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Diario póstumo de Rita Barberá
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Javier Caraballo

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Diario póstumo de Rita Barberá

Con la muerte se ha escrito el último discurso, el discurso definitivo, como un jaque mate inesperado. Un diario póstumo, sincero, descarnado, que nadie conocía. Como una venganza final

Foto: Un ramo de rosas, colocado en la bancada del grupo popular del Ayuntamiento de Valencia. (EFE)
Un ramo de rosas, colocado en la bancada del grupo popular del Ayuntamiento de Valencia. (EFE)

La muerte es un acto político. Porque, como tantas veces en la vida de un hombre público, llega ese instante final, inevitable, de la muerte, y de forma extraordinaria nos damos cuenta de que se trata de algo distinto, que no es una muerte más, seguida de pésame, lágrimas y condolencias. Es otra cosa, porque lo que sucede, en realidad, es que con la muerte se ha escrito el último discurso, el discurso definitivo, como un jaque mate inesperado. Un diario póstumo, atrevido, sincero, descarnado, que nadie conocía. Como una venganza final. Lo ocurrido con Julio César o Martin Luther King, sin que tenga que ver en este caso el tipo de muerte, se trata del mensaje que se queda adherido al instante de la muerte. Como una última palabra, una última voluntad, que se va desvelando sin palabras cuando el juez levanta el cadáver inesperado que ha roto todas las agendas del día.

Foto: Rita Barberá, senadora y exalcaldesa de Valencia.

El diario póstumo de Rita Barberá comienza a escribirse en el muy señalado día de la primera sesión de control del Congreso de los Diputados de la nueva legislatura. A las siete de la mañana, justo a las siete de la mañana, un infarto fulminante, en un hotel situado justo enfrente del Congreso de los Diputados, acaba con la vida de la exalcaldesa de Valencia, investigada por los tribunales y desahuciada políticamente por todos. Cuando los diputados comienzan a llegar poco después, ya no hay más presencia en la tribuna, en todo el hemiciclo, que la de Rita Barberá; su rostro se extiende rápido por los escaños como una sombra de excusas no pedidas, de remordimientos tardíos, de cinismo apesadumbrado y de miserias revanchistas.

Aquellos que miraban para otra parte dos días antes, cuando fue a declarar al Tribunal Supremo, porque “Rita Barberá ya no es del Partido Popular”, claman ahora contra todos por el “calvario al que ha sido sometida injustamente”. O la barbaridad de Celia Villalobos, más allá incluso del exabrupto: “Se ha sometido a Rita Barberá a una persecución brutal, la habéis condenado a muerte”, como si ella misma, y su partido, no estuviera vulnerando todos los días la misma presunción de inocencia en los políticos rivales que están siendo investigados por otros casos de corrupción.

La persecución surge del cainismo político, de esa forma de entender la confrontación política, y se multiplica luego por la complicidad de los medios

¿Que no existe la presunción de inocencia en España, dicen ahora? Curioso cinismo de la clase política española, que ha convertido los casos de corrupción en la más infamante doble vara de medir. Cuando se trata de un caso de corrupción en el partido rival, hay que exagerarlo todo y someter a los investigados a una presión que se haga asfixiante, pero cuando el escándalo estalla en el propio partido, se trata de negarlo todo hasta que, finalmente, se deja caer la pieza, se la aparta del partido, y se la comienza a tratar como un extraño que nunca estuvo allí. Escudarse ahora en la zafiedad de tantos descerebrados en las redes sociales, que tantas veces se convierten en vertedero público, es solo un intento desesperado de tapar las vergüenza propias.

La persecución nace, surge, del cainismo político, de esa forma de entender la confrontación política en España, y se multiplica luego por la complicidad de los medios de comunicación cuando convierten esa trifulca en verdades de cuatro columnas, sentencias de grandes caracteres tipográficos. Decía un fiscal amigo que lo peor que podría pasarle a la lucha contra la corrupción es que acabara corrompiéndose también, y eso es lo que ha ocurrido en España desde hace mucho tiempo y por culpa de todos.

Con ese gesto, miserable en lo humano, ya han socavado, quizá para el resto de la legislatura, la capacidad de sorpresa por sus ‘acciones impactantes’

Luego están Pablo Iglesias y los suyos, pero en el diario póstumo de Rita Barberá apenas habrá unas líneas para Podemos, la limitación mental de unos tipos que no conocen otro discurso político que el escrache. No se dan cuenta de que con el gesto incomprensible de plantar en sus escaños hasta el minuto de silencio que se le guarda a un muerto, han arrastrado hasta el fango un acto de protesta que debe ser excepcional para que sea relevante. Plantar a un muerto. En fin… Con ese gesto, miserable en lo humano, ya han socavado, quizá para el resto de la legislatura, la capacidad de sorpresa por sus ‘acciones impactantes’.

Foto: El portavoz de Podemos en el Congreso, Íñigo Errejón (i), conversa con el portavoz popular, Rafael Hernando (d), al inicio de la sesión de control al Ejecutivo que ha comenzado hoy con un minuto de silencio. (EFE)

En sus ‘Momentos estelares de la Humanidad’, el genial escritor austriaco Stefan Zweig narró los últimos años de la vida de Marco Tulio Cicerón, cuando fue mandado asesinar por Marco Antonio. Cuenta Zweig que, en señal de mofa, de escarnio, le cortaron la cabeza y la mano derecha y se la llevaron a Roma para colocarla sobre la tribuna de oradores, desde la que tantos discursos y soflamas había pronunciado. La colocaron allí, pero cuando los romanos la vieron, se obró el efecto contrario. “El terrible espectáculo de su cruel martirio tuvo poder más elocuente sobre las masas intimidadas que los más famosos discursos pronunciados por él desde este profanado Foro. Lo que se pretendió que fuera una humillación vergonzosa, se convirtió en su última y más grande victoria”.

Cuántas veces, Rita Barberá, pensé ayer que hacías lo mismo, con tu muerte de un infarto, frente al Congreso, en el celebrado día de su estreno parlamentario con la sesión de control. Ni eres mártir, ni has sido víctima de nada que, en tu prolongada vida política, no hayas conocido o incluso practicado. Ningún acoso a algún rival político te habrá sido ajeno. De las campañas electorales, de la financiación ilegal de los partidos políticos y del juego sucio de las elecciones no vamos a saber nada más por tu boca, porque nada decías en vida y nada vas a aportar ahora más allá de este diario póstumo de mensajes sin palabras, discurso final en el que quedan señaladas y retratadas todas las miserias de la política. No es de extrañar que la familia de Rita Barberá haya decidido que en el funeral no estén presente ni instituciones ni partidos políticos. Descanse en paz, Rita Barberá Nolla.

La muerte es un acto político. Porque, como tantas veces en la vida de un hombre público, llega ese instante final, inevitable, de la muerte, y de forma extraordinaria nos damos cuenta de que se trata de algo distinto, que no es una muerte más, seguida de pésame, lágrimas y condolencias. Es otra cosa, porque lo que sucede, en realidad, es que con la muerte se ha escrito el último discurso, el discurso definitivo, como un jaque mate inesperado. Un diario póstumo, atrevido, sincero, descarnado, que nadie conocía. Como una venganza final. Lo ocurrido con Julio César o Martin Luther King, sin que tenga que ver en este caso el tipo de muerte, se trata del mensaje que se queda adherido al instante de la muerte. Como una última palabra, una última voluntad, que se va desvelando sin palabras cuando el juez levanta el cadáver inesperado que ha roto todas las agendas del día.