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Pedro Sánchez sale investido del debate
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Javier Caraballo

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Pedro Sánchez sale investido del debate

Pedro Sánchez se ajustó la corbatilla roja al salir del hemiciclo y esbozó una sonrisa de vencedor: acabada de ser investido líder del Partido Socialista

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, abandona el hemiciclo después de la sesión de la tarde de la segunda jornada del debate de su investidura. (EFE)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, abandona el hemiciclo después de la sesión de la tarde de la segunda jornada del debate de su investidura. (EFE)

En el día en que el beso en la boca se convirtió en un nuevo símbolo de la izquierda en España, en el día en que a Mariano Rajoy se le torció el gesto y se le empezó a poner cara de Leopoldo Calvo Sotelo, en el día en que Joan Tardà se apropió de la memoria de Tarradellas y de su legado político, ahora mancillado, en ese día, en fin, en que el Congreso de los Diputados acogió el debate de investidura más vibrante, más ameno y más inútil de la democracia española, en ese día, el candidato socialista Pedro Sánchez se ajustó la corbatilla roja al salir del hemiciclo y esbozó una sonrisa de vencedor: acababa de ser investido líder del Partido Socialista. Ya era secretario general del PSOE, eso lo sabe todo el mundo, pero le faltaba esta investidura en el Congreso para que los suyos lo aceptaran como lo que siempre ha querido ser y siempre le han negado, líder de los socialistas españoles. Tanto es así, que el otro debate seguirá adelante; pero este ya se ha cerrado.

Para calcular bien la importancia que tiene lo sucedido, es conveniente remontarse a hace solo dos meses y comparar lo que se decía entonces, lo que se preveía entonces, con lo que sucede ahora dentro y fuera del Partido Socialista. Hace dos meses, en plena Navidad, todo giraba en torno a la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. En el seno del PSOE se contaba entonces, como símbolo supremo de lo que estaba ocurriendo, que el mandamás de Telefónica, César Alierta, la había llamado por teléfono para encomendarle un golpe de timón en el Partido Socialista. “El tito Alierta”, que es como dicen que Susana lo llama cordialmente, con su lenguaje campechano, no era más que el representante, el portavoz, de un grupo mayor de grandes empresarios españoles que se fijaban en ella como única posibilidad de encauzar la ‘izquierda razonable’, la socialdemocracia tradicional, y alejarla de la tentación radical de Podemos.

La única salida que no se contempló fue la de un pacto entre el PSOE y C's. Y ha sido esa la salida que ha hallado Sánchez para retomar el liderazgo del PSOE

Susana Díaz atendió la llamada del ‘tito Alierta’ y trazó un plan. De ese plan sabemos, por todas las crónicas políticas que se publicaron entonces, que el único cálculo de los barones socialistas consistía en contar los días que le quedaban a Pedro Sánchez como secretario general. Podemos recuperar un párrafo del artículo que publicó en aquellos días, a finales de diciembre, el director de El Confidencial, Nacho Cardero, y que sintetiza muy bien lo que, por entonces, afirmaban a coro en el PSOE y se replicaba en todas las crónicas. “Ya no es el ‘qué’ sino el ‘cuándo’ y el ‘cómo’. Ya no se trata de si debe seguir Pedro Sánchez o no al frente del PSOE, eso ya está decidido, sino cuándo y cómo ejecutar la defenestración (…) Malician que pueda forzar el debate de investidura aunque solo sea para perder, lo que obligaría a todo el partido a hacer de tripas corazón y no discutirle el liderazgo. Con todo, hay dos opciones para descabalgarlo del jamelgo. Algunas por las buenas y otras por las malas. Por las buenas, convocando un congreso en próximas fechas; por las malas, dimitiéndole media ejecutiva”.

Susana Díaz era, como es evidente, la punta de lanza de esa rebelión soterrada en el seno del Partido Socialista que tenía, como esqueleto argumental, atar de pies y manos a Pedro Sánchez para conducirlo a un callejón sin salida. “Nosotros no podemos apoyar al Partido Popular y a Rajoy por el sufrimiento que han creado; nuestro sitio está en la oposición, que es donde nos han colocado los ciudadanos”, declaró Susana Díaz el día de Navidad. Si se fijan, la ratonera en la que se quería meter a Sánchez era tan evidente como sutil: se obviaba que para estar en la oposición, primero se necesitaba un Gobierno, y para que eso fuera así hacía falta, evidentemente, dejar gobernar al Partido Popular. Pero también eso estaba vetado, la abstención, como lo estaba un pacto con Podemos y el resto de fuerzas de la izquierda en el Congreso.

Los mismos ‘titos Alierta’ que empujaban a Susana Díaz para que desplazara a Sánchez, ahora se han vuelto contra Rajoy y lo emplazan a que se abstenga

La única salida que no se contempló entonces, por inútil, fue la de un pacto entre el PSOE y Ciudadanos. Y ha sido esa, precisamente, la salida que ha encontrado Pedro Sánchez para darse la vuelta, abandonar el callejón sin salida en el que lo habían metido los suyos, y retomar el liderazgo del PSOE para llevarlo al punto más alto desde que es secretario general del partido. “¡No suman, no suman!”, repiten de forma cansina dirigentes políticos y tertulianos como si Pedro Sánchez y Albert Rivera no supieran sumar; claro que los dos que han firmado el pacto son los primeros que saben que el número de diputados que tienen no suman, ni de lejos, una mayoría en el Congreso. Lo saben desde el primer día, pero el ánimo de aquellas reuniones era otro muy distinto; sin posibilidad alguna de poder formar Gobierno, han conseguido crear una expectativa sólida de Gobierno. Es un fenómeno curioso, tanto que los mismos ‘titos Alierta’ que hace dos meses empujaban a Susana Díaz para que desplazara a Pedro Sánchez, ahora se han vuelto contra Rajoy y lo emplazan a que se aparte a un lado, se abstenga, y permita el Gobierno de la única ‘gran coalición’ que es posible en España, esta de Ciudadanos y el PSOE.

Todo lo demás, el beso soviético, herencia del zarismo, que ha recuperado Pablo Iglesias para convertirlo en símbolo de la izquierda española; la deriva de Rajoy, aun en el día en que se desperezó de su letargo y transmitió adrenalina política a los suyos; la tozudez cordial y manipulada de Joan Tardà, henchido al proclamar el advenimiento de la República de Cataluña desde la tribuna del Congreso, todo eso, en fin, queda solo como marco general, detalles de ambiente, que servirán para decorar los recuerdos de aquel día en que Pedro Sánchez fue a un debate de investidura y salió investido, pero no de lo que le encargó el Rey, sino como líder del PSOE.

En el día en que el beso en la boca se convirtió en un nuevo símbolo de la izquierda en España, en el día en que a Mariano Rajoy se le torció el gesto y se le empezó a poner cara de Leopoldo Calvo Sotelo, en el día en que Joan Tardà se apropió de la memoria de Tarradellas y de su legado político, ahora mancillado, en ese día, en fin, en que el Congreso de los Diputados acogió el debate de investidura más vibrante, más ameno y más inútil de la democracia española, en ese día, el candidato socialista Pedro Sánchez se ajustó la corbatilla roja al salir del hemiciclo y esbozó una sonrisa de vencedor: acababa de ser investido líder del Partido Socialista. Ya era secretario general del PSOE, eso lo sabe todo el mundo, pero le faltaba esta investidura en el Congreso para que los suyos lo aceptaran como lo que siempre ha querido ser y siempre le han negado, líder de los socialistas españoles. Tanto es así, que el otro debate seguirá adelante; pero este ya se ha cerrado.

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