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El loco que saltó de la ambulancia y mató a un cura
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Javier Caraballo

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El loco que saltó de la ambulancia y mató a un cura

El asesino llamó a una persona, aún sin identificar, antes de cometer el asesinato. Pero esa persona, que pudo evitar el crimen, no le dio importancia y no avisó a la Policía

Foto: Funeral en Sevilla por el sacerdote Carlos Martínez Pérez. (EFE)
Funeral en Sevilla por el sacerdote Carlos Martínez Pérez. (EFE)

Jueves 16 de julio, Sevilla, tres y media de la tarde. En esta ciudad, en este mes, esa es la hora del ecuador del día en el que el fuego vacía las aceras, la convierte en un páramo desolado sólo habitado por un puñado de transeúntes camino de sus casas y un grupo de turistas en camiseta, fotografiándose delante de los termómetros que marcan cerca de 50 grados. A esa hora, en un pueblo cercano a la capital, en ElAljarafe, un médico se ha debido quedar mirando a los ojos de José Eugenio Alcarazo Fernández, de 51 años, para ver si entendía algo de lo que le estaba diciendo. Fue ingresado por un intento de suicidio en el hospital de San Juan de Dios de Bormujos y, para completar el diagnóstico, los médicos que le tratan han decidido que deben trasladarlo al hospital Virgen del Rocío de Sevilla para hacerle una evaluación psiquiátrica completa.

A las tres y media de la tarde, a pocos kilómetros de allí, en el centro de Sevilla, Carlos Martínez Pérez, de 76 años, repasa, refugiado en su domicilio de la calima, los quehaceres de la tarde, en cuanto el calor comience a dar alguna tregua. A las siete de la tarde, misa en el convento de San Leandro y, nada más acabar, a su casa a cambiarse de ropa para acudir a la parroquia de San Isidoro y oficiar otra misa. San Leandro y San Isidoro, que fueron hermanos, que fueron arzobispos de Sevilla, el uno detrás del otro, son ahora, tantos siglos después, los dos núcleos vitales de este hombre, de este cura querido por todos, capellán del convento de San Leandro y vicario de San Isidoro. Querido por su carácter afable, apreciado por su entrega y admirado por su formación, domina varios idiomas, es doctor en Historia y está licenciado de Ciencias Económicas y Geografía e Historia. El convento de San Leandro y la parroquia San Isidoro, y en una calle cercana, en el número 8 de Francisco Carrión Mejías, tiene el sacerdote Carlos Martínez su domicilio donde, esa misma tarde, lo espera la muerte.

Lejos ya del hospital del que se había fugado, José Eugenio Alcarazo Fernández se ha dirigido a Triana, donde viven su mujer y sus tres hijos. Es un matrimonio roto, en espera de la separación definitiva, después de muchos años de un infierno común de malos tratos y desprecios. Muchas veces había acudido la mujer a su tío, el sacerdote de San Isidoro, para contarle sus penas y el consejo del padre Carlos siempre ha sido el mismo: “Tienes que dejarlo antes de que la cosa pase a mayores”. Por eso José Eugenio Alcarazo odia profundamente al cura y, por eso, ha llamado por teléfono a una persona para mostrar toda la ira que ha ido acumulando. “Voy a matarlo”, dice.

La segunda llamada del presunto asesino fue a su mujer: “Ahí he dejado a tu tío, empapado en sangre, en el portal de su casa. Y ahora voy a por ti”

Deben haber pasado ya las seis de la tarde. El sacerdote saldrá en breve hacia el convento de San Leandro y el enfermo mental se dirige a una tienda del barrio para comprar dos cuchillos grandes de cocina. En este punto de la historia, como en muchas de las historias tristes de asesinatos, el relato se vuelve resbaladizo porque siempre existe un instante de ‘crónica de una muerte anunciada’ que nadie ha sabido detener; los acontecimientos se precipitan hacia su destino sin que ninguna fuerza externa sea capaz de evitarlo. El asesino ha llamado a una persona para anunciarle sus planes y el tiempo se evapora con esa llamada porque nada ocurre para impedir lo que va a ocurrir. ¿Podrían haberle llamado a San Leandro: “No salgas, van a matarte”? ¿Cuándo se entera la Policía, antes o después del asesinato? ¿Denunció el hospital que un enfermo mental se había fugado de la ambulancia? ¿Y el propietario de la tienda de cuchillos, no observó nada extraño en aquel hombre? El relato se vuelve resbaladizo cuando se observa impotente la inercia inexorable del destino, escrito con el fuego de la tarde en Sevilla.

