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Rajoy tiene una duda
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Javier Caraballo

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Rajoy tiene una duda

En medio de un razonamiento trillado, el presidente Rajoy alzó la mirada y lanzó su duda. Una pausa en el caudal de datos y estimaciones: “Sabemos lo que vamos a hacer, pero no lo que va a ocurrir”

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)

Lo dijo después de pararse levemente. Una pausa inflexiva, elocuente. Como un carraspeo, que no fue tal. Sucedió hacia la mitad de un discurso que el presidente del Gobierno recita de memoria, porque siempre es el mismo, porque hasta los espectadores que asienten desde las butacas podrían completar la frase que han oído antes una y mil veces.

El abismo en el que estábamos y que la gente ya ha olvidado, los esfuerzos realizados, el valor de gobernar y tomar decisiones en las circunstancias más difíciles, el desgaste de las reformas que nos han llevado al crecimiento económico, el orgullo de estar creciendo el doble de la media europea… Todas esas frases, en definitiva, que acaban con una misma pregunta retórica que el presidente también repite como una última invocación desesperada al recuerdo colectivo sobre lo conseguido: “¿Quién nos lo iba a decir?”

Es una coletilla habitual, como lo es esa otra que aparece en el discurso del presidente como un flagelo de modestia, un azote de prudencia para que no lo acusen de triunfalismo cuando va detallando logros. “Hemos crecido, hemos ganado, hemos superado… Pero no es suficiente.”

En medio de ese razonamiento trillado, el presidente Rajoy alzó la mirada y lanzó su duda. Lo que tenía delante eran doscientos o trescientos empresarios andaluces, además de la corte habitual de dirigentes del Partido Popular que acude a estas cosas para verse y dejarse ver, cada uno en su circunstancia; unos porque quieren seguir figurando y hay unas elecciones generales dentro de unos meses, y otros, los menos, para reivindicarse, porque ha habido unas elecciones municipales y autonómicas hace poco y han conseguido mantener a flote sus cargos de antes sin que los arrastre la corriente.

En las caras de cualquiera que siga un discurso del presidente del Gobierno se observa eso que luego dicen las encuestas: la falta de empatía del presidente

Era un club selecto de la capital andaluza, el ‘Club Antares’ de la Cámara de Comercio de Sevilla, a las doce y media del mediodía, con los cuarenta grados de rigor en la calle desafiando sin conseguirlo las corbatas de nudo gordo del personal. En ese ambiente, Rajoy erguido en el atril, tieso como un palo, iba desgranando logros y proponiendo apuestas de desarrollo futuro, veinte millones de empleos en España en la próxima legislatura, si se mantienen las reformas y se consolida, como ahora, una tendencia de creación de más de medio millón de puestos de trabajo por año: seiscientos mil empleos nuevos en 2015.

En cualquier discurso público, como este de Rajoy en Sevilla, las caras del personal son tan importantes como las palabras del orador. En las caras de cualquiera que siga un discurso del presidente del Gobierno se observa eso que luego dicen las encuestas: su falta de empatía. Ni siquiera ante un auditorio tan predispuesto como este de los empresarios andaluces es posible encontrar un gesto de admiración, de entusiasmo, siquiera de ánimo. Puede Rajoy decir verdades como puños, inobjetables, pero el personal las recibe con el espíritu rutinario de quien escucha a un notario mientras lee una escritura de propiedad.

“Estuvimos muy cerca de ser como Grecia, a la que la Unión Europea le ha prestado ya más que el total de su producto interior bruto, pero no lo somos. España va a crecer más del doble de la Unión Europea y se han creado más de novecientos mil afiliados a la Seguridad Social, que es el dato que más me gusta resaltar. Tenemos por delante un horizonte de esperanza. Y a las personas a las que no les ha llegado aún la recuperación económica, la esperanza es el horizonte que tenemos por delante. Yo soy optimista con el futuro de España”. ¿Por qué dice el presidente Rajoy todas estas cosas y suenan a justificación en vez de a logro?

La duda es si con un número tan bajo de diputados se puede gobernar o si, por el contrario, se impondrá un tripartito que desplace al partido ganador

Excusatio non petita, accusatio manifesta. A eso suena el discurso presidencial, y eso se refleja en las caras del auditorio ante el que se sitúe Mariano Rajoy; caras que sólo son un reflejo cercano de lo que luego contabilizan las encuestas de valoración de voto y de estimación personal del propio presidente del Gobierno.

“Vamos a ganar las elecciones, pero no pasamos de los 145 diputados”, dicen los más optimistas al oído. Acaban de escuchar al presidente, a su líder, y mantienen la misma estimación que traían, que el Partido Popular se hundirá en las elecciones generales, caída en picado desde los 186 diputados de la actualidad. Pero 140 o 145 diputados, aun ganando las elecciones, es la cifra más baja que haya sacado nadie en unas generales, ni con UCD, ni con el PSOE ni con el Partido Popular. Aznar en su primera victoria, la ‘derrota dulce’ de Felipe González, obtuvo 156 diputados, y la duda ahora es si con un número tan escaso de sillones en el Congreso, tan lejos de la mayoría absoluta que marcan los 176 diputados, se puede gobernar o si, por el contrario, se impondrá también, por primera vez en la democracia española, un tripartito que desplace al partido que ganelas elecciones.

¿Cómo se asimilan esas dos realidades que comparecen junto a Rajoy en cada discurso, el hecho cierto de la recuperación económica y la certeza palpable del batacazo electoral? Tantas son las dudas que el presidente Rajoy, a mediados de su discurso, se detuvo levemente. Fue como una pausa inflexiva en el caudal de datos y estimaciones. “Sabemos lo que vamos a hacer, pero no lo que va ocurrir”. Pues eso. La duda de Rajoy.

Lo dijo después de pararse levemente. Una pausa inflexiva, elocuente. Como un carraspeo, que no fue tal. Sucedió hacia la mitad de un discurso que el presidente del Gobierno recita de memoria, porque siempre es el mismo, porque hasta los espectadores que asienten desde las butacas podrían completar la frase que han oído antes una y mil veces.

Mariano Rajoy Grecia