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Javier Caraballo

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La legislatura de Cataluña

¿Qué se puede negociar con las autoridades independentistas de Cataluña a estas alturas del conflicto? Nada. O mejor dicho, nada si se mantienen intactas las posiciones actuales

Foto: Soraya Sáenz de Santamaría se encargará de llevar las relaciones con Cataluña. (Reuters)
Soraya Sáenz de Santamaría se encargará de llevar las relaciones con Cataluña. (Reuters)

Dicen todos que esta será ‘la legislatura de Cataluña’, acaso porque hasta las revoluciones se pudren con las rutinas. Lo dice todo el mundo convencido de que será así, aunque en realidad ni siquiera sabemos cuánto va a durar esta legislatura, porque en junio del año que viene podemos estar otra vez de elecciones generales y, si eso sucede, otra oleada mayor de incertidumbres y polémicas tapará el conflicto de Cataluña durante unos meses más.

Pero son ya cuatro años de la misma dialéctica enfrentada, si contamos desde las primeras macromanifestaciones independentistas de septiembre de 2012, y hasta los más exaltados son conscientes ya de que la reiteración de las expectativas no se puede mantener mucho tiempo más, que no hay nada menos atractivo que la pesadez. Se ha podido ver con claridad este último fin de semana, en las manifestaciones en apoyo de los altos cargos imputados por su vinculación con el referéndum independentista que prohibió el Tribunal Constitucional. “Tenemos que decidir si plegamos velas o continuamos hasta el final”, dijo en la manifestación Jordi Sánchez, el presidente de la Asamblea Nacional Catalana. Con un tono más melancólico, o así se adivinaba a lo lejos, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, se quedó mirando a los manifestantes y les lanzó un requerimiento de amantes aburridos: “No desfalleceremos, os lo aseguro, pero no nos dejéis solos”.

Foto: La vicepresidenta del Gobierno y ministra de la Presidencia y para las Administraciones Territoriales, Soraya Sáenz de Santamaría. (EFE)

Debe estar cansado incluso de esta reiteración cansina el propio presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aunque en su caso es mucho más probable que antes que cansancio se trate de estrategia, su consabida estrategia de dejar reposar los problemas hasta que el tiempo los asienta o los pudre. Por eso, ha confeccionado su Gobierno con el nombramiento destacado de Soraya Sáenz de Santamaría como vicepresidenta para la cosa catalana, consagrada como negociadora después de que en abril del año pasado se alcanzara en España el notable hallazgo de que dos personas distintas podían sentarse a dialogar sin tirarse a la cabeza los jarrones del pasillo.

Un hallazgo, sobre todo, para muchos dirigentes del Partido Popular y de amplios sectores de la derecha española que consideran un acto de traición y vasallaje el mero hecho de abrir un cauce de diálogo con los independentistas catalanes o vascos. El hecho en sí, con independencia del contenido de esas reuniones, ya lo interpretan algunos como un grave quebranto de principios fundamentales. Pues ya ven, se reunió en abril Sáenz de Santamaría con el vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, y tan extraordinario y simple fue el resultado de aquella cita, que todos los medios de comunicación lo celebraron colocando la palabra 'deshielo' en los titulares, con grandes caracteres. Fue un encuentro “cordial y difícil”, dijo Junqueras; “agradable y cordial”, remachó la vicepresidenta. Desde entonces, desde esa nadería tan espectacular y trascendente, lo que ha ocurrido es que Soraya Sáenz de Santamaría ha ascendido en la escala política y asumido toda la responsabilidad de la negociación con Cataluña, como enviada especial del presidente.

Así pues, unos por pesadez y otros por evolución elemental, se llega a esta legislatura de final incierto de la que todos dicen que será ‘la legislatura de Cataluña’. Pero ¿qué se puede negociar con las autoridades independentistas de Cataluña a estas alturas del conflicto? Nada, esa es la verdad. O mejor dicho, nada si se mantienen intactas las posiciones actuales; nada si no cambia radicalmente la dialéctica enfrentada de todos estos años. Nada si en el diálogo no interviene un tercer factor que pueda desenrollar el ovillo, y ese mediador no puede ser otro que el Partido Nacionalista Vasco. En las circunstancias actuales, tiene que ser el PNV quien se convierta en el actor que debe sacar a los independentistas catalanes de su cerrazón actual y avanzar hacia un modelo de Estado que respete la integridad territorial de España, aun cuando se avance en la descentralización y el autogobierno del País Vasco y de Cataluña.

Son ya cuatro años de la misma dialéctica enfrentada si contamos desde las primeras macromanifestaciones de septiembre de 2012

¿Y por qué el PNV? A mi entender, nada ha habido más relevante en el enquistado problema territorial de España que el sensible cambio de posición del PNV desde el ‘plan Ibarretxe’ hacia las posiciones actuales, en las que se admite, con claridad, que la independencia no es posible en el mundo actual, en la España actual. Mucho menos una declaración unilateral de independencia, como se pretende en Cataluña.

Desde hace un par de años, cada vez que se le pregunta al respecto, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, repite lo mismo: “No se puede engañar a la gente. Hoy en día, uno no se declara independiente: lo declaran independiente otros países cuando lo reconocen (…) Y los europeos lo que dicen es que esto no puede ser así en Europa (…) Además, al hablar de independencia, hay que mirar mucho al interior de Euskadi, porque no merecería la pena fracturar a esta sociedad. Jamás promoveré la independencia si fractura a la sociedad vasca”. Tanta es la desesperación, tanta es la reiteración, tanto el hartazgo, que por pequeña que pueda parecer la evolución del PNV, ese tiene que ser el principio real del ‘deshielo’ con Cataluña.

Por mucho que el PNV utilice un doble lenguaje para contentar a todos y ondee periódicamente la bandera del derecho a decidir, ese reconocimiento leve y claro sobre la imposibilidad de declarar unilateralmente la independencia tiene que ser el principio para encauzar el conflicto de Cataluña y cerrar esta etapa de deriva. No es ingenuidad, es política de mínimos. Si esta es la ‘legislatura de Cataluña’, como dicen todos, ya haría bien el Gobierno en utilizar al PNV como mediador para convencer a los independentistas catalanes de un principio básico y fundamental sobre su hoja de ruta: “No se puede engañar a la gente”.

Dicen todos que esta será ‘la legislatura de Cataluña’, acaso porque hasta las revoluciones se pudren con las rutinas. Lo dice todo el mundo convencido de que será así, aunque en realidad ni siquiera sabemos cuánto va a durar esta legislatura, porque en junio del año que viene podemos estar otra vez de elecciones generales y, si eso sucede, otra oleada mayor de incertidumbres y polémicas tapará el conflicto de Cataluña durante unos meses más.

Soraya Sáenz de Santamaría Cataluña Oriol Junqueras