Es noticia
Podemos recoge tempestades
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Podemos recoge tempestades

La violencia hoy, en las sociedades democráticas, no solo no se puede justificar, sino que debe condenarse con toda energía porque siempre esconde una ambición inconfesable

Foto:  Miembros de los cuerpos antidisturbios ante varios manifestantes, a la entrada del 'banco expropiado'. (EFE)
Miembros de los cuerpos antidisturbios ante varios manifestantes, a la entrada del 'banco expropiado'. (EFE)

Podemos tiene un problema con la violencia, un problema de reconocimiento de la violencia, digamos. No es nada que le afecte en exclusiva, es verdad, porque esa ceguera o deformación de la realidad se ha instalado desde hace años en un sector de la izquierda, acaso en la que se define a sí misma como la izquierda más radical. Todo parte de la aceptación generalizada de que, a lo largo de la historia, el hombre siempre ha tenido que ganarse su progreso; las conquistas sociales son conquistas literales y nada le ha sido concedido a la civilización sin sangre, sudor y lágrimas. De esa evidencia histórica, se llega a la idea de Marx de que “la lucha de clases es el motor de la historia” y, años después, Marcuse profundiza más sobre la ‘ética de la violencia’ y justifica abiertamente su utilización por parte de los sectores más oprimidos de la sociedad: “La teoría y la práctica políticas reconocen situaciones históricas en las cuales la violencia se convierte en el elemento esencial y necesario del progreso”.

Evidentemente, este razonamiento de Marcuse se puede compartir desde un punto de vista histórico, de la evolución, pero se convierte en una peligrosa justificación para el poder cuando se invoca en la actualidad como argumento político, como si el tiempo no hubiera pasado. La violencia hoy, en las sociedades democráticas, no solo no se puede justificar, sino que debe condenarse con toda energía porque siempre esconde una ambición inconfesable. En los países desarrollados, los avances sociales ya fueron conquistados hace mucho tiempo y ese modelo de sociedad, que se llama Estado del bienestar, ya solo depende de que los países que lo aplican alcancen un nivel de desarrollo que les permita financiarlo. En nombre de la revolución se han cometido tantos asesinatos, se ha impuesto tanta represión en el pueblo, se han cometido tantas atrocidades sociales que cualquier demócrata debe estar escarmentado ante esos peligrosos populistas de falsa izquierda.

Las contradicciones han comenzado a estallarle en sus propias narices allí donde gobierna directamente

Nadie ha prostituido más los ideales de la revolución que algunos de los grandes revolucionarios de la historia. Los vemos todavía, con chándal o traje caqui, algunos en paraísos bananeros y otros que salen a las calles con pasamontañas en democracias consolidadas como las europeas, parapetados en los movimientos de los antisistema que convierten la violencia en su única razón de ser. Ahí es donde nace el problema de Podemos para reconocer la violencia, porque hasta ahora la han justificado, minusvalorado o menospreciado, hasta llegar al punto en que nos encontramos, en el que las contradicciones han comenzado a estallarle en sus propias narices allí donde gobierna directamente, como en Cádiz, con José María González, ‘Kichi’, o a través de fuerzas políticas aliadas, como en Barcelona, con Ada Colau.

En Barcelona, el llamado ‘banco expropiado’ es, al mismo tiempo, ejemplo y lección. Es un ejemplo de la hipocresía sobre la que se edifican esos movimientos de izquierda pegatinera y es una lección de cómo acaba explotando un cúmulo de despropósitos institucionales como el cometido por el Ayuntamiento de Barcelona. Lo llaman ‘banco expropiado’, como si hubieran expropiado un banco, como si no fueran solamente unas antiguas oficinas bancarias que han estado utilizando durante tres años gracias a que el Ayuntamiento pagaba el alquiler.

