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Podemos ante su propio rasero
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Javier Caraballo

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Podemos ante su propio rasero

Vender legalmente una vivienda pública y obtener un beneficio de 20.000 euros sería normal e irrelevante si Podemos no lo hubiera elevado al nivel de escándalo político

Foto: El parlamentario autonómico de Podemos Ramón Espinar. (EFE)
El parlamentario autonómico de Podemos Ramón Espinar. (EFE)

Lo que le ha ocurrido a Ramón Espinar, uno de los líderes de Podemos de Madrid, no sería un escándalo si no existiera Podemos. Esa es la paradoja, que vender legalmente una vivienda pública y obtener un beneficio de 20.000 euros sería normal e irrelevante si su propia formación política no lo hubiera elevado al nivel de escándalo político. Su problema, por tanto, es Podemos, el rasero de conducta política que ha construido en sus pocos años de existencia para ganarse el favor de la calle. Si nos olvidamos de Podemos, de lo que ha condenado Podemos, de lo que ha etiquetado Podemos, lo de Ramón Espinar no tendría que ser ni noticia; una mera intromisión en la vida privada de una persona que se gana la vida de forma respetable, paga sus impuestos como cualquier otro ciudadano y busca aumentar su cuenta corriente en cuanto se le presenta la ocasión.

Podemos es, en estas cosas, como el escorpión de la fábula sin necesidad siquiera de rana; el mismo escorpión se hinca el aguijón en el lomo porque es incapaz de renunciar al carácter demagógico de su discurso político. Ramón Espinar es la última víctima de sí mismo en Podemos, porque lo suyo no sería un escándalo si no existiera Ramón Espinar como líder de Podemos. La historia de Ramón Espinar, según la ha contado, es la historia de un joven normal que, cuando acaba sus estudios, adquiere una vivienda de protección oficial con la ayuda de su familia, en forma de ayuda económica o de aval bancario, o de las dos cosas a la vez. Luego pasan los años y, como la vida cambia y cambian los planes, resulta que la vivienda que ha adquirido no ha llegado a ocuparla nunca y se encuentra con que todos los meses tiene que hacer frente al pago de un alquiler más el pago de una hipoteca, con lo que decide deshacerse de la vivienda que adquirió. Solicita permiso, al tratarse de un piso de protección oficial, y cuando se lo conceden, la vende, con la ganancia que lleva aparejada por la revalorización acumulada en el tiempo que ha sido de su propiedad.

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Quien convirtió ese acontecimiento normal de un país normal en un escándalo público fue Podemos; fue Ramón Espinar cuando tachó de especuladores en la Asamblea de Madrid a todos los propietarios de viviendas públicas que no ocupaban. “Me refiero a quienes tienen viviendas vacías: bancos, cajas, fondos buitre... Viviendas vacías para especular con su precio”, dijo Ramón Espinar en las redes sociales en 2011. No había ni salvedades ni matices en su discurso; directamente todo el que tenía una vivienda vacía pasaba a formar parte de ese oscuro mundo de gente indeseable que le chupa la sangre a los ciudadanos, a los trabajadores, a la gente humilde. Pero Espinar ni siquiera utilizó su experiencia anterior para tranquilizar a los ciudadanos y decirles que no todo el mundo que tiene una vivienda vacía o alquilada es un especulador que merece ser expropiado. Porque la demagogia estaba primero: que ninguna realidad estropee un buen eslogan.

Ramón Espinar tachó de especuladores en la Asamblea de Madrid a todos los propietarios de viviendas públicas que no ocupaban

Ni siquiera el beneficio obtenido por la venta de la vivienda tendría que ser un escándalo si Podemos no hubiera elevado al nivel de escándalo el deseo normal de todos los ciudadanos de ganar más dinero para vivir mejor. Lo normal en un país normal. Pero fue Podemos quien comenzó diciendo que todas aquellas personas con ingresos superiores a los 50.000 euros tenían que ser consideradas ricas, con la carga despectiva que conlleva en su discurso, egoístas y defraudadoras en potencia. Y resulta que cuando Podemos hacía esas cuentas públicas, Ramón Espinar se embolsaba en la compraventa de una vivienda pública casi 30.000 pavos, con lo que solo hay que imaginarlo en la notaría, ese día, con la mirada esquiva y la sonrisa nerviosa.

Fue Podemos quien comenzó diciendo que todas aquellas personas con ingresos superiores a los 50.000 euros tenían que ser consideradas ricas

“El objetivo final de la promoción de vivienda pública no es venderla, el objetivo final de la promoción de vivienda pública es garantizar el acceso al derecho a la vivienda de la ciudadanía que no puede acceder en mercado libre. Ese es el objetivo. La vivienda protegida es para gente que necesita acceder a la vivienda en régimen de protección”. Tres años después de vender su casa en Alcobendas, Ramón Espinar se clavaba el aguijón con esas palabras en la Asamblea de Madrid. Como le pasó antes a Echenique, cuando lo suyo del asistente; o a Íñigo Errejón, por su trabajo en la Universidad de Málaga, o a Carolina Bescansa, cuando trascendieron unos pagos de 17.000 euros por unos informes electorales, por encima del salario más frecuente en España, que es de 15.500 euros. El mismo Pablo Iglesias, que ha declarado en el Congreso disponer de 125.437 euros en cuentas bancarias, no es un líder político digno del discurso que practica.

Dicho todo esto, ojo, que tampoco hay que pasar de ahí: en esa consideración queda resumida la gravedad de este caso y la trascendencia que tiene. Dicho de otra forma: la revelación de que un dirigente de Podemos vendió un piso legalmente y obtuvo 20.000 euros de beneficio no es un ‘caso de corrupción’, es un ‘caso de contradicción’, que no es lo mismo. Que ya habrá muchos por ahí queriendo aventar las controversias de Podemos para presentarlas como grandes escándalos de corrupción y concluir después que “todos son iguales”. Como esa trampa está muy vista, porque al final lo único que se persigue es ‘normalizar’ sutilmente la corrupción, conviene señalarlos y diferenciarlos. A cada cual lo suyo, y a Podemos la penosa contradicción de verse atrapados en las redes de la demagogia con la que salen a pescar en las plazas.

Lo que le ha ocurrido a Ramón Espinar, uno de los líderes de Podemos de Madrid, no sería un escándalo si no existiera Podemos. Esa es la paradoja, que vender legalmente una vivienda pública y obtener un beneficio de 20.000 euros sería normal e irrelevante si su propia formación política no lo hubiera elevado al nivel de escándalo político. Su problema, por tanto, es Podemos, el rasero de conducta política que ha construido en sus pocos años de existencia para ganarse el favor de la calle. Si nos olvidamos de Podemos, de lo que ha condenado Podemos, de lo que ha etiquetado Podemos, lo de Ramón Espinar no tendría que ser ni noticia; una mera intromisión en la vida privada de una persona que se gana la vida de forma respetable, paga sus impuestos como cualquier otro ciudadano y busca aumentar su cuenta corriente en cuanto se le presenta la ocasión.