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La juez Alaya pierde los nervios
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Javier Caraballo

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La juez Alaya pierde los nervios

Hemos llegado al punto en el que todo lo que se vincula con la juez Alaya trasciende del detalle y se embarra, como siempre, en un debate pasional, de brocha gorda, en el que no caben los matices

Foto: La jueza Mercedes Alaya, en la entrada de los Juzgados de Sevilla. (Archivo EFE)
La jueza Mercedes Alaya, en la entrada de los Juzgados de Sevilla. (Archivo EFE)

Hasta ahora, los únicos zapatazos que se le conocían a la juez Mercedes Alaya se los pegaba siempre a los imputados que pasaban por su despacho. “¡Colabore de una puñetera vez y deje de hacer teatro!”, le ha gritado malhumorada a más de un procesado por el fraude de los ERE ante el gesto estupefacto de los abogados defensores, que veían en aquellos gritos la prueba más flagrante del proceso inquisitorial del que siempre han acusado a Alaya. Luego, la juez salía del juzgado, con su cara hierática y el gesto serio, atravesaba sin inmutarse el bullicio de periodistas y curiosos que se agolpaba en la puerta, y jamás soltaba una palabra. [La Justicia andaluza propone que Alaya no vuelva a instruir los ERE]

Sólo una vez, en un sorprendente reportaje que le dedicó la revista Vanity Fair, con fotos más propias del colorín y el famoseo, la juez Alaya dejaba un comentario sobre su vida. La única frase de su boca que no venía escrita en un auto judicial: “Que tenga que aguantar yo esto por 3.500 dichosos euros...” A lo que se refería la juez Alaya, de lo que se quejaba, lo explicaba en el mismo reportaje el marido y algunos de sus amigos. La ‘juez indomable’, como la llamaban en la revista, no sentía entre sus compañeros el calor y la admiración que ella pensaba que merecía por su trabajo. No sólo no la apoyaban sino que llegaban incluso a cuestionarla por su forma de instruir, y eso la rebelaba.

“Con lo que estoy trabajando, ¿por qué tengo también que luchar contra ellos?”, le dijo a sus amigos. No entendía la juez que otros compañeros del Palacio de Justicia de Sevilla, fiscales y jueces, discrepasen de sus decisiones judiciales. Los fiscales, por ejemplo, que siempre han pensado y defendido que lo mejor para resolver el macro proceso de los ERE era dividirlo en piezas más pequeñas para que la instrucción, que ya dura cuatro años y medio, se vaya resolviendo progresivamente. Se trata, en teoría, de una mera discrepancia de técnica judicial, para evitar la acumulación exponencial del sumario, pero la juez Alaya nunca lo ha entendido como tal. De ahí su malestar.

Todo eso, en cualquier caso, se mantenía hasta ahora soterrado, como una tensión latente que se palpaba por los pasillos de los juzgados, pero que nunca trascendía a la opinión pública. Hasta ahora: Mercedes Alaya ha explotado. Esa es la cuestión. Y ha arremetido con tanta dureza y con tanto desprecio contra una compañera suya que ha dejado estupefactos a todos, al punto de que tendrá que ser el propio Consejo General del Poder Judicial quien resuelva la agria arremetida de Alaya contra su compañera. Y apostar por una de ellas. La que gane seguirá instruyendo los ERE.

Los fiscales siempre han defendido que lo mejor para el macro proceso de los ERE era dividirlo en piezas más pequeñas para que la instrucción no se alargue

El origen de todo es, paradójicamente, una decisión de la propia jueza. A ver. La juez Alaya era la titular del juzgado número 6 de Sevilla hasta que ella misma decidió abandonarlo y optar a una plaza en la Audiencia de Sevilla. Consiguió la plaza, ascendió a magistrada de la sección Séptima de la Audiencia y, como es lógico, otro juez se hizo cargo del Juzgado que abandonaba Alaya, la juez María Ángeles Núñez Bolaños. Se hizo cargo del juzgado y, obviamente, de los asuntos que allí se tramitaban, fundamentalmente los grandes casos que había instruido Alaya y que están todavía por resolver. Pero Alaya no quería desprenderse de los ERE y los demás casos, aunque ya no estuviera en el juzgado. Por eso, Alaya solicitó seguir instruyendo todas sus macrocausas, algo a lo que también aspiraba, lógicamente, la nueva titular del juzgado número 6. El conflicto llegó al Tribunal Superior de Justicia de Andalucía que acordó, en una sentencia salomónica, partir la criatura por la mitad: dos casos para cada una. A la juez Alaya le concedió la instrucción del caso de los ERE fraudulentos y del delito societario de Mercasevilla, mientras que a la juez Núñez Bolaños le dejó las irregularidades de los cursos de formación y de los avales y préstamos de IDEA, otra rama de actuaciones fraudulentas de la Junta de Andalucía con las mismas características de arbitrariedad y despilfarro de las anteriores.