El ‘banco expropiado’ es un ejemplo de la hipocresía de esa izquierda pegatinera y una lección de cómo explota un cúmulo de despropósitos institucionales

Cuando el municipio ha dejado de hacerlo, han llegado los incidentes, y el coste de los destrozos, en solo dos días, son muy superiores a los logros sociales que hayan podido obtener con los talleres sociales o la tienda de ropa que habían instalado dentro. Ada Colau llegó a la alcaldía, dejó de pagar el alquiler para contentar el discurso okupa, y ha provocado un estallido violento que se le ha ido de las manos. Ahora debería explicar a los barceloneses de qué partidas presupuestarias va a recortar para pagar los desperfectos de cientos de miles de euros causados por sus antisistema del ‘banco expropiado’, que ni era banco ni había sido expropiado.

Y Cádiz. Un alcalde comparte con las demás autoridades la responsabilidad del orden público, con lo que es imposible ponerse al lado de los antisistema desde el sillón de la alcaldía. Además de ser una contradicción en sí misma, porque no puede ser a la vez representante del sistema y portavoz de los antisistema; es un equilibrio imposible que acaba naufragando en los dos lados. Pero eso es lo que le ha ocurrido a José María González, ‘Kichi’, que en los últimos días se ha enfrentado con la Policía Local y con la Policía Nacional en Cádiz.

Un alcalde comparte con las demás autoridades la responsabilidad del orden público, con lo que es imposible ponerse al lado de los antisistema

A los policías locales, que dependen de su Gobierno, los ha puesto en evidencia por perseguir la venta ilegal en Cádiz. ¿Acaso cree el alcalde de Cádiz que los policías locales persiguen la venta ilegal porque se les antoja cuando se levantan a desayunar? Lo hacen en cumplimiento de la normativa municipal y si el alcalde considera ahora que no tiene que ser así, que suprima las tasas e impuestos para todos los negocios y decrete Cádiz como ‘zona libre de venta comercial’. Lo mismo ocurrió en el campo de fútbol, en el Carranza, cuando la Policía Nacional desalojó del campo a un bronquista que la estaba formando en una grada, y el alcalde, que también estaba viendo el partido, el Cádiz contra El Ferrol, exhibió sus galones para meter otra vez en la grada al espectador que había sido expulsado. ¿De quién sería la responsabilidad de un nuevo incidente? ¿Qué mensaje les envía Kichi a los gaditanos sobre el trato que deben dispensar a las fuerzas de orden público?

En fin, lo dicho, que Podemos tiene un problema para reconocer la violencia. Y si quieren gobernar en España, que no es lo mismo que Venezuela, tendrían que afinar la vista en lo elemental de una democracia. Los miembros de Podemos ya no están en las calles, en las plazas, sino en los escaños de los ayuntamientos, de las autonomías, del Congreso y hasta de algo tan casta como el Senado. Por pura coherencia, que aprendan de sus principios si no quieren recoger tempestades. “La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”, dejó dicho Carlos Marx y, cuando se mira a la izquierda radical, se comprueba que eso es lo que ha sucedido. La ‘lucha de clases’, como motor de los grandes avances sociales y laborales, transformada en okupas subvencionados y los antisistema violentos. Eso no es progreso, ese es el envés de la historia de la izquierda, de sus conquistas.

Podemos tiene un problema con la violencia, un problema de reconocimiento de la violencia, digamos. No es nada que le afecte en exclusiva, es verdad, porque esa ceguera o deformación de la realidad se ha instalado desde hace años en un sector de la izquierda, acaso en la que se define a sí misma como la izquierda más radical. Todo parte de la aceptación generalizada de que, a lo largo de la historia, el hombre siempre ha tenido que ganarse su progreso; las conquistas sociales son conquistas literales y nada le ha sido concedido a la civilización sin sangre, sudor y lágrimas. De esa evidencia histórica, se llega a la idea de Marx de que “la lucha de clases es el motor de la historia” y, años después, Marcuse profundiza más sobre la ‘ética de la violencia’ y justifica abiertamente su utilización por parte de los sectores más oprimidos de la sociedad: “La teoría y la práctica políticas reconocen situaciones históricas en las cuales la violencia se convierte en el elemento esencial y necesario del progreso”.

Violencia Barcelona Ada Colau Resultados empresariales