La versión que se sostiene en la Policía confirma que, tras escapar de la ambulancia, el asesino hace una llamada de teléfono a una mujer, aún sin identificar, en la que anuncia el crimen que va a cometer. Posteriormente, el asesino hace una segunda llamada, esta vez a su mujer, pero una vez que ha cometido el asesinato. La propia sobrina del sacerdote ha confirmado que descolgó el teléfono, pasadas las siete y media de la tarde, y su marido le dijo: “Ahí he dejado a tu tío, empapado en sangre, en el portal de su casa. Y ahora voy a por ti”. Es entonces cuando la sobrina del sacerdote llama a la Policía y cuenta lo ocurrido. La policía le ordena que no salga de su domicilio y envía a la zona a una amplia dotación de agentes para controlarla. Una llamada más al 091: los vecinos de inmueble de enfrente de donde vivía el sacerdote también han oído gritos y el forcejeo, y luego han visto salir a un hombre del edificio y marcharse en un coche. Han anotado la matrícula y, al acercarse a la vivienda, han visto al sacerdote en el suelo, en un charco de sangre.

A las ocho y cuarto de la tarde, la Policía encuentra en las inmediaciones del domicilio de la mujer, en el barrio de Triana, el vehículo con la matrícula que habían anotado los vecinos del sacerdote. Dentro está un tipo corpulento, con un pantalón vaquero y una camisa de cuadros. Tiene sobre el asiento dos cuchillos grandes y una pistola. Los policías lo encañonan, pero el tipo, como abstraído, no responde con ninguna amenaza. Se resiste a bajar del coche hasta que finalmente lo hace y es detenido.

“Yo hablaba con él todas las semanas”, dice Miguel Andreu, amigo de la víctima y hermano mayor de la Hermandad de los Sastres, de la que el padre Carlos Martínez Pérez era director espiritual. “A veces, como es normal, nos contaba alguna de las cosas de su familia, una familia de cinco hermanos y muchos sobrinos. Pero curiosamente, nunca nos habló con especial preocupación de esta sobrina, ni nos dijo que temiese nada, quizá porque quería ser más discreto por lo delicado de un asunto así”.

El gran disgusto del padre Carlos no era su sobrina, sino su hermana, muerta tan sólo unos meses antes. Siempre que hablaba de ella, el padre Carlos se detenía a tragar saliva porque ni él ni su hermana consiguieron olvidar nunca lo que le ocurrió al hijo de ésta, su sobrino. Otro verano infernal de calor en Sevilla, en agosto de 1996, un tipo entró en la tienda de lámparas que regentaba su sobrino, en la calle Menéndez Pelayo, y lo asesinó de varias puñaladas. Le robó lo que tenía en la caja, 70.000 pesetas, poco más de 420 euros. También aquel crimen pudo evitarse porque unos meses antes, la Policía detuvo al asesino, que resultó luego ser un asesino en serie, cuando intentó atracar una joyería. Lo detuvieron con unos guantes y un cuchillo y quedó en libertad. Quizá lo que nunca pudo explicarse el padre Carlos es por qué el destino dispone estos cruces infernales, dos asesinatos cometidos en esa época del año en la que el destino se escribe en Sevilla con el fuego de las aceras.

Jueves 16 de julio, Sevilla, tres y media de la tarde. En esta ciudad, en este mes, esa es la hora del ecuador del día en el que el fuego vacía las aceras, la convierte en un páramo desolado sólo habitado por un puñado de transeúntes camino de sus casas y un grupo de turistas en camiseta, fotografiándose delante de los termómetros que marcan cerca de 50 grados. A esa hora, en un pueblo cercano a la capital, en ElAljarafe, un médico se ha debido quedar mirando a los ojos de José Eugenio Alcarazo Fernández, de 51 años, para ver si entendía algo de lo que le estaba diciendo. Fue ingresado por un intento de suicidio en el hospital de San Juan de Dios de Bormujos y, para completar el diagnóstico, los médicos que le tratan han decidido que deben trasladarlo al hospital Virgen del Rocío de Sevilla para hacerle una evaluación psiquiátrica completa.

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