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España, la patria y los fachas
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Javier Caraballo

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España, la patria y los fachas

Tiene que ser esta generación de políticos, los que están llegando, la que nos devuelva a España como pasión, como orgullo y como satisfacción por primera vez en un siglo

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante un acto de campaña en septiembre. (EFE)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante un acto de campaña en septiembre. (EFE)

España siempre ha sido un concepto secuestrado por algún complejo. Al menos en la España contemporánea, que es la que nos afecta en el tejido sociológico desde el desastre colonial y el pesimismo de la Generación del 98. En la historia democrática, solo una vez se ha reivindicado España en las calles, y fue cuando la selección ganó en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica. Ocurrió entonces un fenómeno tan espectacular como poco estudiado por lo que encerraba aquella explosión de banderas y rostros pintados de rojo y amarillo. Por primera vez en mucho tiempo, España había dejado de ser un problema, una desilusión, una angustia, una frustración; por primera vez, España era motivo de alegría, se identificaba con el triunfo, con la gloria, con el orgullo, y el personal se echó a las calles con una bandera como nunca antes.

España estaba oculta como sentimiento, perdida como emoción, olvidada como pasión, y solo el fútbol pudo rescatarla durante un verano. Por una vez, se miraba la bandera, se leía España, nos mirábamos todos, y no latía la pena de siempre, “España es un dolor enorme, profundo, difuso”, sino el orgullo de ser españoles. Pasó aquel sueño de un verano y España, su significado, se retiró otra vez a la penumbra de un complejo que arrastramos sin saberlo.

Con la losa a cuestas del pesimismo del 98, faltaba aún que este país se viera asolado por una Guerra Civil y 40 años de dictadura para que toda la simbología nacional sucumbiera, como algo maldito, innombrable. Parecía como si no hubiera existido ni más España, ni más bandera ni más patria que la del franquismo. Ni siquiera la reivindicación permanente de la II República por la mayoría de la izquierda democrática fue capaz de recordar el fervor de España que latía en cada discurso de entonces, ya fuera de Azaña, de la Pasionaria o de Indalecio Prieto.

Con la izquierda compitiendo en españolidad, sólo falta que en la derecha se pueda utilizar la palabra patria sin que recuerde a la época franquista

“¡Nuestra Patria! Negar afecto hacia ella pertenece a una especie de demagogia universalista sin auténticas raíces”. ¿Quién iba a pronunciar en la izquierda una frase así, como la de Indalecio Prieto? Hablar de patria era hablar de fachas, se había asumido que la patria era un concepto fascista. Hasta ahora, que Podemos ha rescatado la patria en todos sus discursos, en todos sus programas, y ya se intuye una pugna en la izquierda ante las próximas elecciones por ver quién muestra con más contundencia su españolidad.

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ya se sacudió todos los reparos de su partido, de su electorado, cuando lo proclamaron candidato, en junio pasado. En el Circo Price de Madrid se presentó con una enorme bandera de España como todo decorado a sus espaldas. Ni siquiera el logo histórico del puño y la rosa aparecía por ninguna parte, ni en el atril siquiera, todo se consagró a la bandera de España como nunca antes en cualquier otro mitin del Partido Socialista. Lo curioso es que, luego, en el acto en sí, no es que hablara mucho de España, de orgullo de España, de la necesidad de rescatar España de tantos como la han querido secuestrar en el pasado, sino que Pedro Sánchez dejó que la enorme bandera a sus espaldas se explicara sola. Lo único que dijo, unos días después, es que la bandera de España es tan del PSOE como del resto y, por primera vez, pronunció, también él, la palabra ‘patria’.

Sánchez explicó que lo suyo es un “patriotismo cívico”, frente al “patriotismo institucional” del Partido Popular y el “patriotismo caduco” de Podemos. En fin… Ahí se quedó y, aunque podría sospecharse que todo se debe a un diseño de estrategias electorales, no conviene despreciar el momento, que la izquierda compita en españolidad, con símbolos y términos, por primera vez en democracia.

En este mes de noviembre se han cumplido 40 años de la muerte del dictador, y produce hasta escalofríos pensar que medio siglo después hablar de patria, envolverse en una bandera, sigue remitiéndonos al franquismo. Cuando la selección ganó el Mundial de Fútbol y rescataron a España como pasión, como orgullo, los futbolistas solían repetir en todas las entrevistas que su generación se merecía ese triunfo, que merecían haber roto con la maldición histórica de los campeonatos de fútbol, de no haber logrado nunca nada. Una generación de jóvenes que, cuando se miraba, no se reconocía en la resignación ni en la derrota, que era lo habitual de las competiciones anteriores.

Este año se han cumplido cuarenta años de la muerte del dictador y produce escalofríos pensar que medio siglo después hablar de patria remita al franquismo

Esa generación de futbolistas nació en los ochenta, cuando la democracia ya era una realidad asentada en España, cuando ‘el cambio’ superó a la Transición, la dejó atrás, y España soñó con hacerse moderna, europea. Es muy significativo que sea, precisamente, con una generación de políticos nacidos en esa misma década cuando se comienza a hablar de España y de patria sin los lastres sociológicos del pasado. Lo que tienen en común Iker Casillas o Andrés Iniesta con Pablo Iglesias o Iñigo Errejón es eso, que nacieron entonces en los ochenta.

Ya sé que cuando los dirigentes de Podemos hablan de 'patria' en sus actos y en sus programas, les puede más la referencia ideológica bolivariana, al estilo del significado de esa palabra en Cuba o en Venezuela; ‘la patria’ como una referencia revolucionaria, un concepto de clase, “la España de a pie frente a la España de la corbata”, como dicen los de Podemos. Pero ni siquiera la deriva ideológica bolivariana debe estropear el momento y la evidencia de que, sea cual sea la motivación, lo importante es que se comience a hablar de España y de patriotismo sin que la mera mención remita a las botas y a los sables.

Con la izquierda compitiendo en símbolos por la españolidad, ya solo falta que en la derecha se pueda utilizar la palabra patria sin que haya que sacudirle la caspa franquista a quien la pronuncia, porque los demás siguen acomplejados y la usan con reparos. Tiene que ser esta generación de políticos, sí, los que están llegando, los que nacieron con la democracia, la que, como hicieron los futbolistas en un verano mágico, nos devuelva a España como pasión, como orgullo, como satisfacción. Sería la primera vez que sucediera en más de un siglo.

España siempre ha sido un concepto secuestrado por algún complejo. Al menos en la España contemporánea, que es la que nos afecta en el tejido sociológico desde el desastre colonial y el pesimismo de la Generación del 98. En la historia democrática, solo una vez se ha reivindicado España en las calles, y fue cuando la selección ganó en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica. Ocurrió entonces un fenómeno tan espectacular como poco estudiado por lo que encerraba aquella explosión de banderas y rostros pintados de rojo y amarillo. Por primera vez en mucho tiempo, España había dejado de ser un problema, una desilusión, una angustia, una frustración; por primera vez, España era motivo de alegría, se identificaba con el triunfo, con la gloria, con el orgullo, y el personal se echó a las calles con una bandera como nunca antes.

Pedro Sánchez