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Nochebuena sin Juan Carlos
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Javier Caraballo

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Nochebuena sin Juan Carlos

Los sonidos son como los olores, capaces de impregnar un recuerdo grande o pequeño; una sonrisa, un amor, una etapa de la vida, el tiempo pasado

Foto: El rey don Juan Carlos en su último discurso de Navidad (GTres)
El rey don Juan Carlos en su último discurso de Navidad (GTres)

Los sonidos son como los olores, capaces de impregnar un recuerdo grande o pequeño; una sonrisa, un amor, una etapa de la vida, el tiempo pasado de un país. Los sonidos son como los olores, es verdad, y lo mismo que, por ejemplo, la música del NO-DO trae el recuerdo de una España concreta, la España de la posguerra y del desarrollismo, los discursos de Nochebuena del rey don Juan Carlos nos devuelven una etapa en la vida de España que ya se ha ido, los primeros años de la democracia.

“Buenas noches. En Nochebuena, como cada año, me dirijo a todos vosotros para transmitiros mis mejores deseos de paz y felicidad. Al término de este año difícil y complicado para todos, quiero hablaros con sinceridad y realismo, sin rehuir los problemas que nos aquejan como sociedad…”. Sólo hace falta cerrar los ojos para recrear con detalle la escena de cada Nochebuena, de la Nochebuena de cada uno de nosotros, con ese sonido de fondo, esa voz, desde hace treinta y ocho años. Cambia el paisaje, se modifica el entorno, el aire se llena de tristezas por tantas ausencias y se consuela con vidas nuevas; cambian las circunstancias, cambiamos nosotros, pero cada Nochebuena aparecía esa voz de fondo como si viniera a hilvanar todos los momentos vividos.

Pasarán los años y, al mirar atrás, nos daremos cuenta de que de todos los acontecimientos nuevos que se han agolpado en este año, ninguno tiene más trascendencia histórica que la abdicación de don Juan Carlos. Acaso porque los agrupa a casi todos; quizá porque en esa renuncia se concentra el final de una época, más allá de la persona que la protagoniza. De la misma forma que en la figura de don Juan Carlos se sintetizó el espíritu de una sociedad al morirse Franco, aquello que llamamos ‘juancarlismo’, la salida del trono supone el cierre de esa etapa en la vida de España que ya no se guía por las referencias de todos estos años atrás; que no puede sobrevivir igual porque los tiempos han cambiado definitivamente.

Ha contado don Juan Carlos que cuando se enfrentó a la redacción de su primer discurso de Navidad, con la propia Monarquía todavía en tenguerengue, Torcuato Fernández Miranda le aconsejó: “Todo dependerá de vuestro primer discurso. Es preciso decir a los españoles lo que queréis hacer y cómo lo vais a hacer”. Don Juan Carlos se tomó en serio el consejo que le daban y entendió que tenía que sintetizar su reinado, desde el primer momento, en un solo titular, como hacen los periodistas. “Y en aquel primer discurso, dije muy claramente que quería ser el rey de todos los españoles”, explicó.

Desde el primer discurso hasta el último, don Juan Carlos ha utilizado todos los giros retóricos imaginables para insistir en el mismo mensaje. ¿Cómo le gustaría pasar a la historia? Le han preguntado ya al final de su reinado y la respuesta ha sido la misma que entonces: “Como el Rey que ha unido a todos los españoles”. Quien conoce la historia de España y quien se asome al presente, compartirá al instante que si ese fuera el legado del reinado de don Juan Carlos, su lugar en la historia no se borrará jamás.

Luego, cuando se murió el dictador, España se fue desperezando, se sacudió la caspa de las hombreras de la chaqueta, y se hizo moderna, europea, desenfadada y libre. La fábrica del Seiscientos se hizo alemana, la fiebre del gin-tonic eclipsó para siempre a la España del anís Castellana, las playas se llenaron de españolas en topless y los boniatos ya sólo se encuentran como souvenir nostálgico en el puesto de las castañas asadas, esas máquinas de niebla artificial de las calles del otoño.

Han sido treinta años contados uno a uno en los que, como en un tobogán, se pasaba por dificultades y tensiones, penurias y alegrías; frustraciones que se borraban con esperanzas nuevas. Y cada año acababa, en el estrecho del embudo en el que nos encontramos todos en Navidad, con el sonido de fondo del discurso de Navidad del Rey Juan Carlos y la familia entera en torno a la mesa. Esa voz… Esa voz tan propia de la Navidad como los villancicos.

El discurso de Navidad de don Juan Carlos, ahora que no está, se archiva en la memoria con el sonido de estos años. Y la ausencia de ese mensaje en la Nochebuena, de esa voz, traía un eco lejano de telediario: “Españoles, la Transición ha muerto”.

Los sonidos son como los olores, capaces de impregnar un recuerdo grande o pequeño; una sonrisa, un amor, una etapa de la vida, el tiempo pasado de un país. Los sonidos son como los olores, es verdad, y lo mismo que, por ejemplo, la música del NO-DO trae el recuerdo de una España concreta, la España de la posguerra y del desarrollismo, los discursos de Nochebuena del rey don Juan Carlos nos devuelven una etapa en la vida de España que ya se ha ido, los primeros años de la democracia.

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