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¿Somos corruptos los españoles?
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Javier Caraballo

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¿Somos corruptos los españoles?

Aunque la corrupción siempre ha existido, no todas las sociedades reaccionan de la misma forma ante los casos de corrupción. Y es justo en ese punto donde nos preguntamos por España

Foto: Protesta en contra de los recortes, la reforma laboral y la corrupción.
Protesta en contra de los recortes, la reforma laboral y la corrupción.

Partamos de un principio fundamental: que exista corrupción en el poder no depende de la sociedad. La corrupción y el poder son dos realidades paralelas; la corrupción está adherida al ejercicio del poder desde el principio de los tiempos y anida en todas las culturas y civilizaciones. Por tanto, una ‘sociedad perfecta’ no evitaría la existencia de corrupción, porque la corrupción está en el alma humana, que va más allá de la educación, la moral o la religión. ¿Eso es todo? Claro que no, porque aunque la corrupción siempre ha existido, no todas las sociedades reaccionan de la misma forma ante los casos de corrupción. Y es justo en ese punto donde nos preguntamos por España. ¿Hay más corrupción aquí porque la sociedad española tolera más la corrupción que otras sociedades? Y si eso es así, ¿quiere decir también que la sociedad española es corresponsable de esa corrupción? Como acaba de empezar un año, y todavía ni siquiera han pasado los Reyes Magos, podríamos incluir entre los deseos y los buenos propósitos una recarga de ética de la corrupción para empezar el año.

A ver, antes es necesario aclarar que nada debe sublevarnos más que un corrupto que se escuda en la sociedad para justificarse. O cuando hace lo mismo un partido político para explicar la existencia de corruptos en sus filas. Hay muchos ejemplos, pero recuerdo muy bien una entrevista con Juan Guerra, casi al principio de su escándalo. En el estudio de radio en el que estábamos, aprovechó una pausa de publicidad para volverse hacia mí, contrariado por el acoso de las preguntas: “¡Que sepas que todo el mundo tiene un precio!”, dijo desafiante. Lo peor es que, momento antes, se recibieron algunas llamadas de oyentes y uno de ellos le dijo: “Oye, Juan, que yo no te reprocho nada, porque si hubiera estado en tu lugar, yo hubiera hecho lo mismo”.

¿Hay más corrupción aquí porque la sociedad tolera más la corrupción que otras sociedades? ¿Quiere decir también que la sociedad española es corresponsable?

Otro ejemplo más: en uno de los casos de corrupción más estrafalarios que se han denunciado —que, por cierto, acabó con un archivo judicial por prescripción del delito—, un empresario de Almería grabó un vídeo mientras extorsionada al alcalde de un pueblo, Ohanes. Mientras contaba billetes, el alcalde se entrega a algunas reflexiones, como si se exculpara a sí mismo: “Esto para mí es muy desagradable, pero es que no tengo otra salida... En fin, que si coges, malo, y si no coges, peor”, dice aquel político del PSOE, como si fuera una víctima de un sistema creado, establecido. “Pues me parece muy bien —le contesta el empresario—, el tiempo que estés aprovecha y llévate lo que puedas”.

Esto es, sin duda, lo peor, la consideración social del delito, la comprensión del sistema podrido. Bajo esa composición verbal, aprovecharse del poder, se esconde lo que en España se llama picaresca. Ande yo caliente y ríase la gente. Como aquel diputado del Partido Popular de la Asamblea de Madrid, José Miguel Moreno, que había sido alcalde de Valdemoro, cuando habla por teléfono con uno de los principales empresarios de la trama Púnica: “¿Tú qué tal, tocándote los huevos, no?”, le dice el empresario. Y con la naturalidad de un país de pícaros, le responde: “Tocándome los cojones, sí, que para eso me hice diputado”.

