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Declive Kofrade de la Semana Santa
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Javier Caraballo

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Declive Kofrade de la Semana Santa

La grandeza de la Semana Santa andaluza requiere del equilibrio de sus dos componentes fundamentales, sociales y eclesiásticos

Foto: Paso del misterio de San Gonzalo en Sevilla
Paso del misterio de San Gonzalo en Sevilla

En la víspera de la Semana Santa, Sevilla se conmovió con la noticia de la muerte de un periodista local, querido, leído y entrañable, que estaba considerado como una de las referencias fundamentales del mundo cofrade y del mundo taurino, dos esencias de la capital andaluza. Fernando Carrasco acababa de asistir a la representación de una obra de teatro, adaptación de su última novela, ‘El hombre que esculpió a Dios’, inspirada en Juan de Mesa, y al salir, cayó fulminado. La ciudad ya respiraba la Semana Santa en cada brote de azahar en las aceras y la muerte repentina de este hombre, de tan sólo 51 años, fue un mazazo inesperado con el que, además, se ensañó el destino: su último trayecto en esta vida fueron unos metros, andando por la acera, desde la Iglesia de la Caridad, donde su obra de teatro había dejado flotando la imagen del Gran Poder, a la plaza de toros de la Maestranza, frente a la que se derrumbó por un infarto fulminante. El artículo que Fernando Carrasco había dejado escrito ese día, el 3 de marzo, parecía un grito de alerta, una advertencia última sobre lo que más amaba subrayada con su propia muerte: “El enemigo (kapillita) está en casa”.

La Semana Santa de Sevilla es un fenómeno religioso y social de una enorme complejidad. La devoción y la fiesta salen a la calle cada tarde, llena las plazas, desborda las avenidas; en el instante mismo del paso de una imagen, un cristo o una virgen, se contiene la mera contemplación placentera del arte más refinado, sonidos, olores, colores, con la penitencia callada de un nazareno, de un costalero. Lo que saben muy bien los más firmes partidarios de la Semana Santa sevillana, que se denominan a sí mismos ‘capillitas’, es que el justo equilibrio de esos dos polos es lo único que puede garantizar el futuro de esta fiesta. Si alguno de ellos desequilibra el fiel de la balanza, desnaturaliza el fenómeno, lo pervierte y lo condena.

Y eso es, precisamente, lo que preocupaba a Fernando Carrasco, como a otros muchos apasionados de la Semana Santa de Sevilla, la conversión del fenómeno en show cofrade que se puede mantener todo el año, amenazando con convertir la ciudad en un parque temático de bandas de música y de incienso, costaleros y ‘kofrades’ de gomina y blazer azul. “Lo dicho. Así nos va. Y así nos lo cargamos. Aunque luego pidamos disculpas. Pero esto se puede ir al traste. De verdad. El enemigo (kapillita) está en casa”, decía Fernando Carrasco en las últimas líneas de su último artículo.

Poco a poco, la Semana Santa de Sevilla va ocupando más y más espacio. Las limitaciones litúrgicas que imponen los siete días de la Pasión, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, acaban convirtiéndose, paradójicamente, en un impedimento, con lo que van dando paso progresivamente a la desnaturalización del hecho que ya no quiere más raíces que las del espectáculo. La celebración por la celebración. En los últimos años, de hecho, se ha ido extendiendo, no sólo en Sevilla, sino por toda España, la organización en los colegios de una ‘Semana Santa infantil’, de modo que en los días previos es habitual ver por las calles, camino de la escuela, a niños vestidos de costalero o de romano, niñas con mantilla y otros con chaquetita y corbata.

