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Navidad, dulce e indiferente Navidad
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Javier Caraballo

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Navidad, dulce e indiferente Navidad

El papa Francisco lo ha entendido desde el principio y está intentando remover las anquilosadas estructuras de la Iglesia porque es consciente del delicado momento que atraviesa

Foto: Decoración navideña en Croacia. (Reuters)
Decoración navideña en Croacia. (Reuters)

Te has sentado a mi lado y, como estaba atardeciendo, la calle se ha iluminado con las guirnaldas de colores que colocan todas las navidades en la ciudad. Te he visto sobrecogerte en la silla, abrazado a ti mismo, arropándote un poco más con el abrigo negro y la bufanda estampada de arabescos. El bullicio de la tarde es intenso pero con la iluminación parece como si un escalofrío hubiera recorrido la terraza en la que estamos, agarrados a un té caliente, rodeados de grupos de hombres y mujeres que llevan tatuada en la cara la indiscutible procedencia y destino de una comida de empresa. Parece que hasta ellos se han callado un instante, aplacados por esta fugacidad mágica de lucecitas que se encienden para enmarcar el cielo azul y anaranjado que se desvanece en el frío. “Cada vez llevo peor este sentimiento de nostalgia de la Navidad. Siempre he creído que tanta acumulación colectiva de sentimientos es contraproducente para todos”, te he dicho. “Porque todo acaba siendo demasiado frívolo o demasiado intenso y ninguna de las dos sensaciones son placenteras, y mucho menos unidas en tan poco tiempo, apenas unos días”.

Como eres sacerdote, esperaba una reacción distinta de ti, acaso que plantearas la necesidad de distinguir entre lo pasajero, la diversión que nunca debe negarse, y lo divino o, por lo menos, lo trascendental, la conmemoración del nacimiento de la persona más importante e influyente de la historia, Jesús de Nazaret. Más importante e influyente no en comparación con los mesías o los dioses de otras religiones; más importante de acuerdo a la historia misma, a la civilización. Seamos cristianos o no, sea cual sea la religión que profesemos, de la misma forma que si somos agnósticos o ateos, es probable que podamos coincidir en lo que ha significado Jesucristo para el progreso de la humanidad. Muchas veces te he oído decir que el simbolismo de la religión cristiana es muy distinto, dependiendo de quien interprete esos símbolos y mensajes. El hecho mismo de que el cristianismo haya elegido como raíz primera el más humilde de los orígenes, un niño que nace en un pesebre, ya tiene un significado revolucionario en un mundo en el que la consideración de hombre no suponía nada por sí misma.

El mundo griego y, posteriormente, el romano eran sociedades aristocráticas, drásticamente jerarquizadas, que como la propia polis griega, tan mitificada como cuna de la libertad, funcionaba gracias a la esclavitud. Y fue el mensaje de Jesucristo, en ese mundo de hace más de 2.000 años, el que rompe esos esquemas y coloca al hombre en el centro de todas las cosas. “Es el cristianismo el que aportará la idea de que la humanidad es esencialmente una y que todos los hombres son iguales en dignidad, idea inaudita en la época y que el universo democrático heredará en su totalidad”, como dice el filósofo francés Luc Ferry, acaso uno de los pensadores más sobresalientes de estos tiempos. El hombre está en el centro de la creación, ¿nos imaginamos lo que supondría decir algo así, predicar algo así ante las autoridades de aquel tiempo? Si todavía la defensa de la igualdad, de los derechos y la dignidad de todos los hombres, sigue siendo una reivindicación revolucionaria en muchos aspectos, es fácil hacerse el cálculo de lo que supuso Jesucristo, de lo que ha significado para el progreso de la humanidad.

