Es noticia
El bipartidismo traidor
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

El bipartidismo traidor

La traición puede ser un síntoma de descomposición, de decadencia. Y, por esa razón, se hace tan patente, tan visible, en estos tiempos en los dos grandes partidos españoles, el PSOE y el PP

Foto: La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, abraza al expresidente del Gobierno, José Luis Rodriguez Zapatero. (EFE)
La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, abraza al expresidente del Gobierno, José Luis Rodriguez Zapatero. (EFE)

Navajas cruzadas desde el norte hasta el sur. Traiciones empapadas en la moqueta que pisaron ayer Susana Díaz y Zapatero en Sevilla y traiciones desplegadas sobre el atril de San Sebastián en el que Arantza Quiroga colocó unas cuartillas con la palabra dimisión. La traición se asocia a la política desde que el hombre se vio a sí mismo como un animal político, ya con Aristóteles, y se extiende hasta nuestros días como un sobreentendido, parte de la definición. En lo que no hemos reparado tanto es en que la traición es una demostración de debilidad, de mediocridad. Por eso se hace tan común, tan extendida, en la política. También puede ser un síntoma de descomposición, de decadencia. Y, por esa razón, se hace tan patente, tan visible, en estos tiempos en los dos grandes partidos españoles, el PSOE y el PP, inmersos en una innegable crisis del bipartidismo que nos ha gobernado.

Las traiciones en el Partido Popular se han convertido ya en un reguero, constante, quizá por el vértigo que produce ese enorme desnivel que existe entre el poder inmenso acumulado hace cuatro años en todas las administraciones del Estado y la raquítica realidad a la que se enfrenta ahora. Tres elecciones se han celebrado en 2015, las andaluzas, las municipales y autonómicas y las catalanas, y la trayectoria electoral del Partido Popular solo describe un descalabro que desemboca en las elecciones generales de diciembre. Hace tiempo, mucho tiempo, que se ha abandonado en el PP la idea de poder repetir, ni siquiera de acercarse, a la mayoría absoluta de la actualidad. Ahora por lo que se suspira es por un resultado que, aunque sea el más débil de la democracia, sea suficiente para retener el gobierno con el apoyo de otros grupos. En ese ambiente de derrotas, afloran las traiciones, y se va descomponiendo la imagen con cada trozo que se cae.

La dimisión de Arantza Quiroga es la consecuencia lógica de las traiciones, las zancadillas y las rivalidades ocultas entre distintos sectores del PP vasco, enfrentados entre ellos, que, un buen día, explotan. Por eso, lo peor de esta crisis de los populares vascos, lo más detestable, es que se haya tomado como excusa a las víctimas de ETA para remover el mar de fondo que ya existía en el partido. Ese ha sido el '"detonante”, que fue el término utilizado por la propia Quiroga; una vez más, las víctimas de ETA, tantas veces manoseadas. Por eso, hizo bien la dimisionaria en emplazar a todos a dentro de unos años, cuando se vuelva a recordar esta dimisión, y se constate la campaña de ‘juego sucio’ que se ha desatado contra la presidenta de los populares vascos por parte de sus propios compañeros, por haber redactado una ‘propuesta de paz’ en la que se exigía un “rechazo expreso a la violencia”. Que se haya utilizado hasta eso para desacreditar al adversario dentro del partido, la zancadilla decisiva en una batalla por el poder, es una expresión nítida de miseria política.

La dimisión de Quiroga es consecuencia de traiciones, zancadillas y rivalidades ocultas entre sectores del PP vasco enfrentados, que, un buen día, explotan

Arantza Quiroga compareció sola en Donosti, y en el otro extremo de España, en Sevilla, la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, se rodeó de fieles para ofrecer junto al expresidente Rodríguez Zapatero un mensaje subliminal, dirigido al interior del partido: ‘Cuando fracase Pedro Sánchez en las elecciones generales, estamos unidos y preparados para lo que venga’. Cada uno de los pronunciamientos de Susana Díaz o de Zapatero a favor del secretario general del PSOE, cada apoyo simulado para su triunfo en las elecciones de diciembre, no suponen otra cosa que una declaración expresa de cinismo.

Un veterano socialista andaluz interpretaba el acto de Sevilla entre Susana Díaz y Zapatero como “una demostración de fuerza y de sector”. Dicho de otra forma, si en algún momento fueran sinceras las declaraciones de respaldo y de apoyo a Pedro Sánchez como candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno, lo mínimo que se podría esperar de ambos es la colaboración leal con el secretario general. Y no pierden oportunidad para desacreditarlo, para desgastarlo, sobre todo la presidenta andaluza.

Lo mínimo que se podría esperar de ambos es la colaboración leal con el secretario general. Y no pierden oportunidad para desacreditarlo

Susana Díaz ha vuelto de la baja maternal, que la ha tenido dos meses apartada de la primera línea de la política, con más afán de protagonismo del que ya había demostrado. En las elecciones andaluzas, ya dejó claro la frialdad y el cálculo con que es capaz de desplegar todo su menosprecio. Pedro Sánchez quería sumarse activamente a la campaña andaluza, las primeras elecciones de un año electoral, quería participar en el mayor número de mítines posible y solo tuvo que pedirlo así para que la presidenta andaluza lo vetara en la mayoría de los actos. Restringió su presencia al mínimo y ahora, ante las elecciones generales, ya ha comenzado a marcar la misma distancia.

Como resumía bien, aquí mismo, la periodista Isabel Morillo, “Susana Díaz se dedica a arropar a Zapatero mientras mantiene sin agenda a Pedro Sánchez en Andalucía”. Todavía no ha podido estrenarse Pedro Sánchez en Andalucía en el nuevo curso político, a pesar de ser este el principal bastión electoral del PSOE. Solo se atrevió a aparecer por las ferias de Málaga y de Almería, aprovechando que Susana Díaz estaba de baja y él de vacaciones. Y esa mínima presencia se considera en el PSOE andaluz un “atrevimiento”, un “desafío” que Susana Díaz le hará pagar.

Llegarán las elecciones de diciembre y, con esa cita electoral, el bipartidismo imperante obtendrá el peor resultado en todos estos años de democracia. Ni el Partido Popular ni el PSOE superan el declive electoral que le van otorgando las elecciones ya pasadas y las encuestas que avanzan el futuro inmediato. En días como ayer, días de traiciones, se comprende mejor lo que de descomposición tiene el espectáculo que contemplamos.

Navajas cruzadas desde el norte hasta el sur. Traiciones empapadas en la moqueta que pisaron ayer Susana Díaz y Zapatero en Sevilla y traiciones desplegadas sobre el atril de San Sebastián en el que Arantza Quiroga colocó unas cuartillas con la palabra dimisión. La traición se asocia a la política desde que el hombre se vio a sí mismo como un animal político, ya con Aristóteles, y se extiende hasta nuestros días como un sobreentendido, parte de la definición. En lo que no hemos reparado tanto es en que la traición es una demostración de debilidad, de mediocridad. Por eso se hace tan común, tan extendida, en la política. También puede ser un síntoma de descomposición, de decadencia. Y, por esa razón, se hace tan patente, tan visible, en estos tiempos en los dos grandes partidos españoles, el PSOE y el PP, inmersos en una innegable crisis del bipartidismo que nos ha gobernado.

Susana Díaz Arantza Quiroga