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El Gato Moragas
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Javier Caraballo

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El Gato Moragas

El de Jorge Moragas es el primer perfil de una serie dedicada a los hacedores de candidatos: los directores de campaña de los cuatro grandes partidos

Foto: (Ilustración: Raúl Arias)
(Ilustración: Raúl Arias)

En casi todas las biografías políticas, hay un aspecto que se engorda estúpidamente. No me refiero a aquellos que se inventan el currículum con carreras universitarias y cargos que nunca han desempeñado, aunque esa es otra historia también muy común en política. No, a ver, se trata de mentirijillas o exageraciones que nada aportan a la sustancia del currículum pero que se incluyen aunque, en ocasiones, suenen ridículas solo al leerlas. En el caso de Jorge Moragas (PP) lo llamativo del currículum, en ese sentido, es su declarada vocación cinéfila: en todos los perfiles y retazos biográficos que se publican, se suele incluir que su gran pasión es el cine. Hasta ahí, normal. Pero va avanzando el detalle de su gran pasión en los momentos de ocio y siempre aparece una película: ‘Lawrence de Arabia’. Y la exageración definitiva, evitable, llega cuando se afirma que Moragas asegura haberla visto “en infinidad de ocasiones”. Esa es la exageración evitable, porque nadie puede ver una película como ‘Lawrence de Arabia’ en infinidad de ocasiones, como si fuera el politono de una canción de moda que suena en el móvil. Ver ‘Lawrence de Arabia’ en infinidad de ocasiones es incompatible con la vida, por mucho que a uno le guste esa película que dura casi tres horas y media.

Moragas hace gala de vocación cinéfila y presume de haber visto 'Lawrence de Arabia' en infinidad de ocasiones, lo que es incompatible con la vida

¿Por qué, entonces, tiene interés un tipo como Moragas, con un interesante currículum profesional, en destacar un imposible? Debe ser por la fascinación que le causa el personaje, Thomas Edward Lawrence, magistralmente encarnado por Peter O'Toole. En algún momento de su vida política, Jorge Moragas se ha visto a sí mismo atravesando un desierto con la convicción con la que lo atravesó Lawrence de Arabia, con su chilaba en lo alto de un camello. “Para ciertos hombres, nada está escrito si ellos no lo escriben”, dice el protagonista de la peli cuando nadie creía posible que pudiera atravesar el desierto. Y debe pensar Moragas que esa misma determinación es el rasgo más sobresaliente de su carácter. Se puede apreciar en episodios circunstanciales, como cuando se cogió la mochila, siendo diputado, y se fue a La Habana con la única pretensión de que el régimen cubano lo expulsara en cuanto pisara el aeropuerto, que es lo que ocurrió (otoño de 2004) o, sobre todo, en decisiones trascendentales como cuando se convirtió en la sombra de Mariano Rajoy, después de perder, en 2008, por segunda vez las elecciones frente a Rodríguez Zapatero. En los dos casos es fácil adivinar el desierto, el del longevo régimen castrista, desde luego, pero también el desierto ingrato de hostilidad y desconfianza que se abría ante Rajoy como líder del centroderecha después de su segunda derrota en las urnas. Casi nadie confiaba en Rajoy, le zarandeaban casi a diario el sillón en su propio partido, y ni siquiera la crisis económica se veía entonces como una oportunidad. Fue entonces cuando Moragas se lio el turbante y debió decirse ante el espejo lo de Lawrence de Arabia: “El destino lo escribo yo”.