¿Y la Virgen? También en la figura de la Virgen María me has dicho muchas veces que debemos alejarnos de lecturas mojigatas y entender, en su contexto histórico, que la elección de una mujer virgen como la madre de Jesús es la elección de Dios de la más humilde de todas las mujeres. Hace tan solo unos días que fue noticia el salvaje asesinato de una mujer en China. En su quinto parto volvió a tener una hija y, en un arrebato de locura, cogió un cuchillo de cocina y las asesinó a todas, salvo a una que quedó gravemente herida. Cuando la detuvo la Policía, esta mujer, de tan solo 31 años, explicó que había decidido acabar con la vida de sus hijas por la frustración y la depresión que sentía después de tantos años pidiendo, implorando, deseando tener un hijo varón y que todos los nacimientos fueran de mujeres.

La mujer que en la época de Jesús permanecía virgen era un cero a la izquierda, una inutilidad porque no cumplía con su única misión en la vida

La represión maoísta en el control de la natalidad, que primaba el nacimiento de varones, que consideraba un inconveniente el nacimiento de mujeres, estaba aún latente en la mente enferma de esa mujer. Si eso ocurre en estos días, ¿quieres pensar ahora qué papel jugaba la mujer en la sociedad de hace 2.000 años? La mujer que en la época de Jesús permanecía virgen era un cero a la izquierda, una inutilidad, como me has explicado, porque no cumplía con su única misión en la vida que era la reproducción, servirle al macho para aumentar la prole. Ese es el simbolismo de María, una virgen que cambia la noción de las cosas: “desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”, como se menciona en el Evangelio de Lucas. En ese contexto nace Jesucristo, pobre entre los pobres, excluido y marginal, y ese mensaje de humildad extrema es el que consigue revolucionar el mundo hasta nuestros días.

“Todo eso hace falta recordarlo siempre, pero el problema ahora es otro, acaso el más grave al que se ha enfrentado la Iglesia en muchos siglos”, me has dicho luego. “El problema fundamental de nuestros días no es el anticlericalismo sino la indiferencia. Contra los movimientos anticlericales, la Iglesia siempre se ha defendido bien porque tiene razones poderosas para esgrimirlas, y un mensaje de amor, de paz, de igualdad entre los hombres, que, al final, es imposible de rechazar, sea cual sea la procedencia ideológica de quien lo rebate. Contra lo que no se puede luchar es contra la indiferencia, que es la plaga de nuestros días. El papa Francisco lo ha entendido desde el principio y está intentando remover las anquilosadas estructuras de la Iglesia porque es consciente del delicado momento que atraviesa. Algunos lo critican porque no lo entienden, y hasta llegan a decir que es un frívolo. Ya ves, con la tarea ingente que está afrontando. Nada menos que combatir la indiferencia”.

Te has marchado, abriéndote paso entre una pandilla de jóvenes que da saltos y abrazos, ebrios de alegría y de nostalgia, con gorritos de Papá Noel, mientras suenan villancicos subidos de tono de una zambomba flamenca. En el camino de vuelta, bajo las luces de Navidad de las calles, voy repitiendo tus últimas palabras para no olvidarlas. Navidad, dulce e indiferente Navidad.

Te has sentado a mi lado y, como estaba atardeciendo, la calle se ha iluminado con las guirnaldas de colores que colocan todas las navidades en la ciudad. Te he visto sobrecogerte en la silla, abrazado a ti mismo, arropándote un poco más con el abrigo negro y la bufanda estampada de arabescos. El bullicio de la tarde es intenso pero con la iluminación parece como si un escalofrío hubiera recorrido la terraza en la que estamos, agarrados a un té caliente, rodeados de grupos de hombres y mujeres que llevan tatuada en la cara la indiscutible procedencia y destino de una comida de empresa. Parece que hasta ellos se han callado un instante, aplacados por esta fugacidad mágica de lucecitas que se encienden para enmarcar el cielo azul y anaranjado que se desvanece en el frío. “Cada vez llevo peor este sentimiento de nostalgia de la Navidad. Siempre he creído que tanta acumulación colectiva de sentimientos es contraproducente para todos”, te he dicho. “Porque todo acaba siendo demasiado frívolo o demasiado intenso y ninguna de las dos sensaciones son placenteras, y mucho menos unidas en tan poco tiempo, apenas unos días”.

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