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El PSOE implosiona: un caos muy berraco
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Javier Caraballo

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El PSOE implosiona: un caos muy berraco

Es un problema de partido, de imagen de partido, de marca de partido, ante el electorado de izquierda que tradicionalmente lo secundaba

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En algún momento, llegó Pablo Escobar, su memoria, y la frase cayó en la reunión en la que se encontraba como una sentencia definitiva: “Tenemos que crear un caos muy berraco, muy berraco”. Una guerra muy tocha, llevárselo todo por delante, vida o muerte, porque de eso se trata. Lo ocurrido en el PSOE en los tres últimos días no tiene precedentes en su historia por la agresividad de la contienda, por la inexistencia absoluta de cauces de diálogo, por el deseo explícito de acabar la batalla con el exterminio del adversario, sin posibilidad alguna de reparación o entendimiento. Los planes de huida hacia delante del secretario general, esa ‘estrategia del suicidio’ con la que tomaba la iniciativa, ha sido contestada por sus adversarios, los llamados críticos, aunque no se trate de un sector homogéneo, con la voladura completa del edificio, del partido. Una dimisión en masa para tumbar al secretario general, a dos días del comité federal, un órgano consagrado en la estructura reglamentaria socialista como el de máxima representación del partido, a excepción de los congresos federales. El PSOE ha implosionado.

La voladura de la ejecutiva federal, con el ánimo claro de que la explosión dinamite igualmente el comité federal, que no llegue ni siquiera a celebrarse, es lo que conduce directamente a la frase de Pablo Escobar: “Tenemos que crear un caos muy berraco, muy berraco, porque cuando haya una guerra civil muy berraca, nos llamarán pidiendo la paz”.

No es que esta sea la primera guerra civil en el PSOE, pero sí la más autodestructiva por un abanico de circunstancias que, sumadas todas ellas, conforman la tormenta perfecta en la que se ha adentrado el PSOE. La crisis, y es lo fundamental, se produce en el momento de mayor debilidad electoral del PSOE por la irrupción de un partido político, o, mejor, un conglomerado de fuerzas políticas, que por primera vez en 40 años de democracia le está disputando la hegemonía de la izquierda. Dicho de otra forma, que para tragedia del PSOE, el problema electoral por el que atraviesa va mucho más allá de la debilidad del liderazgo de Pedro Sánchez como secretario general y la demostrada como candidato socialista.

De hecho, en la propia Andalucía, la curva electoral que describe la etapa de Susana Díaz es claramente descendente. Desde 2015, cuando ganó las elecciones andaluzas, pero sin superar ni en votos ni en escaños al dimitido José Antonio Griñán, Susana Díaz ha ido perdiendo respaldo en su comunidad hasta llegar a los sondeos de la actualidad, que la sitúan hasta siete puntos por debajo del Partido Popular en unas elecciones generales; en junio, ya perdió esas elecciones por primera vez. En suma, en toda España, contemplada en su conjunto o parcialmente, la avería del PSOE es mayor que la que podría achacarse a la debilidad de Pedro Sánchez. Es un problema de partido, de imagen de partido, de marca de partido, ante el electorado de izquierda que tradicionalmente lo secundaba. Y ante ese problema, la respuesta ha sido esta batalla despiadada por el poder que ha dinamitado el propio partido; sin duda, esa es la mayor ceguera.

De ahí que el momento estratégico de esta ‘guerra civil’ agrava el enfrentamiento interno sobre todos los precedentes y convierte el futuro del PSOE en imprevisible. El pasado lunes, cuando comenzó la detonación de las estructuras por parte de los primeros dirigentes del PSOE andaluz que comenzaron a cuestionar la legitimidad de Pedro Sánchez como secretario general, no se prestó atención a una de las afirmaciones que hizo el número dos de Susana Díaz, llamado Juan Cornejo. En una rueda de prensa en la que dio por iniciadas las hostilidades contra la ejecutiva federal del PSOE, el secretario de Organización de los socialistas andaluces dijo: “Claro que tenemos que ir a un congreso, pero un congreso de refundación”.