Es el mismo modelo de celebración que se repite a lo largo de todo el años, sin diferencias apreciables: disfraces de pastorcitos en Navidad, de piratas en Carnaval, de costaleros en Semana Santa y de zombis en Halloween. Hasta en los colegios más religiosos de Sevilla, como Entreolivos, del Opus Dei, celebra su Semana Santa Infantil, con pregón incluido de uno de los niños. Y en las calles, hay desfiles de miniaturas con sus paso de vírgenes y de cristos a escala. La consecuencia natural de esa tendencia, una vez que a la Semana Santa se la priva de su contexto natural en los días de la Pasión, será que esos niños, pasados los años, quieran seguir organizando sus propias cofradías durante todo el año, con celebraciones extraordinarias que siempre encuentran una justificación para poner en la calle un paso con costaleros, una banda de música detrás y una nube de incienso envolviéndolo todo. Ese es el ‘declive kofrade’ que inquieta a los más capillitas de Sevilla.

“Lo dicho. Así nos va. Y así nos lo cargamos. Aunque luego pidamos disculpas. Pero esto se puede ir al traste. De verdad. El enemigo (kapillita) está en casa”

La grandeza de la Semana Santa andaluza, el increíble magnetismo de su forma de entender la religiosidad, requiere el equilibrio de sus dos componentes fundamentales, sociales y eclesiásticos. A lo largo de siglos, el pueblo se ha ido adueñando del fenómeno, lo ha sacado de la oscuridad y la sangre y lo ha llevado a la luz y al goce. Manuel Chaves Nogales lo describió bien en un artículo publicado en 1922, en el ‘Heraldo de Madrid’. “Las primitivas procesiones eran de disciplinantes; penitentes enmascarados, cubiertos sus cuerpos con un lienzo basto y sin bruñir, íbanse azotando hasta que les acometía algún desmayo o accidente; entonces les socorrían, levantábanle el capuz para que respirasen a sus anchas, y la procesión –los cristos vacilantes sobre las andas apoyadas en las horquetas- seguía su camino, sembrado de goterones de sangre, entre el estremecimiento de horros de la multitud enfervorecida”.

El mismo Chaves Nogales cuenta luego que el espectáculo dantesco comenzó a dar muestras de decadencia, porque cada vez eran menos las personas dispuestas a fustigarse de esa forma en las cofradías, con lo que comenzaron a escasear seriamente los penitentes. Tanto escasearon que las cofradías, entonces, llegaron al esperpento de pagar a gentes para que se mortificaran en el cortejo. Hasta que en 1602 apareció una disposición sinodal de obligado cumplimiento: “Y porque somos informados que por tener algunas cofradías pocos cofrades que se disciplinen, alquilan algunos que lo hagan, y es cosa muy indecente que por dinero y precio temporal se haga cosa tan santa, mandamos desde aquí que en adelante no se haga, so pena de excomunión”. A partir de ahí, de aquella Semana Santa que sí se estaba convirtiendo en una miserable mentira, se fue configurando la Semana Santa que conocemos y que llega a este punto de la historia en el que, de nuevo, el fiel de la balanza se desequilibra. Y si antes era la sangre penitente, ahora es el ‘show kofrade’ el que la amenaza.

En la víspera de la Semana Santa, Sevilla se conmovió con la noticia de la muerte de un periodista local, querido, leído y entrañable, que estaba considerado como una de las referencias fundamentales del mundo cofrade y del mundo taurino, dos esencias de la capital andaluza. Fernando Carrasco acababa de asistir a la representación de una obra de teatro, adaptación de su última novela, ‘El hombre que esculpió a Dios’, inspirada en Juan de Mesa, y al salir, cayó fulminado. La ciudad ya respiraba la Semana Santa en cada brote de azahar en las aceras y la muerte repentina de este hombre, de tan sólo 51 años, fue un mazazo inesperado con el que, además, se ensañó el destino: su último trayecto en esta vida fueron unos metros, andando por la acera, desde la Iglesia de la Caridad, donde su obra de teatro había dejado flotando la imagen del Gran Poder, a la plaza de toros de la Maestranza, frente a la que se derrumbó por un infarto fulminante. El artículo que Fernando Carrasco había dejado escrito ese día, el 3 de marzo, parecía un grito de alerta, una advertencia última sobre lo que más amaba subrayada con su propia muerte: “El enemigo (kapillita) está en casa”.

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