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Maloma, ¿noticia de un secuestro?
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Javier Caraballo

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Maloma, ¿noticia de un secuestro?

Los padres de la joven recuerdan que como ella hay 50 chicas saharauis más que han estado en España y, al regresar a ver a sus familias biológicas, no han vuelto del Sáhara

Foto: Maloma Morales, en una fotografía de archivo. (EFE)
Maloma Morales, en una fotografía de archivo. (EFE)

Podría comenzar igual que aquel relato de García Márquez: “Antes de entrar en el automóvil miró por encima del hombro para estar segura de que nadie la acechaba”. Lo que vendría a continuación es mucho más impreciso, porque ese instante en el que ella se mete en un coche es la última certeza que se tiene. Desde ese instante, el relato es confuso: antes de entrar en el automóvil, Maloma miró por encima del hombro porque sospechaba que algo no iba bien. Su padre adoptivo, José Morales, contemplaba la escena desde alguna distancia y lo último que pudo ver fue cómo introducían a su hija a la fuerza en aquel coche. Arrancó el motor y se ahogaron en una bocanada de humo negro los dos últimos gritos de Maloma llamando a su padre. Lo dijo dos veces, “papá, papá”, y desde aquel día José Morales piensa algunas veces que le va a estallar la cabeza porque no deja de darle vueltas a la misma escena. ¿Por qué tuve que ir a Tinduf aquel día?

12 de diciembre de 2015. José Morales y su hija adoptiva, Maloma, llevaban una semana en Smara, uno de los campamentos saharauis de Tinduf, en Argelia, a los que habían viajado para visitar a la familia biológica de esta joven de 23 años, de piel cetrina, los ojos rasgados, el pelo negro, largo y rizado y la sonrisa grande. Les habían dicho que la madre biológica de Maloma estaba muy enferma y por eso viajaron allí, acaso porque la Navidad ya estaba cerca y en ese ambiente de emociones, la nostalgia se hace dueña del aire y no existe otro riesgo que el de defraudar al corazón. El viaje a los campamentos saharauis y la visita a la familia de Maloma les habrían dejado luego la misma sensación de pena y de alivio que se siente cuando se visita el Sáhara y se repara, a cada instante, en la suerte de poder vivir en España, tan cerca y tan lejos de aquel desierto que un día fue una provincia más y que está sumido en la miseria. Maloma nació allí y tuvo la suerte de poder viajar a España cuando solo tenía siete años.

Podría decirse, incluso, que Maloma nació por segunda vez a la edad de siete años, en el seno de una modesta familia de Mairena del Aljarafe, en Sevilla, y que adoptó como padres a José Morales y a Carmen de Malo. A las 19 años, se nacionalizó española y, con la seguridad que le daban sus nuevos apellidos, Maloma Morales de Malo, reanudó las visitas a los campamentos saharauis que había rechazado durante 10 años por temor a que le pudiera pasar algo. Con la mayoría de edad cumplida y la nacionalidad española concedida, Maloma ya podía ir más tranquila a visitar a su familia, porque nada podía alterar los planes de futuro que tantas veces había repasado con Ismael Arregui, su pareja desde hacía cuatro años. Nada especial, un sueño compartido por la mayoría de los jóvenes españoles de su edad: Maloma quería encontrar un empleo, quería ser policía, y formar una familia.

También para Ismael, aunque no lo presenciara, la imagen de Maloma introduciéndose en el coche le deja una extraña sensación de vacío, como si se precipitara a un agujero negro. Porque, a veces, parece que la persona a la que susurraba al oído y hacía sonreir ya no existe. O eso le dicen, que no existe. Y la sensación se repite cada día, como el despertar eterno de una pesadilla. Ismael, como sus padres adoptivos, lo tiene claro, ha sido un secuestro, y él conoce mejor que nadie cuáles eran los deseos de Maloma, sus ganas de vivir en España, de vivir junto a él; por eso es imposible que al llegar a los campamentos saharauis, junto a su familia biológica, se le haya olvidado todo y quiera ser la persona de la que intentaba huir, de la que lleva huyendo desde que llegó a España con siete años. Pero ha pasado ya un año y todo parece muy extraño. Por las preguntas que todo el mundo se ha hecho durante este tiempo. Si es una ciudadana española, ¿por qué el Gobierno español no condena el secuestro? ¿Por qué no exige su liberación? Cuando se trata de secuestros de bandas criminales o de grupos terroristas, incluso en esos casos extremos, se negocia la liberación, ¿por qué iba a ser distinto con Maloma?

