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Es más fácil matar a un bebé que adoptarlo
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Javier Caraballo

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Es más fácil matar a un bebé que adoptarlo

Resultaba sencillo entender que esos padres no podían mantener al niño, pero nadie lo hizo. Ha sido un bebé ignorado, escupido a la vida, nacido solo para sufrir y morir

Foto: Pareja de la madre de un bebé asesinado este año en Sevilla. (EFE)
Pareja de la madre de un bebé asesinado este año en Sevilla. (EFE)

Matar a un bebé es más fácil que adoptarlo. Pero ese absurdo, si se resuelve algún día, ya no le servirá de nada a Ian porque ya está muerto. Se lo ha tragado la vida sin llegar a saber qué es la vida; se lo ha llevado la muerte sin llegar a comprender para qué vino a este mundo. Quizá tampoco los sepan nunca sus padres, ni sus tíos, ni sus abuelos, si los tiene, ni los vecinos que lo escuchaban llorar, ni los servicios sociales de la Junta de Andalucía o del Ayuntamiento de Sevilla, ni los médicos, los jueces y los fiscales que conocieron su existencia, ni el Defensor del Menor que también existe, ni nadie que haya podido saber de él en sus seis meses de vida o de infierno.

Cuando nació Ian, su madre, Ruth, de 18 años, estaba en la cárcel. Nació de forma prematura, a los seis meses de gestación, lo que acaba completando una simetría infernal, seis meses en la barriga de su madre, en prisión, y seis meses abandonado, tirado, en el piso de okupas en el que vivían sus padres, siempre drogados. Nada más nacer, ya diagnosticaron los médicos que Ian necesitaba “un tratamiento especial” al tratarse de un bebé “muy débil y con muy poco peso”. Pero nadie supo entender un diagnóstico tan sencillo ni supo prever que ese niño no podía vivir con sus padres, que no estaban en condiciones ni mentales ni físicas ni sociales ni económicas, de tener un bebé a su cargo.

Era fácil prever lo que iba a ocurrir, pero nadie lo impidió. Por eso parece que matar a un bebé sea más fácil que adaptarlo. Y disculpen la boutade de decirlo así; disculpen el exabrupto que no es otra cosa que ira y dolor. Porque la muerte de ese niño anónimo duele, como decía el poeta, como una grandiosa espina. Un niño ignorado, escupido a la vida, nacido solo para sufrir y morir como aquel niño yuntero, menor que un grano de avena.

De Brayan, el padre del bebé, solo se conoce su corta biografía de delincuente común. Diecinueve años. Nació en Colombia y su historial en España es ese, una larga lista de robos e ingresos en prisión que se prolongan incluso hasta el mismo hospital en el que estuvo ingresado su hijo Ian cuando nació. Fue a visitarlo y le robó el móvil al padre del otro niño enfermo que estaba en la habitación; era un policía nacional fuera de servicio, que también tenía allí ingresado a su hijo, y lo detuvo. La siguiente vez que Brayan pisó una Comisaría de Policía fue ya el pasado 12 de junio.

Ese niño no podía vivir con sus padres. No estaban en condiciones mentales, físicas, sociales ni económicas de tener un bebé a su cargo

A las tres y media de la tarde, con la ciudad ardiendo por encima de los 45 grados, Brayan llega corriendo al hospital Virgen Macarena de Sevilla con el bebé en brazos. Según le cuenta a los médicos, estaba dándole el biberón y al bebé “se ha atragantado en el último buchito”. La madre, según cuenta, había salido a casa de una hermana, cerca de la misma vivienda que ocupaban, a tomarse un ibuprofeno para calmar los dolores menstruales. El padre empezó a darle el biberón y el bebé comenzó a ahogarse. Asustado, o desconcertado, o malhumorado, comenzó a zarandearlo para ver si el niño reaccionaba.

