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Una salida inglesa para Cataluña
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Javier Caraballo

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Una salida inglesa para Cataluña

¿Se puede pensar como solución en un estatus especial para Cataluña en España o se trata de un ‘imposible’ porque el resto lo vería como un agravio inasumible, una humillación?

Foto: Manifestación con motivo de la Diada. (Reuters)
Manifestación con motivo de la Diada. (Reuters)

Existe un agravio asumido por el hombre, desde que es hombre, que consiste en premiar al más conflictivo, al más desagradecido. Como si la lealtad tuviera menos premio que la defección; la ingratitud obtiene una recompensa mayor que la fidelidad y la entrega. Ocurre con las personas y, curiosamente, también sucede con los territorios: ¿por qué los países de la Unión Europea se pliegan ante el hijo pródigo que siempre ha sido el Reino Unido y aceptan un nuevo estatus especial para que no abandone Europa?

Nada más pisar Londres, Cameron se ha vanagloriado de haber conseguido lo mejor, lo más ventajoso, de la Unión Europea y de rechazar, sin embargo, lo más negativo, como las fronteras abiertas o la solidaridad en los rescates de otros países. Como ocurría en aquella parábola del Hijo Pródigo, lo que de verdad funciona es la amenaza del portazo. ¿Se acuerdan de esa parábola que aparece en la Biblia? Es que es de total actualidad: el premio lo recibe el hijo que se ha largado, que ha dilapidado la herencia, mientras que al otro, al responsable, sólo se le premia con el trabajo diario. La razón que se esgrime es que al hijo pródigo se le daba por muerto, y lo han recuperado. Lo mismo que en las negociaciones del Reino Unido, que se daba por seguro su abandono de la Unión Europea en el próximo referéndum y por eso se le colma ahora de privilegios, para que se mantenga en la familia.

En todos estos años, el Reino Unido siempre se ha paseado por la Unión Europea con cierta displicencia, como si estuviera haciendo un favor; participaba con recelo, estaba sin estar del todo, sin querer implicarse del todo. La pertenencia del Reino Unido a Europa ya era diferente a la del resto de países miembros; lo que consigue ahora es que los demás acepten públicamente esas diferencias que ya existían, que las aplaudan como un gran acuerdo, y que, además, se deje claro para el futuro que el Reino Unido no es como los demás y que siempre podrá mantenerse al margen de los pasos que vaya dando la Unión Europea para una mayor implicación política, social o económica. Si los otros 27 presidentes de los estados miembros de la Unión Europea han asistido sin rechistar a la concesión de nuevos privilegios al Reino Unido dentro de la Unión es porque, obviamente, todo el mundo considera que para Europa es peor la salida de los británicos que este hachazo al sueño, que ya parece imposible, de alcanzar algún día unos verdaderos Estados Unidos Europeos.

Como ocurría en el Hijo Pródigo, lo que funciona es la amenaza del portazo. El premio lo recibe el que se larga, mientras que al otro se le premia con trabajo

Se trata, en suma, de elegir entre lo menos malo, aunque ello suponga agasajar al desafecto. Y si miramos hacia dentro, se observará que esa lógica política, y no otra, es la que se ha aplicado siempre en España para contentar a los territorios que han amenazado con la independencia, fundamentalmente el País Vasco y Cataluña. La lógica del hijo pródigo. En Euskadi, los privilegios se incorporaron a la propia Constitución, aunque el beneficio verdadero del ‘concierto vasco’ no está en el concierto en sí mismo, sino en la mentira del ‘cupo vasco’, que consigue que la Hacienda vasca tenga que pagar mucho menos por los servicios que presta el Estado de lo que pagan las demás regiones españolas.

A Cataluña también se le ha dispensado siempre, incluso durante el franquismo, un mejor trato presupuestario, y ahora que ese sistema se ha agotado, ahora que la autonomía se ha despeñado como nunca en su historia por la independencia total de España, la ‘salida a la inglesa’ tendría que incluirse, por lo menos, entre las hipotéticas salidas del conflicto, aunque lógicamente ello implicaría la aceptación, o no, del resto del Estado español. ¿Se puede pensar como solución en un estatus especial para Cataluña en España o se trata de un ‘imposible’ porque el resto lo vería como un agravio inasumible, una humillación?

David Cameron, al que tanto se ha criticado en España, como si estuviera agitando maleficios prohibidos, tiene la valentía del líder político que afronta los problemas; otros dirigentes piensan que para solucionar un problema es suficiente con negar su existencia. Desde antiguo, se defiende aquí la inevitabilidad de un referéndum catalán sobre el marco estatutario de esa autonomía, pero convocado por el Estado español, no por el Parlamento de Cataluña, y con las suficientes garantías democráticas, tal y como se contemplaban en la derogada Ley de Referéndum que debería incorporarse de nuevo a nuestra legislación. Y con la advertencia previa, como ocurre en el Reino Unido, como ocurrió antes con Escocia, de que el resultado es irreversible: si deciden marcharse, no hay marcha atrás.

Paso a paso, Cataluña, ahora bajo la presidencia de Carles Puigdemont, avanza hacia el momento final en el que ya no exista otro debate que el de mandar a la Guardia Civil, o a la Policía, para que impida la entrada de los consejeros del Govern o de los diputados en el Parlament o permitir que sigan ejerciendo sus funciones, a pesar de la prohibición expresa del Tribunal Constitucional. Antes o después, ese momento llegará.

Plantearlo hoy en España es imposible porque la reacción por parte de tantos territorios deprimidos y fieles, es la misma que la del hijo mayor de la parábola

¿Conviene negociar antes de que llegue una salida a la inglesa? Plantearlo hoy en España es imposible porque, entre otras cosas, la reacción aquí, por parte de tantos territorios deprimidos y fieles, es la misma que la del hijo mayor de la parábola, cuando regresa de trabajar y descubre que en su casa hay una gran fiesta. Lo que nunca había hecho su padre por él, que permaneció a su lado, trabajando de sol a sol, lo hizo por quien se fue y dilapidó toda la herencia en prostíbulos y tabernas.

“Padre –dijo el hijo mayor, enojado- en todos estos años que te sirvo, jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado ni un cabrito para tener una fiesta con mis amigos. Y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu herencia con prostitutas, has matado el novillo que estaba más cebado para darle una fiesta”. El padre, en su respuesta, ofrece la clave de antes, el inexplicable premio al desleal, mientras que al hacendoso y trabajador no se le recompensa porque ya cumple con su obligación: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado”. Como diría el otro, fin de la cita.

Existe un agravio asumido por el hombre, desde que es hombre, que consiste en premiar al más conflictivo, al más desagradecido. Como si la lealtad tuviera menos premio que la defección; la ingratitud obtiene una recompensa mayor que la fidelidad y la entrega. Ocurre con las personas y, curiosamente, también sucede con los territorios: ¿por qué los países de la Unión Europea se pliegan ante el hijo pródigo que siempre ha sido el Reino Unido y aceptan un nuevo estatus especial para que no abandone Europa?

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