que pudo ocurrir en los 80, cuando el PSOE de Felipe González, como una fuerza arrolladora, enterró el centrismo de Suárez en medio del deterioro y la descomposición interna de UCD.

Quince años más tarde, la campana le sonó al propio PSOE, horadado por la corrupción del felipismo. Aznar supuso entonces el cambio y la ‘lluvia fina’ de su política tozuda, convencida, constante, lo aupó hasta la primera mayoría absoluta de la derecha, en el año 2000. ¿Cuándo cambiaron los aires? Justo cuando el estado de cabreo latente por la guerra de Irak lo inundó todo con uno de los episodios más tristes, más oscuros, más dramáticos de nuestra historia reciente, los atentados del 11 de marzo. Otra vez ansias de cambio.

Por eso llega Zapatero y se hunde en el preciso momento en el que la sociedad española, otra vez, parece que se conjura con una ambición colectiva de cambio. El desastre de la crisis económica deja desnudo a Zapatero, y ante la tiesura y el riesgo de quiebra del país entero, sus sonrisas de ayer se vuelven gestos insultantes para el electorado.

En cada uno de esos momentos de cambio ha ocurrido, con las diferencias notables que se quieran apreciar, el mismo fenómeno social y político. Y en cada uno de ellos, era un partido político o un líder quien simbolizaba el voto útil para echar al Gobierno que había fracasado. ¿No ha oído nunca en su entorno, o usted mismo, eso de votar con la ‘nariz tapada’ a este partido o aquel otro? No existe mejor expresión del voto útil.

En el caso de la izquierda española, el fenómeno era más amplio aún; sin necesidad de taparse la nariz, el PSOE se ofrecía a todos los votantes de izquierda como voto útil por ser un partido con posibilidades reales de gobierno, al contrario de otras opciones minoritarias.

Lo que está ocurriendo en este momento, y que diferencia este periodo de los anteriores, es que el deterioro no le afecta sólo al partido en el Gobierno, sino al sistema político en su conjunto. Los casos de corrupción y los recortes de la crisis han igualado a las fuerzas políticas tradicionales ante el electorado. Ahí es donde surge Podemos, desde fuera de ese sistema político desgastado, viciado, como fuerza política nueva y ‘voto útil’ para quien quiera romper con lo que se detesta. Hace falta un mensaje para conectar con el electorado: hay que acabar con la casta política.

Vídeo:Pablo Iglesias sobre Lenin y la izquierda

Esto lo ha entendido Pablo Iglesias desde el principio. En 2012, en una intervención reveladora en La Tuerka, el laboratorio del que surgió esta formación, decía Pablo Iglesias, todavía un desconocido: “En 1917, Lenin no dijo ‘comunismo’; dijo ‘pan y paz’. Y eso le sirvió para agregar una cosa enorme en un contexto muy preciso: no es un problema de qué color sean las banderas, no es un problema de diagnóstico, es un problema de agregar fuerzas. De qué discurso eres capaz de construir. En un momento te dices: ‘Yo tengo la fuerza de las mayorías sociales’. Por decirlo con una metáfora, la izquierda debe aprender a vestir el traje de la victoria. Es verdad que para follar hay que desnudarse, pero para ligar hay que vestirse. Y para vestirse hay que construir discursos y aparatos discursivos”.

Ese pragmatismo de ‘pan y paz’ es la teoría política que lleva al mensaje de la ‘casta’ en el que, como ya hemos observado, tampoco existen banderas de izquierda o de derecha. Podemos se resiste a ir más allá de la síntesis con la que ha conectado con el electorado; si un solo mensaje le ha dado la fuerza social, para qué desgastarlo con propuestas concretas. Y se ha vestido con el traje seductor de la demagogia del momento.

Para no tener que desnudarse ha renunciado incluso a las elecciones municipales y autonómicas, como pedían algunos dentro de la nueva fuerza política. Pero las elecciones generales están aún muy lejanas y hasta noviembre de 2015 queda un mundo inescrutable en política. Pablo Iglesias, como ya se está viendo, se resiste a concretar sus propuestas (a veces hasta el ridículo: el otro día le preguntaron si pensaba plantear un referéndum sobre “monarquía o república” y contestó repetidamente que el referéndum sería sobre “la mayoría de edad de la sociedad española”), pero no es probable que esa inopia idílica la pueda mantener un año entero, con todos sus días.

La casta, la casta, la casta, sí, pero qué más. En Cyrano de Bergerac el pobre Gastón se desvivía ante su amada invocándole el amor, una y otra vez, “amor, mi amor, te quiero, amor, mi amor...” Y la doncella, harta de la misma repetición, le contestaba: “Amor es el tema, desarrolladlo”. Pues lo mismo. La casta es el tema. Falta ahora todo lo demás, el desarrollo que no acabe con esa fuerza de ahora que se llama voto útil.

El mensaje más letal de Podemos, su arma electoral más arrolladora, es un viejo conocido de la política, la aspiración primera de todo partido, de todo candidato. Convertirse en voto útil, en el medio preferente de los votantes para lograr sus objetivos. Y esa fuerza arrolladora que se percibe en Podemos desde el origen tiene que ver con esa asociación, acaso inconsciente, subliminal, que se establece entre una fuerza política y los deseos de cambio de una sociedad. Quien quiere quitar al Partido Popular del Gobierno, quien quiere apearlo del poder, ya no mira al Partido Socialista, como en todos años atrás, sino que mira Podemos.

UPyD