A ninguna de las juezas le gustó el reparto. La nueva juez María Núñez Bolaños porque considera que todo esto puede acabar en una cadena de impugnaciones de las defensas, que degeneren en nulidad de toda la investigación realizada. ¿Por qué? Pues porque, según defiende, es la titular del juzgado en el que se instruyen los procesos la juez natural que determina la Ley procesal para instruir los sumarios. Y sacarlos, asignárselos a otro juez, puede ser motivo de impugnación. Ahí, en ese punto, es donde estalla Alaya y pierde los nervios. En un escrito dirigido al Consejo General del Poder Judicial, que se ha filtrado a la prensa, Mercedes Alaya carga contra su compañera y la acusa de todo. De no estar preparada profesionalmente para hacerse cargo de ‘sus’ macrocausas y, lo que es más grave, de estar condicionada políticamente para actuar a favor del PSOE. Lo primero lo argumenta Alaya diciendo que la juez Núñez Bolaños tiene “escasos conocimientos de la jurisdicción penal por su veteranía como juez de familia” (…) “frente a la experiencia y los resultados que humildemente, pero también de manera innegable, avalan mi trayectoria”.

La segunda acusación, la más grave, la sustenta en que “la prensa en general, cuestión que expongo como mero lector sin la menor certeza, pero que a la vez me inquieta, pone de manifiesto que la señora Núñez Bolaños mantiene una estrecha amistad con el consejero de Justicia, don Emilio de Llera, notorio detractor del trabajo de esta instructora”. Esta segunda acusación es, incluso, más relevante porque una de las cuestiones de las que más amargamente se han quejado siempre en el entorno de la ahora magistrada ha sido de las acusaciones y burlas de dirigentes del PSOE, el primero de todos Alfonso Guerra, cuando deslizaban insinuaciones sobre las relaciones del pasado entre Alaya y el ex alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido. Ahora, la juez Alaya utiliza la misma estrategia para cargar contra su compañera.

En definitiva, que nadie que se consultara este viernes en el mundo judicial andaluz exponía otra cosa que su estupefacción por el contenido del escrito de la juez Alaya ante el Consejo General del Poder Judicial, que será quien resuelva la guerra abierta entre las dos juezas. Hasta el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía se vio ayer en la obligación de intervenir, ante la evidencia de que, ocurra lo que ocurra, a estas alturas del conflicto ya no es posible acudir a ninguna fórmula de colaboración entre las juezas. Alaya ha situado la polémica en un ‘todo o nada’; ha apostado con todas sus fuerzas sabiendo que, como en un duelo, sólo una puede quedar de pie en el campo de batalla.

Pero, ¿y por qué dejó entonces el juzgado y se fue a la Audiencia de Sevilla, si nada la obligaba? ¿Por qué no siguió instruyendo sus causas con normalidad? Lo peor a estas alturas es que, como todo lo que se vincula con la juez Alaya, ya trasciende del detalle y se embarra, como siempre, en un debate pasional, de brocha gorda, en el que no caben los matices. En su club de fans, porque la juez Alaya tiene un club de fans en las redes sociales con miles de seguidores por toda España, ayer lo tenían claro. “Siguen atacando a doña Mercedes”, decían. Y uno de sus fans lo corroboraba: “Estaré de parte de la juez Alaya salga el sol por donde salga. Mi enhorabuena para ella. Amén”.

Hasta ahora, los únicos zapatazos que se le conocían a la juez Mercedes Alaya se los pegaba siempre a los imputados que pasaban por su despacho. “¡Colabore de una puñetera vez y deje de hacer teatro!”, le ha gritado malhumorada a más de un procesado por el fraude de los ERE ante el gesto estupefacto de los abogados defensores, que veían en aquellos gritos la prueba más flagrante del proceso inquisitorial del que siempre han acusado a Alaya. Luego, la juez salía del juzgado, con su cara hierática y el gesto serio, atravesaba sin inmutarse el bullicio de periodistas y curiosos que se agolpaba en la puerta, y jamás soltaba una palabra. [La Justicia andaluza propone que Alaya no vuelva a instruir los ERE]

Mercedes Alaya Caso ERE María Ángeles Núñez Bolaños