¿La refundación del PSOE? Desde la clandestinidad no se oía un lenguaje parecido en el seno del Partido Socialista y, quizá por ello, muchos veteranos del partido recordaron ayer, como precedente a lo ocurrido con el asalto a la ejecutiva de Pedro Sánchez, lo sucedido con Rodolfo Llopis, cuando Felipe González lo apeó de la secretaría general, sin congreso de por medio. Llopis era secretario general del PSOE en el exilio, y cuando lo volvió a elegir un congreso en 1972, los socialistas del interior, los jóvenes socialistas que vivían en España y que querían hacerse con el partido, dejaron de considerarlo como líder del partido. Montaron una estructura paralela en España, sin respetar las exigencias estatutarias, y Llopis acabó claudicando.

¿Puede llegar el órdago de Susana Díaz y de los demás críticos a ese extremo, abandonar la disciplina de la ejecutiva federal y comenzar a actuar en paralelo, con un nuevo ‘PSOE reconstituido’? Lo que, de hecho, ya ha sucedido es que el sector que lidera Susana Díaz ya ha dejado de reconocer a la ejecutiva federal, y no considera, por ejemplo, que “el compañero César Luena sea el secretario de Organización”, como dijo ayer Antonio Pradas, uno de los miembros de la ejecutiva federal que presentaron su dimisión. Lo mismo se deduce de Pedro Sánchez, al que ya no se le considera secretario general.

Si este próximo sábado, como parece que sucederá, se celebra finalmente el comité federal, habrá que ver si los miembros del sector crítico asisten o se ausentan, porque si sucede esto último, la división real del Partido Socialista habrá comenzado. Luego vendrán la indisciplina de voto en las instituciones, las expulsiones y las gestoras en muchas agrupaciones. Y en un futuro cercano, habrá dos partidos socialistas, el PSOE centenario y el PSOE reconstituido que pondrá en marcha Susana Díaz.

Cualquier hipótesis que hoy parezca descabellada puede convertirse en verosímil en unos días si el conflicto sigue agravándose exponencialmente, de la misma forma que hace una semana era imprevisible lo acontecido estos días. No hay, además, dirigentes históricos de peso que puedan plantear una mediación: Felipe González se ha sumado a la batalla, Alfonso Guerra anda desaparecido y Manuel Chaves, que es la última esperanza de cordura interna, se muestra indignado y dolido en sus círculos privados, pero se calla en público porque quizá se ve atado de pies y manos por su situación procesal en el escándalo de los ERE.

Como queda dicho, las consecuencias son imprevisibles, mucho más después de una semana como esta, en la que se han roto todos los manuales de comportamiento político y de respeto orgánico en el PSOE; sobre todo en una situación electoral como la actual, que nada tiene que ver con la clandestinidad en la que era secretario general Rodolfo Llopis, y mucho menos con la fractura entre guerristas y renovadores, porque en aquel momento, la década de los noventa, el PSOE seguía siendo hegemónico en la izquierda sin ninguna amenaza externa. Lo de ahora es otra cosa. Lo de ahora solo se parece al estilo de Pablo Escobar, “una guerra muy berraca, muy berraca”.

Foto: (Imagen: EC) Opinión
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En algún momento, llegó Pablo Escobar, su memoria, y la frase cayó en la reunión en la que se encontraba como una sentencia definitiva: “Tenemos que crear un caos muy berraco, muy berraco”. Una guerra muy tocha, llevárselo todo por delante, vida o muerte, porque de eso se trata. Lo ocurrido en el PSOE en los tres últimos días no tiene precedentes en su historia por la agresividad de la contienda, por la inexistencia absoluta de cauces de diálogo, por el deseo explícito de acabar la batalla con el exterminio del adversario, sin posibilidad alguna de reparación o entendimiento. Los planes de huida hacia delante del secretario general, esa ‘estrategia del suicidio’ con la que tomaba la iniciativa, ha sido contestada por sus adversarios, los llamados críticos, aunque no se trate de un sector homogéneo, con la voladura completa del edificio, del partido. Una dimisión en masa para tumbar al secretario general, a dos días del comité federal, un órgano consagrado en la estructura reglamentaria socialista como el de máxima representación del partido, a excepción de los congresos federales. El PSOE ha implosionado.

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