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Pujol, corrupción dinástica
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Javier Caraballo

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Pujol, corrupción dinástica

Parece que Jordi Pujol es avaro en sus declaraciones en el juzgado. Cuando le preguntan, contesta seco, con pocas palabras, a veces en catalán, para que

Foto: Foto de archivo de la familia Pujol. (EFE)
Foto de archivo de la familia Pujol. (EFE)

Parece que Jordi Pujol es avaro en sus declaraciones en el juzgado. Cuando le preguntan, contesta seco, con pocas palabras, a veces en catalán, para que le traduzcan, y otras en castellano, como un favor especial, una medida de gracia, hacia quienes le interrogan. Parece que Jordi Pujol mantiene la pose distante y soberbia, prepotente, con la que, en sus tiempos de molt honorable, repartía lecciones por España. Por eso debe incomodarle tanto esto de sentarse en un banquillo para responder preguntas de un cualquiera. Es fácil imaginárselo mientras lo interrogan, mascullando “¿qué coño es la Justicia?”, como hizo en su día con la UDEF.

Parece que Pujol llega al juzgado con un maletín repleto de testigos muertos y documentos desaparecidos, pero la sequedad de las declaraciones, la soberbia agria del carácter y hasta la mortaja del portafolios para lo único que están sirviendo es para dibujar la realidad simplona de una España imperecedera; una España corrupta que atraviesa regímenes, que anida en el franquismo, pone huevos en la democracia y cría pollos en el catalanismo. La historia que entre silencios y desplantes nos está contando Pujol es la historia de una dinastía corrupta. Como una serie. La dinastía corrupta de los Pujol.

Florenci, el padre del expresidente de la Generalitat, “era un hombre muy simpático, con una mirada irónica y maliciosa, de pícaro inteligente”. Lo describía así en un libro de memorias (Una vida entre burgueses) un catalanista llamado Manuel Ortínez i Murt. El exministro socialista Jordi Solé Tura, ya fallecido, describió el testimonio como “una descarnada descripción de los usos y costumbres de la burguesía catalana de la posguerra”. Según Solé Tura, lo más interesante de ese libro era comprobar cómo esa burguesía catalanista se integró rápidamente en el engranaje del franquismo gracias al aceite de siempre, el aceite de la corrupción. “La burguesía catalana aceptó sin rechistar las reglas de juego del franquismo, entre ellas el soborno y la corrupción. (…) El propio Ortínez explica sin ambages sus propias andanzas como uno de los hombres de la maleta que transportaba regularmente a Madrid los fondos de la corrupción institucionalizada”.

En aquella España, Florenci Pujol hizo fortuna gracias a un negocios de tráfico de divisas que montó con un judío llamadoDavid Tennenbaum. ¿Y qué hacían? Proporcionaban divisas a quien las necesitara, como el mencionado Ortínez i Murt, que cuenta su experiencia: “Si tú exportabas un producto que te daba un millón de dólares, simulabas venderlo al doble de ese precio y por tanto podías importar por dos millones. (…) Yo libraba las pesetas en Barcelona, en billetes de cien, que hacían un bulto considerable, y las pesetas convertidas en dólares aparecían en los Estados Unidos o en Suiza. Naturalmente, era una operación delicadísima que no podías realizar con cualquiera. Con Florenci Pujol nunca tuve ningún otro trato más que éste”.

El propio Jordi Pujol admitió el pasado martes, ante las preguntas de la Fiscalía, que su padre había hecho el dinero negro con sus negocios de “cambio de divisas” que, según dijo, era una actividad ilegal en el franquismo, pero también “tolerada” hasta cierto punto. Debió ser así porque esto tampoco cambia: en los negocios sucios de la alta sociedad siempre hay alguien que mira para otro lado.

Vídeo:Los millones de la familia Pujol

Es importante ir subrayando términos y conceptos. “Corrupción institucionalizada”, “cuentas en Suiza” y una burguesía podrida que se acomoda a las prácticas del régimen en el que vive. Contemplado desde las perspectivas del padre Florenci, es fácil observar que Jordi Pujol se convirtió en heredero de algo más que del dinero acumulado en el tráfico de divisas.

La corrupción es la que pasa como herencia de generación en generación, como cangilones de una noria que transporta la misma agua, la misma moral, la misma ambición. De Florenci a su hijo Jordi, que ya ha confesado su ocultación, y de este a sus hijos, que es la etapa que estamos viviendo ahora, que se está desatapando ahora. Cuando se completen esos sumarios –si finalmente no acaban en el bluf que se teme en algunas esferas judiciales por las demoras e imprecisiones de la investigación– se podrá montar un serial que trasciende de la corrupción ocasional. Será la historia de tres generaciones de una dinastía que abarca tres regímenes políticos distintos, la dictadura de Franco, la España democrática y, dentro de ella, la Cataluña del autogobierno.

Hace años, a finales de 2007, un tipo brillante, polémico y provocador se subió a un barco en el puerto de Barcelona y se despidió con amargura y bilis de Cataluña. Antes de irse, dejó escrito un libro, con pasajes memorables. “Al grito de maricón el último, los elegidos se han lanzado al asalto del erario público con un éxito que no tiene precedentes. Y aquellos que no lo consiguieron momentáneamente, es decir, el resto de la elite autóctona, advirtieron que sólo era cuestión de aguardar la ocasión y permanecer agazapados esperando un día imitar al jefe, el cual, como era previsible, salió judicialmente indemne de toda sisa o saqueo bancario, exceptuando el aura de rapacidad que ha compartido con la familia”. El autor de ese libro se llama Albert Boadella. Y sigue ‘exiliado’. Igual, cuando se apaguen las hogueras del independentismo y se disipen las humaredas del soberanismo, que nada más dejan ver, la sociedad catalana se detenga un momento en mirar atrás. Y contemplar en qué han convertido a Cataluña.

Parece que Jordi Pujol es avaro en sus declaraciones en el juzgado. Cuando le preguntan, contesta seco, con pocas palabras, a veces en catalán, para que le traduzcan, y otras en castellano, como un favor especial, una medida de gracia, hacia quienes le interrogan. Parece que Jordi Pujol mantiene la pose distante y soberbia, prepotente, con la que, en sus tiempos de molt honorable, repartía lecciones por España. Por eso debe incomodarle tanto esto de sentarse en un banquillo para responder preguntas de un cualquiera. Es fácil imaginárselo mientras lo interrogan, mascullando “¿qué coño es la Justicia?”, como hizo en su día con la UDEF.

Jordi Pujol Familia Pujol-Ferrusola