Cuatro años más tarde llegó a puerto, como las tropas inglesas llegaron a Ákaba, y Rajoy pudo ser presidente del Gobierno. Desde entonces, un halo de misterio no ha dejado de crecer alrededor de Jorge Moragas, como sucede con todos los hombres que están a la sombra del poder. Quienes han trabajado con él definen su trabajo como el de un estratega puro. “No es Arriola”, se apresuran a precisar para remarcar que la gran virtud de Moragas ha sido el diseño de Mariano Rajoy como líder político, desde la agenda de actos hasta las citas con las personas influyentes con las que debe sentarse o rodearse. “Es un americanista en su concepto de la política y con ese espíritu ha desarrollado su trabajo en la Moncloa. Siempre se rodea de equipos de gente muy joven, muy preparada, y ha impulsado la creación de organismos como el Consejo de Seguridad Nacional, bajo esos mismos parámetros de su visión de la política. En suma, Moragas ha sido un ‘americanista en la Moncloa’, con la salvedad de que Rajoy no es Kennedy”, añaden sin intención aparente de que esto último se convierta en mofa; un mero ejercicio de sinceridad extrema.

Quienes le conocen le definen como un 'americanista' que se rodea de jóvenes y que ha puesto en marcha proyectos como el Consejo de Seguridad Nacional

De todas formas, su trabajo más conocido y reconocido ha sido el de ‘director de campañas electorales’. Podría decirse que con Moragas, ‘director de campaña’ ha pasado a ser un concepto, muy por encima del mero cargo. El logro, en cualquier caso, se le debe adjudicar a Rajoy que fue quien justificó la transición del director de campaña de cargo a ente o poder fáctico que mueve los hilos de todo. Fue en una entrevista con Carlos Alsina, en Onda Cero, cuando todas las preguntas sin respuesta confluían en el ente: “Eso lo decide el director de campaña” “Iré donde diga el director de campaña” “Eso se lo pregunta usted al director de campaña” “Claro, como usted no es director de campaña”, decía Rajoy a cada instante. Moragas pasó ese día a un estado que en política se cotiza mucho, el estado omnipresente. Desde entonces, se le adivina detrás de cada decisión, de cada conspiración, de cada paso que da el presidente del Gobierno.

Himno del PP versión latina 26-J

Moragas nació en Barcelona (por cierto, que cumple años cinco días antes de las elecciones) y, tras estudiar Derecho, ingresó en la carrera diplomática, como Lawrence de Arabia. Pero ni tiene pinta de catalán ni de diplomático al uso; acaso tiene un aire de dandi sudamericano por el pelazo que exhibe, con ese tupé que lo define. Lo pensé el otro día cuando presentaba la versión salsera del himno del Partido Popular, después de ese vídeo de campaña de los gatos, también obra suya. Moragas acabó la rueda de prensa, dejó el nuevo himno sonando, 'in crescendo', y se alejó del atril moviendo levemente los hombros, al compás de la música. “Si se llamara Gato Moragas nadie se lo reprocharía”, me dije.

En casi todas las biografías políticas, hay un aspecto que se engorda estúpidamente. No me refiero a aquellos que se inventan el currículum con carreras universitarias y cargos que nunca han desempeñado, aunque esa es otra historia también muy común en política. No, a ver, se trata de mentirijillas o exageraciones que nada aportan a la sustancia del currículum pero que se incluyen aunque, en ocasiones, suenen ridículas solo al leerlas. En el caso de Jorge Moragas (PP) lo llamativo del currículum, en ese sentido, es su declarada vocación cinéfila: en todos los perfiles y retazos biográficos que se publican, se suele incluir que su gran pasión es el cine. Hasta ahí, normal. Pero va avanzando el detalle de su gran pasión en los momentos de ocio y siempre aparece una película: ‘Lawrence de Arabia’. Y la exageración definitiva, evitable, llega cuando se afirma que Moragas asegura haberla visto “en infinidad de ocasiones”. Esa es la exageración evitable, porque nadie puede ver una película como ‘Lawrence de Arabia’ en infinidad de ocasiones, como si fuera el politono de una canción de moda que suena en el móvil. Ver ‘Lawrence de Arabia’ en infinidad de ocasiones es incompatible con la vida, por mucho que a uno le guste esa película que dura casi tres horas y media.

Mariano Rajoy Jorge Moragas Moncloa