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El arzobispo y el sexo
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Javier Caraballo

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El arzobispo y el sexo

Certezas, dudas y contradicciones de la trama de abusos destapada por el Papa Francisco en la Iglesia de Granada

Foto: El arzobispo de Granada, el pasado domingo en la misa en la que se postró y pidió perdón por los escándalos que afectan a su institución. (Efe)
El arzobispo de Granada, el pasado domingo en la misa en la que se postró y pidió perdón por los escándalos que afectan a su institución. (Efe)

San Efrén. El arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, tiene su biografía repleta de peculiaridades, pero en pocas de ellas se detalla su devoción por un santo del siglo IV, San Efrén, del que este prelado se ha convertido en uno de los mayores especialistas del mundo. Martínez, doctorado en arameo y literatura siríaca, lo ha traducido, lo ha estudiado y lo ha venerado. Pero tanta pasión por un santo casi desconocido y primitivo esconde un secreto revelador, íntimo, del propio arzobispo. Porque cuando se hojean sus trabajos de investigación sobre San Efrén lo que se descubre en realidad es la propia religiosidad de Francisco Javier Martínez. El arzobispo de Granada se mira en el espejo de San Efrén y descubre que su visión del mundo es contemporánea. Y dice, por ejemplo, que debemos superar la idea de que "la Creación es un mundo que pertenece a la ciencia, esclavo del poder de la ciencia, y no tiene nada que ver con Cristo (...) San Efrén no entendería eso en absoluto".Ahí, en San Efrén, está su sentido ultraconservador de la Iglesia que convierte la mirada religiosa del arzobispo granadino en una regresión constante a una Iglesia más elemental y primigenia; una religiosidad basada en el sometimiento, la abnegación y el miedo de Dios.

San Efrén, sí. Sólo así se explica a la persona de Francisco Javier Martínez y se logra establecer un nexo de unión entre las dos últimas grandes polémicas en las que se ha visto envuelto el arzobispo de Granada, ambas relacionadas con el sexo. La primera, hace un par de años, cuando el arzobispado de Granada publicó el libro Cásate y sé sumisay la segunda, ahora, cuando un joven profesor universitario le denunció una trama de pederastia en su diócesis y le aconsejó abnegación y confianza en la Virgen. Sumisión, abnegación, silencio... Ahí es donde cobran sentido algunos de los poemas y cánticos de San Efrén que el arzobispo de Granada ha rescatado de los legajos:

“El cómo y el porqué, esto está dentro del silencio.
Fuera de ese silencio, ¡tú canta la gloria!
Que no se haga tu lengua
un puente por donde pasan toda clase de palabras”

Cuando el año pasado, también en el otoño, se incendió en toda España la polémica sobre el libro Cásate y sé sumisa, del que hasta la entonces ministra Ana Mato pidió su retirada, el arzobispo de Granada no sólo no se mostró arrepentido de haber patrocinado la edición del libro de la escritora italiana Constanza Miriano sino que se revolvió contra los que lo criticaban y dijo que aquella controversia le parecía “ridícula e hipócrita”. Y se reafirmó en aquel texto que contenía párrafos tan groseros como que “ahora es el momento de aprender la obediencia leal y generosa, la sumisión”. O esta otra: “Tu marido es ese santo que te soporta a pesar de todo. Si algo que él hace no te parece bien, con quien tienes que vértelas es con Dios: puedes comenzar poniéndote de rodillas y la mayoría de las veces todo se resuelve”. En aquellos días de polémicas por el libro, algunos periódicos locales quisieron retratar con testimonios de párrocos de la capital granadina al arzobispo y se encontraron con la sorpresa de que la mayoría de los sacerdotes se negaba a hacer declaraciones y, mucho menos, a aparecer con su nombre y apellidos. Todo lo más que alcanzaron a decir en algún reportaje es que Francisco Javier Martínez “tiene un complejo martirial; Es un hombre descolocado, muy fuera de lugar”.

Cuando, el pasado 13 de octubre, un joven profesor universitario llegó a la majestuosa sede del Tribunal Superior de Justicia de Andalucíapara interponer una denuncia ante la Fiscalía, una de las primeras cosas que pudieron oír los policías que atendieron su declaración es que en el arzobispado de Granada lo que se le pedía era abnegación y confianza en la Virgen. De la misma forma que en el libro aquel se aconsejaba a las mujeres que si sus maridos hacían alguna cosa “que no te parece bien, con quien tienes que vértelas es con Dios”. Pero este joven profesor universitario, que sufrió abusos sexuales desde los 14 hasta los 17 años, pensaba que las responsabilidades que, según el arzobispo de Granada, se habían depurado eran insuficientes. Que no había lugar para la abnegación, como en todos los años que había callado, hasta los 24 años que tiene en la actualidad. Por esa razón, decidió pasar de la denuncia interna, en el seno de la Iglesia, a la denuncia en los tribunales de Justicia. Por eso, claro, y porque fue el propio Papa Francisco el que lo animó a dar ese paso en la segunda vez que lo llamó por teléfono, decepcionado también con la pasividad del arzobispo. Era el 10 de octubre pasado, viernes. Justo dos meses antes, el 10 de agosto, fue la primera vez que el Papa Francisco telefoneó al joven profesor que le había escrito una carta unos días antes, a finales de julio, denunciando los abusos cometidos por párrocos de Granada. Y le pidió que, de inmediato, se lo contara al arzobispo Martínez.

