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Pedro, cariño, no mientas
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Javier Caraballo

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Pedro, cariño, no mientas

El valor fundamental del debate de las primarias ha sido la celebración en sí del debate, aplazado desde hace más de tres años

Foto: Los candidatos a la Secretaría General del PSOE, Susana Díaz (i), Patxi López (c) y Pedro Sánchez. (EFE)
Los candidatos a la Secretaría General del PSOE, Susana Díaz (i), Patxi López (c) y Pedro Sánchez. (EFE)

Susana Díaz sería una gran líder política si renunciara a la invocación constante de la pena. No sé si se han fijado pero Susana Díaz, cada vez que habla, antes que el aplauso parece que quiere arrancar la lágrima. No sólo por lo que dice sino sobre todo por cómo lo dice, porque encoge levemente los hombros, agita los brazos, su cara se compunge y las palabras empiezan a salirle directamente del nudo de la garganta, igual que le decían a María Callas que su prodigiosa voz de soprano le nacía en el clítoris.

Dice que ella es “muy de izquierdas”, y lo hace con golpes de pecho, como si acabara de llegar de una sesión de tortura en las cárceles de peor fascismo. Nos recuerda que sus orígenes, su barrio y su gente, son muy humildes y parece que cuando era niña la rescataron de la explotación laboral en una fábrica de cerámicas del barrio de Triana. En fin, que Susana Díaz compone su discurso para la pena, y ese es su gran error: acaba sobreactuando tanto que nada parece creíble. Como cuando le dijo a Pedro Sánchez, “Pedro, cariño, no mientas”. Lo dijo y solo era posible imaginarla con un cordón de sangre descolgándose por la comisura de los labios, llena de ira.

Foto: Los candidatos a la Secretaría General del PSOE, Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez. (EFE)

¿“Pedro” y “cariño” en la misma frase de Susana Díaz? Imposible. Es mentira también. Cada vez que Susana Díaz y Pedro Sánchez se cruzan la mirada se les inyectan los ojos de la sangre acumulada tras tanto tiempo de zancadillas, navajazos y escupitajos. Y putadas grandes, pequeñas y medianas. Todo el catálogo. Por eso, el valor fundamental del debate de las primarias ha sido la celebración en sí del debate, aplazado desde hace más de tres años. Ese encuentro a cara de perro entre Pedro Sánchez y Susana Díaz está pendiente desde que le dieron boleto a Rubalcaba, tras perder las elecciones, y al no haberse producido hasta ayer lo que ha provocado en el Partido Socialista es un desgaste incomparable a cualquier otro en su historia.

Es decir, enfrentamientos en el seno del PSOE ha habido muchos y muy cruentos en todos estos años de democracia; lo que no ha habido nunca ha sido una situación tan desquiciante como la de este último periodo en el que la principal agrupación socialista de España, la andaluza, impulsa hasta la secretaría general del partido a una persona y, desde ese mismo instante, esa misma agrupación comienza una campaña de acoso y derribo del líder elegido. Eso es lo que ocurrió entre Susana Díaz y Pedro Sánchez y, por eso, una buena parte de todo lo malo que le está ocurriendo al PSOE es ese pulso de poder interno no resuelto en el peor momento político del partido. Cuando, por primera vez en cuatro décadas, al PSOE le aparece una opción por la izquierda que cuestiona la hegemonía socialista, el partido se desangra internamente por una lucha de poder que tendría que haberse resuelto en 2013, cuando Susana Díaz manifiesta por primera vez su intención de liderar el partido. Lo aplazó porque no le convenía el momento, quiso poner a Pedro Sánchez como ‘hombre de paja’ en la secretaría general y, como sucede siempre, el bausán acabó rebelándose y reivindicándose como líder.

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
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Lucha de poder aplazada y enconada durante años, eso es lo único que se dirime en las primarias del PSOE. Las diferencias ideológicas que ahora se esgrimen en la batalla son más circunstanciales que reales, porque si el medidor de izquierdas, el “izquierdómetro”, como dice Patxi López, está en las alianzas con Podemos, que a nadie le quepa la menor duda de que si Susana Díaz necesita algún día a Podemos para gobernar, lo hará de la misma forma que lo ha intentado Pedro Sánchez. Y si Pedro Sánchez aparenta ahora ser más de izquierdas que Susana Díaz es porque encontró ese filón de liderazgo en el “no es no” a Mariano Rajoy que, en realidad, era un laberinto en el que se había metido como secretario general y no sabía salir.

Ni Pedro Sánchez es un secesionista camuflado, un peligro de ruptura para España, ni Susana Díaz es la derecha agazapada en el seno del Partido Socialista. Todo eso son etiquetas coyunturales, que solo sirven para la batalla por el poder y que, como en todo este proceso, están agravando todavía más el problema mayor que tiene el Partido Socialista y que es doble: de identidad y de liderazgo. Por el tiempo transcurrido, habría que añadirle además un tercer problema, la cohesión interna.

López es el único que no le está mintiendo a los militantes en las perspectivas reales del PSOE en la actualidad. “Podemos desaparecer”, volvió a repetir

Desde la ‘tercera vía’ de espectador en este proceso de primarias, Patxi López es el único que no le está mintiendo a los militantes en las perspectivas reales del PSOE en la actualidad. “Podemos desaparecer”, volvió a repetir ayer en el debate, como viene haciendo en los últimos meses. Y aunque hay más ejemplos repartidos por toda la socialdemocracia europea, pone de ejemplo al Partido Socialista francés que ya ha pasado a ser irrelevante; tras un largo periodo de peleas internas nunca resueltas, han llegado al disparate máximo de elegir a un candidato en primarias al que no apoyaban ni los propios socialistas. Aquel gran Partido Socialista de Mitterrand ha quedado reducido a un seis por ciento del electorado. ¿Lo hubiera dicho alguien hace cuatro años?

En el PSOE cada vez que se invoca “Podemos” se hace en tercera persona, como un riesgo exterior, como un peligro; no se dan cuenta de que el tiempo verbal que deben emplear es la primera persona del plural y en el sentido que lo hace Patxi López, con esa misma perífrasis verbal: “Podemos desaparecer”. Ese es el riesgo; el PSOE no está “malito”, como dice Susana Díaz, con esa invocación suya a la pena. La enfermedad es más grave y la culpa de que el virus se haya extendido tanto la tiene ella misma, por haber sometido al partido a una enorme tensión durante los casi cinco años en los que ha estado dudando para dar el salto.

Susana Díaz sería una gran líder política si renunciara a la invocación constante de la pena. No sé si se han fijado pero Susana Díaz, cada vez que habla, antes que el aplauso parece que quiere arrancar la lágrima. No sólo por lo que dice sino sobre todo por cómo lo dice, porque encoge levemente los hombros, agita los brazos, su cara se compunge y las palabras empiezan a salirle directamente del nudo de la garganta, igual que le decían a María Callas que su prodigiosa voz de soprano le nacía en el clítoris.

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