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Rajoy y Pablo Iglesias, la doble investidura
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Javier Caraballo

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Rajoy y Pablo Iglesias, la doble investidura

Los dos son conscientes de que se necesitan como oponentes en el nuevo panorama político español. Se trata de reinstaurar el binomio clásico de temor al oponente

Foto: Pablo Iglesias y Mariano Rajoy. (EFE)
Pablo Iglesias y Mariano Rajoy. (EFE)

Como en aquella sesión legendaria, dos por el precio de uno. Y en las dos, el mismo personaje de fondo, Felipe González, la primera vez como presidente del Gobierno y líder imbatible del PSOE y la segunda vez como sombra alargada que sigue marcando los caminos del Partido Socialista. En la primera ocasión, González recurrió a su vieja estrategia de amenazar con la dimisión, para sembrar el pánico de la orfandad en la izquierda, y puso el pecho por Alfonso Guerra, cuando empezaba el escándalo de su hermano, Juan Guerra. En el Congreso, el presidente González tomó la palabra y buscó el abismo: “Si el vicepresidente del Gobierno sintiera la tentación de presentar su dimisión por el cuestionamiento que se hace de su honradez o le forzaran a ello, habrán ganado dos batallas por el esfuerzo de una, la dimisión de Alfonso Guerra y la de Felipe González”. Dos por el precio de uno. Y eso mismo, pero justo al revés, es lo que ha ocurrido en esta sesión de investidura en la que también ha participado Felipe González como gran muñidor de la abstención del PSOE. En vez de dos dimisiones, dos investiduras, las de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y la de Pablo Iglesias como líder de la oposición.

Ocurre, además, que los dos protagonistas de lasesión de investidura son conscientes de lo que está pasando, de que se necesitan como oponentes en el nuevo panorama político español. Se trata de reinstaurar el binomio clásico de temor al oponente como fórmula electoral más efectiva: “O yo o el desastre”, interpretado con los matices ideológicos de cada cual, unos alertando del peligro extremista de los comunistas y otros avivando los eternos rescoldos del franquismo. Rajoy y Pablo Iglesias saben que la política, sobre todo la política española, se conduce por esos dos raíles y lo que ha decidido el Partido Popular ha sido concederle el marchamo de oposición a Podemos, una vez que el PSOE se ha derrumbado como oponente. Al hacerlo, además, el Partido Popular consigue superar la crisis del bipartidismo clásico y se incorpora a un nuevo panorama, con la izquierda más dividida, y más posibilidades de volver a reinar a medida que logre reagrupar de nuevo a los votantes del centro derecha, a costa, obviamente, de Ciudadanos.

En el cara a cara, Rajoy y Pablo Iglesias muestran una sintonía reveladora, con el intercambio de ironías y sarcasmos, carantoñas y garrotazos

Ya ocurrió en las últimas elecciones generales, en junio pasado, cuando el Partido Popular decidió volcar toda su energía contra Podemos y los resultados electorales confirmaron el acierto de esa estrategia. Como ya se apuntó entonces, tan evidente parecía en junio que Podemos podía superar al PSOE y formar un Gobierno de izquierdas en España, que el partido de Pablo Iglesias fue el único que logró movilizar al electorado en la campaña electoral; pero movilizó al electorado de centro derecha y el Partido Popular, dentro de la precariedad, ganó las elecciones con un resultado que pocos esperaban.

En la sesión de investidura, Mariano Rajoy ha vuelto a repetir los mismos guiños, dispensándole a Pablo Iglesias y a Podemos un trato diferenciado con respecto a todos los demás. En el cara a cara, Rajoy y Pablo Iglesias muestran una sintonía reveladora, con el intercambio de ironías y sarcasmos, carantoñas y garrotazos, para, al final, consolidarse ambos como los únicos protagonistas del debate. Cualquier encuesta realizada a continuación del debate, como el propio sondeo de El Confidencial entre sus lectores, confirma la polarización, porque son ellos dos los más destacados en las valoraciones. Y en las declaraciones de los líderes de ambos partidos después del debate se observará igualmente que existe una reiteración constante en ese dualismo; al punto de que parece que en el debate de investidura solo han intervenido dos portavoces, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias.

