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Gustavo Bueno y el camelo nacionalista
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Javier Caraballo

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Gustavo Bueno y el camelo nacionalista

Se ha muerto Gustavo Bueno y ya no hay nadie de su talla que se ponga en pie y les diga a todos: “Señores, el nacionalismo es un camelo”

Foto: Fotografía de archivo del filósofo Gustavo Bueno. (EFE)
Fotografía de archivo del filósofo Gustavo Bueno. (EFE)

Por extraño que parezca, ni en la Segunda República ni durante el franquismo estuvieron los intelectuales más ausentes de los problemas de España que ahora en democracia. Por eso duele tanto la muerte del filósofo Gustavo Bueno, porque ha sido de los pocos aquí que siempre estaban dispuestos a zamarrear las conciencias de todos, con provocaciones, con verdades, metiéndose en el charco siempre, remangándose en la infinidad de conferencias, charlas y entrevistas que concedió. Se ha muerto Gustavo Bueno y ya no hay nadie de su talla que se ponga en pie y les diga a todos: “Señores, el nacionalismo es un camelo”. Ni en la República ni en la dictadura hubo tanto vacío de intelectuales, tanto desierto, tanta vergüenza de España. Es urgente que alguien rescate la bandera de Gustavo Bueno, la memoria de Pepito Grillo, y comience a alertar de este silencio, que ahora es mayor con su muerte, antes de que cuando hablemos de intelectuales la única referencia en la memoria sean los que se hicieron hermandad con el trazo circunflejo de la ceja de Zapatero.

De Antonio Machado o Miguel de Unamuno hasta José Luis Aranguren, José Antonio Maravall y Julio Caro Baroja, separados por una Guerra Civil y 30 años de dictadura, los unos y los otros, bajo regímenes distintos, hablaban más de España, teorizaban más sobre los problemas territoriales de España, que han sido siempre los que han frenado cualquier desarrollo político, social y económico, de lo que ha ocurrido en toda la democracia. Acaso porque el interés de España, el dolor de España que sentían los unos y los otros, ha ido desapareciendo lentamente.

Foto: Imagen de archivo de Gustavo Bueno. (RTVE)
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También lo advirtió Gustavo Bueno: “Para los nacionalistas, se trata de liquidar España, y para el resto no es que la nieguen, sino que la olvidan. La derecha y la izquierda se avergüenzan de España”. Pero no ha sido siempre así. Como cuando Antonio Machado le prestaba su voz a Juan de Mairena: “De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etcétera, antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse”. También le dolía España a Unamuno, mucho más pesimista, cuando le advertía a Azaña sobre el inevitable fin de una Cataluña independiente. “Cataluña -decía Unamuno- ha de acabar, y muy pronto, por separarse del todo del Reino de España y constituirse en Estado absolutamente independiente. (…) Cataluña se unió a España, perdiendo su personalidad, a cambio de un plato de lentejas: los aranceles. Pero hoy quieren recabar aquella independencia aunque sea perdiendo las lentejas (...) Cataluña no es una región más oprimida que las otras. Cataluña y Castilla son un matrimonio que no congenia, y la salvación, triste es decirlo, no es otra que la separación del alma castellana y catalana, aunque el cuerpo siga siendo uno mismo...”.

Al final del franquismo, también al final del franquismo, pueden encontrarse interesantes encuentros de intelectuales para debatir sobre el catalán. Con el lema ‘Diálogos Cataluña/Castilla’ comenzaron a reunirse un grupo de intelectuales en la década de los sesenta, con personalidades como José Antonio Maravall diciendo cosas como esta, ante las narices del franquismo: “Decía Castellet esta mañana: la tragedia de España es su diversificación. Yo diría que quizá no es esa exactamente la cuestión. En definitiva, la hay en Italia y no menos. Yo creo que la tragedia de España es la falta de libertad para manifestarse esa diversificación”. Luego añadía su sorpresa -que se mantiene en nuestros días- por la extraordinaria capacidad de mimetización que han tenido algunos movimientos reaccionarios para convertirse en bandera de un supuesto progresismo de izquierdas. Y citaba “el fenómeno del Carlismo, unido al Catalanismo en sus principios. Como en Cataluña, en España se ha dado varias veces el fenómeno sorprendente, y que a mí me parece enormemente perturbador, de nuestra vida: que un estereotipo, una mentalidad y una manera de ver las cosas típicamente reaccionaria, y que responde a una estructura mental reaccionaria, ha sido tomado como bandera de la izquierda”.

Su ausencia se alarga para llamarnos la atención del papel que deben ejercer los intelectuales, sea cual sea su visión, para agitar conciencias

Que se ha muerto Gustavo Bueno y su ausencia se alarga durante todo el periodo democrático para llamarnos la atención del papel que tienen que ejercer los intelectuales, sea cual sea su visión, para agitar conciencias y enfrentarse a esta suerte de verdad oficial que se va imponiendo en España, hasta parecer que no existe más pasado que este 'totum revolutum' en el que van pasando los días y se van consumiendo las seseras. Gustavo Bueno, siempre crítico, siempre provocador: “Lo que llamamos ‘nacionalismos’ son nacionalismos fraccionarios. Catalanes y vascos nunca constituyeron una nación política. Aparecen en el siglo XIX como partidarios de una nación de carácter místico y segregatorio, sin aportar conceptos nuevos. Son un camelo. Se fundan en la mentira histórica. Brotan de unas élites económicas, de los hidalgos locales o de la burguesía, que se mueven por resentimiento ante la lucha de clases que determina la inmigración de trabajadores procedentes de España”.

Descanse en paz.

Por extraño que parezca, ni en la Segunda República ni durante el franquismo estuvieron los intelectuales más ausentes de los problemas de España que ahora en democracia. Por eso duele tanto la muerte del filósofo Gustavo Bueno, porque ha sido de los pocos aquí que siempre estaban dispuestos a zamarrear las conciencias de todos, con provocaciones, con verdades, metiéndose en el charco siempre, remangándose en la infinidad de conferencias, charlas y entrevistas que concedió. Se ha muerto Gustavo Bueno y ya no hay nadie de su talla que se ponga en pie y les diga a todos: “Señores, el nacionalismo es un camelo”. Ni en la República ni en la dictadura hubo tanto vacío de intelectuales, tanto desierto, tanta vergüenza de España. Es urgente que alguien rescate la bandera de Gustavo Bueno, la memoria de Pepito Grillo, y comience a alertar de este silencio, que ahora es mayor con su muerte, antes de que cuando hablemos de intelectuales la única referencia en la memoria sean los que se hicieron hermandad con el trazo circunflejo de la ceja de Zapatero.

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