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Rajoy, sin mamporros ni mamporreros
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Javier Caraballo

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Rajoy, sin mamporros ni mamporreros

Escribir bien de Rajoy… Pero, ¿para qué? Y sobre todo, ¿por qué? Un presidente que casi no habla, que parece un don Tancredo de Santiago de Compostela

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (EFE)

Escribir bien de Rajoy… Pero ¿para qué? Y, sobre todo, ¿por qué? Un presidente que casi no habla, que parece un don Tancredo de Santiago de Compostela, un líder con cara de querer dejar de serlo, un presidente que no preside, un presidente que parece en verdad el ministro de la Presidencia. Un presidente que no pone nada, un tipo que habla de hilillos y se le van las eses hasta el mar profundo.

¿Hablar bien de Rajoy? ¿En serio? ¿Hay necesidad? Pues esa es la cuestión, que son tantos los mamporros y tantos los mamporreros que hasta resulta estimulante acercarse a Rajoy sin complejos y mirarlo de cerca. Sin parpadear. A ver de qué va este hombre.

Es probable que nadie en su cargo, a los cuatro años de mandato, haya tenido que soportar un mayor descrédito que Mariano Rajoy al final de esta primera legislatura en la que, hasta ahora, todos se han consagrado. O por lo menos se han embadurnado con una pátina de solemnidad que los elevaba sobre el resto. Rajoy no; lleva cuatro años en la Moncloa y no se le conoce ni una mala leyenda de Bodeguilla, como Felipe González; ni un secreto a escondidas con el Rey, como le pasaba a Adolfo Suárez; ni una misteriosa libreta de pastas azules, como Aznar; ni un ejército de artistas apuntando con la ceja circunfleja, como Zapatero.

Rajoy parece la nada con sifón, el presidente menos presidente de la democracia española. Por eso la pregunta fundamental, ¿hablar bien de Rajoy? ¿Pero hay necesidad? Lo que se lleva es lo contrario, ya lo sé, porque no hay misterios entre las bambalinas, porque ¿qué se va a decir si no de un líder que ni siquiera ejerce de líder?

Mariano Rajoy Brey es, en fin, el presidente más atípico de la democracia española. Y como parece diseñado para darle mamporros, lo saludable es desconfiar de esa inercia. Personalmente, Rajoy me parece un político español que no está a la altura de los tiempos que se viven, pero esa carencia fundamental no se le podría adjudicar, desde luego, en exclusiva.

¿Qué dirigente político de la actualidad está a la altura de los problemas? ¿Quién, por ejemplo, sabe darle respuesta al desafío soberanista de Cataluña? Fuera de los discursos circulares, que ya nos sabemos todos de memoria, nadie supera a Mariano Rajoy en la pasividad.

¿Que Rajoy es el presidente del Gobierno y esa es su responsabilidad? Desde luego, pero más allá, si se intentan buscar respuestas al margen del presidente, nos encontraremos con la misma nada envuelta en diferentes celofanes. Discursos, todos; salidas, ninguna. Simplemente, no existe en la actualidad ningún dirigente político en España capaz de liderar una salida al conflicto de Cataluña.

Otra más: Rajoy ha incumplido compromisos fundamentales de su programa electoral. Nadie podrá discutirlo, de la misma forma que nadie podrá poner el ejemplo de un dirigente político en España que haya cumplido con su programa electoral. Hasta los Podemos se han desdicho de su programa electoral a los cinco meses, sin ni siquiera pisar el Gobierno. La sola expectativa electoral ha bastado para que hayan adaptado sus promesas a la nueva realidad de la formación política.

“La realidad” o “la herencia recibida”, que son las dos grandes excusas de los incumplimientos electorales desde que Tierno Galván dictaminó aquello de que “las promesas electorales están hechas para incumplirlas”.

¿Y la corrupción? ¿Es posible encontrar en España un partido político que no esté salpicado de corrupción, como lo está el Partido Popular? Son los propios dirigentes de los principales partidos políticos quienes se encargan de recordarle al personal que todos tienen algo que callar en cuanto ponen el ventilador delante de los micrófonos de las ruedas de prensa. El fuego se contesta con fuego. Y ahí está, de hecho, la ‘nueva izquierda’ de Pablo Iglesias construyendo, con el barro de esas cenizas, un proyecto nuevo.

Por eso, por todo eso, la mayor distorsión que se comete estos días se produce al analizar la figura de Rajoy como si fuera el epicentro de males comunes. Rajoy es responsable de la displicencia de su persona y, ya está dicho, es el presidente más atípico de la democracia española, porque ni habla, ni lidera, ni se le ve con interés en demostrar algo. Pero con todos esos lastres pesándole como plomos en los bolsillos de la chaqueta, es conveniente reconocerle a este hombre que ha liderado un Gobierno en las peores condiciones.

La España que sale de la crisis es una España devastada, como si la hubiera arrasado una guerra de siete años que ha dejado más pobres de los que había, más precariedad de la que existía, más recortes y menos derechos, más paro y más tiesos. Pero la quiebra que se anunciaba entonces, el abismo al que nos dirigíamos, aquel que tantos pronosticaron, no ha llegado. El apocalipsis tantas veces anunciado no se ha producido. Y todos hemos leído en estos años pronósticos catastrofistas sobre el destino inmediato de España que no se han cumplido.

Escribir bien de Rajoy… Pero ¿para qué? Y, sobre todo, ¿por qué? Un presidente que casi no habla, que parece un don Tancredo de Santiago de Compostela, un líder con cara de querer dejar de serlo, un presidente que no preside, un presidente que parece en verdad el ministro de la Presidencia. Un presidente que no pone nada, un tipo que habla de hilillos y se le van las eses hasta el mar profundo.

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