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El arzobispo y el sexo. Un año después
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Javier Caraballo

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El arzobispo y el sexo. Un año después

El arzobispo de Granada sigue enterrando con silencio y normalidad el mayor escándalo de pederastia destapado en la Iglesia española

Foto: El arzobispo de Granada, ante el altar para pedir perdón. (EFE)
El arzobispo de Granada, ante el altar para pedir perdón. (EFE)

Un año después, está a punto de concluir la investigación judicial, los abusos sexuales de un grupo de sacerdotes de Granada han quedado acreditados. Un año después, el joven que denunció los abusos, que pidió amparo al Papa porque nadie lo escuchaba en la Iglesia granadina, sigue recibiendo amenazas, presiones y anónimos: “Retira la denuncia, hijo de puta, o prepárate”. Un año después, el juez que ha llevado la instrucción del caso se ha visto obligado a exculpar a todos los sacerdotes inculpados, salvo a uno, por la prescripción de los delitos que pudieron cometer. Un año después, el arzobispo de Granada sigue enterrando con silencio y normalidad el mayor escándalo de pederastia destapado en la Iglesia española.

Todo empezó, hace ahora un año, cuando se conoció que el papa Francisco llamó por teléfono a un joven de Granada que, desde los 14 hasta los 17 años, había sido sometido a numerosos abusos sexuales por parte de un grupo de sacerdotes de Granada, un clan poderoso dentro de la Iglesia en esa provincia, conocido como el ‘clan de los Romanones’, en alusión al cabecilla del grupo, el sacerdote Román Martínez. Y era, precisamente, la intervención directa del papa Francisco la que confería a este escándalo un sesgo diferente a todos los demás casos de abusos sexuales que se conocen en el seno de la Iglesia en todo el mundo: era la oportunidad de conocer si toda la jerarquía eclesiástica acataba la nueva política del papa Bergoglio o la ignoraba.

Varias veces había mostrado el papa Francisco su determinación de acabar con cualquier tipo de condescendencia de la Iglesia con los abusos sexuales y era esta la primera vez que pasaba directamente a la acción. Y lo hacía, además, ante un arzobispo conocido por sus posiciones ultraconservadoras en el seno de la Iglesia, como es el caso del arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, con una trayectoria plagada de polémicas zafias y frases gruesas. ¿Sería capaz el Papa de imponer su doctrina a los ministros de la Iglesia? El escándalo de la pederastia de Granada podía ofrecerle una respuesta clara.

Como él mismo explicó, cuando recibió la carta del antiguo monaguillo de Granada, telefoneó al joven, que en la actualidad tiene 25 años, para decirle varias cosas: que le pedía perdón y que ya había ordenado, por carta, al arzobispo de Granada que pusiera en marcha de forma inmediata una investigación a fondo de lo ocurrido. “La veritá è la veritá e non dobbiamo asconderla”, dijo el papa entonces, y el arzobispo de Granada ha hecho malabarismos durante todo el año transcurrido para intentar impedir que se cumplan los deseos de Jorge Mario Bergoglio.

“Tal colaboración no ha existido por parte del señor arzobispo de Granada”, dice en uno de los autos el juez que lleva el caso, el titular del juzgado de instrucción número 4 de Granada, Antonio Moreno. Tantas han sido las trabas que el juez, después de numerosos requerimientos que fueron ignorados, llegó al extremo, que sonrojaría al propio papa Francisco, de tener que enviar a la policía judicial al Palacio Arzobispal, el pasado mes de mayo, para entregarle en mano al arzobispo un último requerimiento, en el que le daba tres días de plazo para que entregase toda la documentación que le solicitaba.

¿Es normal que el arzobispado destine a uno de los sacerdotes implicados en los abusos sexuales a dar catequesis?

Más allá aún de la pugna entre el juez y el arzobispo, la última polémica surgida en Granada, esta misma semana, demuestra con más claridad todavía el interés de Francisco Javier Martínez de enterrar todo lo ocurrido. ¿Es normal que el Arzobispado destine a uno de los sacerdotes implicados en los abusos sexuales a dar catequesis a niños que van a hacer la primera comunión? Pues es justo lo que ha ocurrido en Atarfe, un pequeño municipio al norte de Granada. La respuesta inmediata de un grupo de padres ha sido iniciar una campaña de protestas, con recogida de firmas y concentraciones, para pedir al Arzobispado que destine a otra parroquia y a otro cometido a este sacerdote.

Es cierto, y es en lo que se escudará el arzobispo, que este sacerdote, como otros 10, ha quedado absuelto, fuera del proceso porque los delitos de abusos sexuales de los que se le acusaba han prescrito. Solo permanece imputado en el proceso el cabecilla del clan, el padre Román, pero porque en su caso la victima de los abusos sexuales denunció que llegó a penetrarlo con el pene, lo que constituye un delito de agresión sexual, con un plazo de prescripción mayor que los delitos de abusos sexuales, que son los que afectaban al resto de implicados. Pero los hechos sucedieron, han quedado probados y, precisamente, el pasado lunes, el juez que instruye el caso decidió transformar las “diligencias previas” en “procedimiento sumario”, un cambio de nomenclatura judicial que significa que, a juicio del juez, las penas serán más elevadas que las que inicialmente se preveían, en concreto penas de prisión superiores a nueve años.

El papa Francisco eligió el escándalo de abusos sexuales de Granada para ofrecerle al mundo entero una prueba de sí mismo, de su determinación

Tan claro tiene el juez que los abusos se produjeron que, a pesar de haber prescrito los delitos para 10 de los sacerdotes inicialmente implicados, ha decidido acusar al Arzobispado por la responsabilidad civil en el escándalo. Entiende el juez, en suma, que si todo sucedió y los abusos se produjeron fue “por la condición de sacerdotes de los imputados, y por el reclutamiento y aprovechamiento como monaguillo de la víctima o víctimas en la sede y casa parroquial”, sobre los que el Arzobispado tenía una doble responsabilidad, 'in eligendo' e 'in vigilando'.

El papa Francisco eligió el escándalo de abusos sexuales de Granada para ofrecer al mundo entero una prueba de sí mismo, de su determinación para acabar con esa podredumbre que tanto daño ha hecho a la Iglesia. Ha pasado un año y la permanencia del arzobispo Francisco Javier Martínez en la sede episcopal de Granada se intuye como un desafío al Papa, la dificultad que tiene quien se sienta en la silla de San Pedro para imponer su doctrina en la Iglesia.

Un año después, está a punto de concluir la investigación judicial, los abusos sexuales de un grupo de sacerdotes de Granada han quedado acreditados. Un año después, el joven que denunció los abusos, que pidió amparo al Papa porque nadie lo escuchaba en la Iglesia granadina, sigue recibiendo amenazas, presiones y anónimos: “Retira la denuncia, hijo de puta, o prepárate”. Un año después, el juez que ha llevado la instrucción del caso se ha visto obligado a exculpar a todos los sacerdotes inculpados, salvo a uno, por la prescripción de los delitos que pudieron cometer. Un año después, el arzobispo de Granada sigue enterrando con silencio y normalidad el mayor escándalo de pederastia destapado en la Iglesia española.

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