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Los silencios de Susana Díaz y la parálisis andaluza
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Javier Caraballo

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Los silencios de Susana Díaz y la parálisis andaluza

El problema de Susana ahora es que, en esa carrera, la expectativa le lleva ventaja, cada vez más; se ha distanciado y ella se ha quedado atrás

Foto: La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. (EFE)
La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. (EFE)

Los silencios de Susana Díaz siempre son estratégicos. Es mentira, claro, pero es lo que dicen la mayoría de las crónicas que hablan de ella, porque el arma política más efectiva con la que ha conseguido hacerse la presidenta andaluza es el control de la expectativa: siempre se piensa que maquina algo y que lo tiene bien atado. No es una fama casual, desde luego. Quienes conocen a Susana Díaz, su trayectoria política, han acabado concluyendo que esta mujer está en un estado de conspiración permanente. Siempre tiene un objetivo pendiente y va caminando hacia él como una saltadora de vallas, sabiendo que las vallas que supera son las personas de su entorno que va dejando atrás cuando ya no le son útiles. Lo cuentan así y, de inmediato, comienzan a ponerle nombre a las vallas, Gómez de Celis, Monteseirín, Viera, Velasco, Griñán, Chaves, promotores y padrinos que ha ido superando o derribando cuando se convirtieron en obstáculos para su crecimiento. Una carrera, en fin, hacia su máxima ambición, que es llegar a La Moncloa con los brazos extendidos y el pelo al viento, cabalgando sobre una ola de popularidad como aquella en la que se montó Felipe González en 1982.

Foto: La secretaria general del PSOE en Andalucía y presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. (EFE)

El problema de Susana ahora es que, en esa carrera, la expectativa le lleva ventaja, cada vez más; se ha distanciado y ella se ha quedado atrás. Y ya está dicho que Susana Díaz sin expectativa de conspiración pierde mucho como ser político. Por eso, las crónicas que hablan de ella, desconcertadas, hablan de silencio táctico, porque nadie calcula que pueda haber en España un nuevo ciclo de elecciones y que la presidenta andaluza no espabile, retome la carrera de nuevo, y comience a derribar los obstáculos que todavía tiene delante. Que llegue a la meta, aunque sea tirándose en plancha como la atleta de Bahamas. Lo que sea, pero ya, porque a partir del otoño las expectativas se marchitarán como los sueños de Penélope, y Susana Díaz puede quedarse para siempre en la estación, tejiendo deseos imposibles. Y peor aún, puede ocurrirle que este estado de permanente disponibilidad para largarse de la Junta de Andalucía acabe afectando también a la permisividad de que disfruta en Andalucía.

Es verdad que esa permisividad no es exclusiva de Susana Díaz como actual líder del socialismo andaluz, sino que, de forma general, los andaluces siempre han disculpado más los defectos del PSOE que los de los demás partidos políticos. Aquello que en otros se convertía en una grave crisis, ya fueran casos de corrupción, ineficacia en la gestión o cruentos enfrentamientos internos, en el PSOE no pasaba de ser una tormenta pasajera.

El PSOE en Andalucía siempre ha tenido bula con el electorado, y eso lo saben bien los rivales políticos, tan desconcertados muchas veces en sus estrategias. Pero tampoco es un don permanente, ni infalible, como ya quedó claro cuando Manuel Chaves abandonó la presidencia de la Junta de Andalucía, que gestionaba con la comodidad de una empresa familiar, le sucedió José Antonio Griñán y comenzó a hacer reformas inoportunas que alteraron gravemente la ‘pax chaviana’ que tantas victorias le había garantizado al PSOE andaluz. A punto estuvo todo de irse al garete y por eso se acogió en el PSOE con un profundo respiro de alivio que llegara Susana Díaz y devolviera al aparato socialista el orden y el norte que habían perdido con Griñán.

Repasemos lo sucedido este verano en Andalucía. El Gobierno andaluz se ha quitado de en medio, literalmente; ni siquiera han aparecido en las fiestas patronales de algún pueblo para hacer alguna declaración. Decreto riguroso de vacaciones gubernativas mientras en la Sanidad, por ejemplo, los enormes recortes de la Junta de Andalucía han provocado un nuevo lío judicial para el Gobierno de Susana Díaz. Como dicen en la Asociación del Defensor del Paciente, en todas las autonomías hay problemas y opacidad con las listas de espera, pero “en Andalucía se llevan la palma”. Quizá por eso, al contrario de lo que sucede en otras regiones donde las denuncias judiciales no han prosperado, la Fiscalía andaluza ha decidido intervenir para intentar determinar qué está pasando en la Sanidad andaluza, sobre todo en veranos como este de parálisis total. En Málaga, murió un señor mientras esperaba ser llamado para que le colocaran un 'bypass' coronario en el hospital Carlos Haya. También en Estepona, un hombre de 64 años murió de un infarto porque la ambulancia tardó hora y media en llegar. Y en Almería, fue noticia el caso de un paciente al que le diagnosticaron un cáncer de colon y le aplazaron el tratamiento varios meses por falta de personal en el hospital donde debían atenderle.

Foto:  La presidenta de la Junta, Susana Díaz (i), durante la inauguración de la UCI pediátrica del Hospital Virgen del Rocío en 2015. (EFE)

La bula andaluza de la que ahora goza Susana Díaz consiste en que, en otras latitudes, la intervención de la Fiscalía después de la muerte de dos pacientes a consecuencia de los recortes en la Sanidad hubiera provocado un escándalo político nacional, pero en Andalucía no provoca ni la interrupción de las vacaciones del Gobierno. Susana Díaz conoce los beneficios de esa bula y, por eso, debe cuidarla. Porque hasta la bula andaluza hacia el socialismo gobernante (quizá se trata de la única región europea que no ha cambiado de gobierno en más de 30 años) corre el riesgo del alterarse si algún día a los andaluces les da por pensar que la parálisis andaluza se debe a que su presidenta está pendiente de otras cosas.

Los silencios de Susana Díaz siempre son estratégicos. Es mentira, claro, pero es lo que dicen la mayoría de las crónicas que hablan de ella, porque el arma política más efectiva con la que ha conseguido hacerse la presidenta andaluza es el control de la expectativa: siempre se piensa que maquina algo y que lo tiene bien atado. No es una fama casual, desde luego. Quienes conocen a Susana Díaz, su trayectoria política, han acabado concluyendo que esta mujer está en un estado de conspiración permanente. Siempre tiene un objetivo pendiente y va caminando hacia él como una saltadora de vallas, sabiendo que las vallas que supera son las personas de su entorno que va dejando atrás cuando ya no le son útiles. Lo cuentan así y, de inmediato, comienzan a ponerle nombre a las vallas, Gómez de Celis, Monteseirín, Viera, Velasco, Griñán, Chaves, promotores y padrinos que ha ido superando o derribando cuando se convirtieron en obstáculos para su crecimiento. Una carrera, en fin, hacia su máxima ambición, que es llegar a La Moncloa con los brazos extendidos y el pelo al viento, cabalgando sobre una ola de popularidad como aquella en la que se montó Felipe González en 1982.

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