Es evidente que para que todo esto sea así, para que las cosas se hayan desarrollado de esta manera, ha sido fundamental el proceso de descomposición acelerado del Partido Socialista. Las elecciones de junio, cuando el PSOE logró frenar el 'sorpasso' de Podemos, le ofrecieron la última oportunidad de recomponerse internamente e intentar reconquistar la hegemonía de la izquierda. Pero este Partido Socialista está guiado por el cainismo y la ceguera; las guerras de poder interno no le dejan ver más allá, y en vez de recomponerse, ha decidido enterrarse un poco más.

Si este mismo discurso de la abstención, por ejemplo, lo hubiera puesto en marcha en el comité federal de julio, tras las elecciones, los resultados hubieran sido muy distintos, pero lo que hizo entonces fue mantener la nefasta estrategia de líneas rojas a izquierda y derecha, aprobada, por cierto, en aquel comité federal de julio sin necesidad siquiera de someterla a votación. Después de eso, el cambio drástico de opinión de octubre, ya contra las cuerdas de una mayor debacle electoral, y precedido de un ‘golpe de coroneles’ contra el secretario general, ha conducido al PSOE a la irrelevancia demostrada en este debate de investidura. Para colmo, dicen en el PSOE que no habrá Congreso Federal hasta mayo o junio del año que viene, con lo que inexplicablemente se mantendrá al partido con la provisionalidad de una gestora durante ocho o nueve meses. En fin, lo apuntado: por inexplicable que parezca, tras el derrocamiento de Pedro Sánchez no había ‘plan b’ de acción inmediata por parte de los causantes de la revuelta.

Mariano Rajoy y Pablo Iglesias salen investidos a la par. En el Partido Popular parece claro que, con esa elección de oponente, resuelven los problemas fundamentales que lo estaban lastrando electoralmente. Por un lado, consigue recolocarse como referencia fundamental del centro derecha, superando así la crisis del bipartidismo clásico. Por otro lado, se adentran en un panorama político en el que la izquierda está dividida y lejos aún de volver a reagrupar el voto en una sola opción política. En cuanto a Podemos, es evidente que le beneficia el trato diferenciado de oposición que le otorga el Partido Popular y mucho más la descomposición del PSOE, pero para que todo eso sea efectivo tienen que superar de una vez el 15-M. Podemos, en fin, tiene el inconveniente de que la inmadurez de sus líderes no le hace ver el camino que deben recorrer para convertirse en la opción mayoritaria de la izquierda en España. Solo con los guiños de Rajoy no consiguen el objetivo. Pablo Iglesias también tiene que poner algo de su parte. Que ya se lo ha dicho Rajoy bien claro en esta investidura doble: “Un poco de moderación, señor Iglesias. Aprenda de mí, que yo en eso soy muy bueno”.

Como en aquella sesión legendaria, dos por el precio de uno. Y en las dos, el mismo personaje de fondo, Felipe González, la primera vez como presidente del Gobierno y líder imbatible del PSOE y la segunda vez como sombra alargada que sigue marcando los caminos del Partido Socialista. En la primera ocasión, González recurrió a su vieja estrategia de amenazar con la dimisión, para sembrar el pánico de la orfandad en la izquierda, y puso el pecho por Alfonso Guerra, cuando empezaba el escándalo de su hermano, Juan Guerra. En el Congreso, el presidente González tomó la palabra y buscó el abismo: “Si el vicepresidente del Gobierno sintiera la tentación de presentar su dimisión por el cuestionamiento que se hace de su honradez o le forzaran a ello, habrán ganado dos batallas por el esfuerzo de una, la dimisión de Alfonso Guerra y la de Felipe González”. Dos por el precio de uno. Y eso mismo, pero justo al revés, es lo que ha ocurrido en esta sesión de investidura en la que también ha participado Felipe González como gran muñidor de la abstención del PSOE. En vez de dos dimisiones, dos investiduras, las de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y la de Pablo Iglesias como líder de la oposición.

Mariano Rajoy Ciudadanos