El problema principal del arzobispo de Granada es que la sobreactuación de estos últimos días, como cuando se tumbó en el suelo en señal de perdón en la misa del pasado domingo, no logra ocultar la implacable certeza de las fechas. El arzobispo, en suma, no dice la verdad cuando afirma que ha actuado con toda celeridad y que adoptó las medidas oportunas en cuanto investigó los hechos y comprobó que tenían verosimilitud. El simple contraste de las fechas que se conocen, que son públicas, evidencian que la actuación del arzobispo solo se produce cuando la víctima, después de dos meses de espera, habla de nuevo con el Papa y, alentado por éste, se va directo a la fiscalía y pone la denuncia. Entonces, sólo entonces, en los días posteriores a la denuncia del joven en la Fiscalía, el arzobispado suspende a divinis a los tres sacerdotes que luego han sido imputados, pero coloca en su lugar a otros que también están implicados en la trama que, por el momento, afecta a diez párrocos y a dos seglares. De la misma forma, siempre con posterioridad a la denuncia penal del joven, el arzobispado remite una carta a la Fiscalía en la que se ponía a su disposición. Y públicamente, como es evidente, el arzobispo de Granada no ha realizado ni una sola declaración hasta que los hechos se conocieron públicamente, el pasado 17 de noviembre. Es el joven profesor que interpone la denuncia quien entrega en la Fiscalía una copia de la investigación interna de la Iglesia, una copia de su carta al Papa Francisco, un escrito de denuncia con los abusos a los que fue sometido y una certificación del tratamiento psicológico al que se somete porque no logra superar los años de abusos que padeció.

Aquel lunes 17 de noviembre, El Confidencial ya adelantó que no se trataba de un caso más de abusos en el seno de la Iglesia sino que estábamos ante una trama de abusos a menores que había actuado durante años, que afectaba a sacerdotes y a seglares y que entre sus víctimas se encontraban no sólo niños sino también niñas. Todo eso, que se deduce de las primeras declaraciones del joven profesor universitario, avanza lentamente en la investigación. Las fuentes consultadas por El Confidencial insisten, dos semanas después de conocerse el caso, que el alcance real de la trama está por determinar. Y acaso no se llegue a abarcar nunca se si tiene en cuenta que se trata de una parroquia en un barrio populoso de Granada, el Zaidín, en el que esta trama ha podido actuar con total impunidad durante años captando a niños y a adolescentes a los que sometían a los abusos sexuales que se investigan, haciéndoles ver que formaban parte de su educación religiosa.

Y a medida que avanza la investigación y se va desvelando la terrible realidad oculta, más se pone en cuestión la actuación del arzobispo. ¿Cómo es posible que no conociera nada, que nada sospechara de una trama que utilizaba las parroquias y pisos y chalés para sus supuestas perversiones sexuales, después de 11 años en el arzobispado? 'Los Romanones' llamaban a los miembros de la trama, en honor al presunto cabecilla, el padre Román, en libertad bajo fianza de 10.000 euros, pero en Palacio no se tenían noticias de su existencia. En fin. Tras la primera denuncia, del joven profesor que se presentó en la fiscalía, ya existe un segundo testimonio acusatorio y pueden salir más en los próximos días. Seguirá adelante el proceso, pese a las presiones habidas, a los silencios, los temores, la vergüenza y la ocultación porque, como dice el Papa, “la verità è la verità. E non dobbiamo nasconderla". Diga lo que diga San Efrén.

San Efrén. El arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, tiene su biografía repleta de peculiaridades, pero en pocas de ellas se detalla su devoción por un santo del siglo IV, San Efrén, del que este prelado se ha convertido en uno de los mayores especialistas del mundo. Martínez, doctorado en arameo y literatura siríaca, lo ha traducido, lo ha estudiado y lo ha venerado. Pero tanta pasión por un santo casi desconocido y primitivo esconde un secreto revelador, íntimo, del propio arzobispo. Porque cuando se hojean sus trabajos de investigación sobre San Efrén lo que se descubre en realidad es la propia religiosidad de Francisco Javier Martínez. El arzobispo de Granada se mira en el espejo de San Efrén y descubre que su visión del mundo es contemporánea. Y dice, por ejemplo, que debemos superar la idea de que "la Creación es un mundo que pertenece a la ciencia, esclavo del poder de la ciencia, y no tiene nada que ver con Cristo (...) San Efrén no entendería eso en absoluto".Ahí, en San Efrén, está su sentido ultraconservador de la Iglesia que convierte la mirada religiosa del arzobispo granadino en una regresión constante a una Iglesia más elemental y primigenia; una religiosidad basada en el sometimiento, la abnegación y el miedo de Dios.

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