Él conoce mejor que nadie los deseos de Maloma, por eso es imposible que al llegar a los campamentos saharauis, se le haya olvidado todo

Cada vez que se ha preguntado por la desaparición de Maloma, desde el Ministerio de Asuntos Exteriores se ha respondido pidiendo prudencia y calma, como suele ocurrir en estos casos. La discreción de las negociaciones que provoca, incluso, que la noticia desaparezca de la actualidad con la confianza latente de que un día nos despierte un titular: “Maloma, liberada”. En abril pasado, ese titular llegó incluso a publicarse. “El Frente Polisario libera a Maloma tras cuatro meses de secuestro”. Pero cuando todo parecía solucionado, volvió a truncarse: “Maloma fue llevada desde el Sáhara Occidental hasta los campamentos de Tinduf (Argelia), donde las autoridades saharauis la volvieron a entregar a su familia biológica”, decían las noticias de agencia. A partir de ese día, 22 de abril, las noticias han ido dando tumbos, unas veces con la filtración de sus declaraciones ante una oficina de la Agencia de Cooperación de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) expresando su deseo de volver a España y otras veces con un vídeo de la joven en el que dice que no está secuestrada, que vive feliz con su familia. ¿Cuál es la verdad? ¿Quiere volver? ¿Está secuestrada Maloma? ¿Ha decidido quedarse un tiempo con su familia biológica o la coaccionan para que no vuelva?

Destrozados, descorazonados, desesperados a veces e infatigables siempre, sus padres adoptivos pudieron viajar en octubre pasado a los campamentos de Tinduf para reencontrarse con su hija. Quizá pensaban que, al llegar, Maloma correría, llorando, a abrazarlos y que nunca más se despegaría de ellos, pero nada fue como lo imaginaron. La encontraron fría, distante, siempre rodeada de su familia; no era la Maloma de siempre. Además, subrayan, no solo hay una Maloma en España, sino que son muchísimas más. “Como ella —recuerdan los padres— hay 50 chicas saharauis más que han estado en España y, al regresar a ver a sus familias, no han vuelto del Sáhara”. La diferencia es que Maloma es española y eso, según sus padres, genera una obligación, que es la obligación de todo Estado de defender a sus ciudadanos. “Había un plan A, que era el diplomático, y eso no ha funcionado. Pues que pongan en marcha el plan B... Pero, ¿hay plan B?”, dice el padre, impetuoso. El segundo plan de rescate, si es que existe, es la última interrogante del año transcurrido desde que el 12 de diciembre de 2015, el ruido del motor de un coche ahogó los gritos de Maloma llamando a su padre. Pronto llegarán los fríos de enero y José Morales y Carmen de Malo se sentarán en la camilla, con el retrato de su hija al fondo. Se cierran los ojos y es posible oírlos suspirando una letanía de pesar y de esperanza. “Dios mío de mi vida, Dios mío…”.

Podría comenzar igual que aquel relato de García Márquez: “Antes de entrar en el automóvil miró por encima del hombro para estar segura de que nadie la acechaba”. Lo que vendría a continuación es mucho más impreciso, porque ese instante en el que ella se mete en un coche es la última certeza que se tiene. Desde ese instante, el relato es confuso: antes de entrar en el automóvil, Maloma miró por encima del hombro porque sospechaba que algo no iba bien. Su padre adoptivo, José Morales, contemplaba la escena desde alguna distancia y lo último que pudo ver fue cómo introducían a su hija a la fuerza en aquel coche. Arrancó el motor y se ahogaron en una bocanada de humo negro los dos últimos gritos de Maloma llamando a su padre. Lo dijo dos veces, “papá, papá”, y desde aquel día José Morales piensa algunas veces que le va a estallar la cabeza porque no deja de darle vueltas a la misma escena. ¿Por qué tuve que ir a Tinduf aquel día?

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