Esa ‘comprensión’ social del corrupto es la excusa más utilizada desde dentro de la propia política, y se añade a continuación que, de alguna forma, la mayor parte de la sociedad participa de esa corrupción cuando evita pagar las facturas sin IVA, cuando acepta salarios en ‘dinero negro’ o cuando hace malabarismos para engañar a Hacienda o guarda silencio al ver que se han equivocado a su favor en la cuenta de un restaurante. Pequeñas corruptelas cotidianas que acaban desembocando en una mentalidad generalizada; una sociedad que se irrita y comprende a la vez que exista corrupción en las altas esferas. Como si se tratara de una lacra endémica de España. Como si fuésemos nosotros, todos nosotros, el origen de la corrupción; la clave está en la permisividad de la sociedad, la picaresca asentada a lo largo de siglos, el prestigio social del enchufe, la aceptación del amiguismo, el nepotismo… Ese es el caldo del que nace el virus de la corruptela.

Pequeñas corruptelas cotidianas desembocan en una mentalidad generalizada; una sociedad que se irrita y comprende que exista corrupción en las altas esferas

Pero ¿de verdad que somos todos iguales? No, claro. Porque yo miro a mi alrededor y veo que no es así. Yo miro en la calle y veo a gente que se levanta de madrugada para sacar adelante un sueldo, gente honrada que le cuesta llegar a fin de mes. Y profesionales independientes que se desesperan con el sectarismo, con la arbitrariedad, con la persecución política, con el enchufismo. Y jóvenes licenciados, desesperados, que buscan un futuro mejor, que no encuentran un trabajo para dedicarse a aquello para lo que se han formado y se ganan la vida sirviendo copas por nada. No, no todos somos iguales y nadie como los andaluces son capaces de entenderlo porque, cada vez que se habla del PER, o de la trama de los ERE o de los cursos de formación, la idea que se traslada siempre es que toda esa podredumbre alcanza, de alguna forma, a toda la sociedad andaluza. Como si todo el mundo viviera en Andalucía de una subvención amañada, de una ayuda falseada, de un enchufe o de un apaño. Y no es así. Pero sí es verdad que la respuesta ante la corrupción está en la sociedad.

En una preciosa novela de Mario Benedetti, ‘La tregua’, el protagonista de la historia, un veterano oficinista al que sorprendió el amor, reflexiona en su diario sobre las cosas que iban bien y las que iban mal en Uruguay y, al final del recuento, llega a una conclusión desoladora. “Después de mucho exprimirme el cerebro llegué al convencimiento de que lo que está peor es la resignación (…) ‘No se puede hacer nada’, dice la gente. Pero la resignación no es toda la verdad. En el principio fue la resignación, después el abandono del escrúpulo; más tarde, la coparticipación. Fue un exresignado quien pronunció la célebre frase: ‘Si tragan los de arriba, yo también”. ¿Hay más corrupción aquí porque la sociedad española tolera más la corrupción que otras sociedades? Si perdemos la confianza en la sociedad, lo perdemos todo; si perdemos la fe en nosotros mismos, ya no nos queda nada. No, no, aquí no todos somos iguales. Ahora que empieza 2017, inclúyelo en tu lista de deseos.

Partamos de un principio fundamental: que exista corrupción en el poder no depende de la sociedad. La corrupción y el poder son dos realidades paralelas; la corrupción está adherida al ejercicio del poder desde el principio de los tiempos y anida en todas las culturas y civilizaciones. Por tanto, una ‘sociedad perfecta’ no evitaría la existencia de corrupción, porque la corrupción está en el alma humana, que va más allá de la educación, la moral o la religión. ¿Eso es todo? Claro que no, porque aunque la corrupción siempre ha existido, no todas las sociedades reaccionan de la misma forma ante los casos de corrupción. Y es justo en ese punto donde nos preguntamos por España. ¿Hay más corrupción aquí porque la sociedad española tolera más la corrupción que otras sociedades? Y si eso es así, ¿quiere decir también que la sociedad española es corresponsable de esa corrupción? Como acaba de empezar un año, y todavía ni siquiera han pasado los Reyes Magos, podríamos incluir entre los deseos y los buenos propósitos una recarga de ética de la corrupción para empezar el año.