Es noticia
Qué pena de los banqueros
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Qué pena de los banqueros

De cuantas noticias se pueden esperar al final de la crisis económica, después de un rescate bancario, lo más inesperado y desconcertante es esta reacción de los banqueros

Foto: Cola del paro en una oficina española de Empleo. (Reuters)
Cola del paro en una oficina española de Empleo. (Reuters)

Bastó que nuestras miradas se cruzaran en la cola del supermercado. Había ocurrido antes, hace ya casi dos años, cuando nos encontramos en ese mismo supermercado. Tu mujer cogía algunos productos de las estanterías y tú empujabas el carrito de la compra. Desde que nos conocemos, a las 12 de la mañana de un lunes cualquiera, de un año cualquiera, tu hábitat natural nunca hubiera estado entre las callejuelas de latas de conservas, frutas y arroces de un supermercado, sino el trasiego de la calle, de los bancos, de las viviendas y de las hipotecas. Por eso nos sorprendimos al encontrarnos. “Parado, sí, me quedé parado y sigo sin trabajo”. Ha pasado todo este tiempo y nada ha cambiado para ti. Por eso bastó que nuestras miradas se cruzaran ayer, otra vez, en el supermercado. Porque no hacía falta decir nada más. Una mueca, una sonrisa forzada, un "ya ves, qué te voy a contar". No, lo sé, bastaba con la mirada.

Lo que no te he dicho nunca es que, desde aquella primera vez que nos encontramos, elegí el portón cerrado de tu antiguo trabajo como una referencia de la crisis, una especie de índice real, palpable, de la evolución de la economía. Me dije que cuando esa oficina volviera a funcionar, sería para mí un indicador infalible del final de la crisis. Pero pasaron los meses, muchos meses, y se agolparon las cartas de los bancos y la propaganda de las ofertas del Media Markt en el rellano polvoriento de la oficina sin que una nueva señal de vida alterase el paisaje triste del soportal de un negocio cerrado. Luego acabaron tapiando la entrada, porque unos mendigos forzaron la persiana metálica y se acomodaban con cartones en el rellano. Hoy, aquella pared es un mosaico de carteles, un concierto de Vanesa Martín, el anuncio de una obra de teatro de Pepe Sacristán y unos folios de licenciados en Económicas que se ofrecen para dar clases particulares y han dejado allí su número de teléfono, como flecos de papel.

Un negocio floreciente en el que nadie pudo imaginar aquel final abrupto, una parada en seco, radical, que nunca más se ha vuelto a recuperar

¿Cuántos portales conoces en otras ciudades de España iguales que este? Quizá te ha ocurrido lo mismo y te parece, como me ocurre a mí, que este trozo de soportal abandonado es la mejor estampa de la crisis de la que dicen que ya hemos salido. En tu caso, era un local de venta y alquiler de pisos en el centro de la ciudad; un negocio floreciente en el que nadie pudo imaginar aquel final abrupto, una parada en seco, radical, que nunca más se ha vuelto a recuperar. La economía son ciclos, sí, pero nadie se imaginaba que una actividad tan floreciente se parase así, de golpe. Y qué otra cosa se puede esperar que salir disparado por la ventanilla cuando se circula a 180 y se frena en seco. No llevábamos el cinturón de seguridad, es verdad, y la velocidad era excesiva, pero si la caída de la construcción hubiera sido otra, de otra forma, el final sería distinto; incluso una desaceleración vertiginosa se puede asumir, pero nadie sobrevive al colapso.

Antes de que se consumieran los últimos ahorros con el pago de las facturas, echaste la persiana y desde entonces te has limitado a esperar una llamada de la oficina de Empleo. Para matar el tiempo, entre curso y curso de formación, coleccionista de diplomas y certificados de asistencia, empujas el carrito de la compra cuando tu mujer acude al supermercado. Pero estás, como otros, fuera de contexto, y lo peor es que cada día se ve más gente como tú en los supermercados, chavales jóvenes que fracasaron en los estudios y que no conocen la normalidad más rampante a la que se puede aspirar en la vida, un puesto de trabajo, y trabajadores de mediana edad que solo tienen el consuelo de ir enganchando una paga de asistencia detrás de otra. Con alguna suerte, a veces sale algún contrato para trabajar media jornada de legal y la otra media de extranjis. Como en las enfermedades, en el paro también se puede graduar la gravedad: lo peor son los parados de larga duración y dentro de esos, está la gente como tú, con más de 45 años. Cinco de cada 10, en total un millón de personas en la misma situación que tú, tan joven y tan viejo. En los periódicos se refieren a vosotros como sacados de 'Walking Dead', “invisibles y expulsados por un mercado laboral que no cuenta con ellos”.

Foto: PLL. Opinión

Ni siquiera quise contarte, tú que tantas veces te interesabas por la cotización en bolsa de los bancos y de las empresas del Ibex, eso que Nacho Cardero desvelaba ayer en El Confidencial; los banqueros están tristes por su reputación venida a menos. Dice Cardero que se sienten objeto de escarnio, que en los salones y en los cenáculos en los que antes se les veía como gente poderosa y solemne, ya no tienen esa reputación. Ha llegado a decir uno de ellos, el presidente de Bankia, que los banqueros tienen que explicarle bien a la sociedad “cuál es nuestra función y lo necesario que es que ganemos dinero”. Es sorprendente, sí. De cuantas noticias se pueden esperar al final de una crisis económica como la que se ha vivido en España, después de un rescate bancario como el que se ha ofrecido en España, lo más inesperado y desconcertante es esta reacción de los banqueros. Que resulta que están tristes por su prestigio; qué pena de los banqueros... Por eso, bastó que se cruzaran nuestras miradas en el supermercado. Tú sabías las preguntas y yo conocía las respuestas. “¿Susana Díaz? ¿Cospedal? ¿Pedro Sánchez? ¿Pero tú crees de verdad que a mí me importa lo que suceda en la asamblea de Podemos entre Errejón y Pablo Iglesias?”. La mirada, sí, lo decía todo. La realidad política no hace cola en el supermercado.

Bastó que nuestras miradas se cruzaran en la cola del supermercado. Había ocurrido antes, hace ya casi dos años, cuando nos encontramos en ese mismo supermercado. Tu mujer cogía algunos productos de las estanterías y tú empujabas el carrito de la compra. Desde que nos conocemos, a las 12 de la mañana de un lunes cualquiera, de un año cualquiera, tu hábitat natural nunca hubiera estado entre las callejuelas de latas de conservas, frutas y arroces de un supermercado, sino el trasiego de la calle, de los bancos, de las viviendas y de las hipotecas. Por eso nos sorprendimos al encontrarnos. “Parado, sí, me quedé parado y sigo sin trabajo”. Ha pasado todo este tiempo y nada ha cambiado para ti. Por eso bastó que nuestras miradas se cruzaran ayer, otra vez, en el supermercado. Porque no hacía falta decir nada más. Una mueca, una sonrisa forzada, un "ya ves, qué te voy a contar". No, lo sé, bastaba con la mirada.

Paro