En ese momento, llamó una vecina y, según su testimonio, le hizo el boca a boca. Cuando recuperó la respiración, Brayan lo tomó en brazos y se fue directo al hospital. Al examinarlo, los médicos encontraron restos de leche en la tráquea y en la nariz y un cuadro médico que identifican con el ‘síndrome del niño zarandeado’: hematomas, una fractura en el cráneo y lesiones en la retina.

El doce de junio pasado ingresó Ian en el hospital y cinco días después se le paró el corazón. Fue entonces cuando ocurrieron dos cosas que no se habían producido antes y que, quizá, le hubieran salvado la vida. Cuando murió el bebé, el juez ordenó el ingreso en prisión de su madre, Ruth, que hasta entonces se había exculpado cargando toda la responsabilidad en su pareja porque ella, dijo, no era “una mala madre”. Lo segundo que ocurrió es que la Consejería de Igualdad y Servicios Sociales de la Junta de Andalucía decidió iniciar el procedimiento de desamparo y acogimiento familiar del menor.

"Desde el nacimiento del menor el pasado diciembre, con una gran prematuriedad, se vienen detectando indicadores de alto riesgo social en su entorno de crianza, evidenciándose que el cuadro que presenta al día de hoy es compatible con una situación de maltrato”, acabó determinando la Consejería andaluza. A la misma conclusión podría haber llegado cuando Ruth tuvo a su hijo en la cárcel, o cuando se instaló en un piso de okupas, o cuando desatendió todas las citas médicas, pero la realidad es que ese informe se firmó el 16 de junio. Y un día después, cuando tendría que haberse ejecutado, Ian se murió.

"Se evidencia que el cuadro que presenta al día de hoy es compatible con una situación de maltrato", acabó determinando la Consejería de Igualdad

Cualquier pareja española que decida adoptar un hijo debe pasar por un riguroso examen de idoneidad. El resumen que se ofrece en alguna de las organizaciones que ayudan a la tramitación de las adopciones es exhaustivo: “El proceso de valoración se lleva a cabo mediante una serie de entrevistas, visitas domiciliarias y presentación de documentación. Las autoridades estudiarán los citados informes hasta que decidan conceder o rechazar la idoneidad de los solicitantes. Una vez valorados y reconocidos como idóneos para la adopción, pasarán a una lista de selección, a los efectos de proponer la asignación de un menor, formalizándose el Acogimiento Familiar preadoptivo (pudiendo ser este administrativo o judicial). Se inicia el procedimiento de acoplamiento del menor en el domicilio familiar y posteriormente se presenta la propuesta de adopción por la entidad pública. El juez, previa valoración de la documentación e informe del fiscal, dictará auto de adopción”. Ian nació en diciembre, lo ingresaron en el hospital y le dieron de alta en febrero, con la madre ya en libertad.

Si una décima parte de las inspecciones que se realizan para autorizar una adopción se hubieran aplicado a su familia, Ian nunca habría caído en ese infierno. Se lo dijo a la agencia Efe un hermano de la madre: “Comía cuando ellos se acordaban, no iba al pediatra y hasta fumaban droga a su lado". La propia defensa de los padres sostiene lo mismo. Lo contaba así el periodista Jorge Muñoz, de Diario de Sevilla: “La pareja vivía en una casa como okupas, acaban de salir de prisión, ambos estaban desempleados, fumaban porros, la casa era un desastre y los dos eran ‘completamente incapaces’ de comprender la realidad de la situación del menor porque, aunque eran adultos, la defensa entiende que sus mentes son como las de unos adolescentes de 12 o 13 años. ‘No entiendo cómo no actuaron los servicios sociales y les quitaron al niño’, advirtió su abogado, que insistió en que se trata de una pareja de ‘alto riesgo’. A su juicio, ‘los padres son víctimas del sistema en el que vivimos, que a los más desgraciados no los ayuda”.

"Vivían como okupas en un desastre de casa y eran ‘completamente incapaces’ de comprender la situación del menor", publica Diario de Sevilla

¿Víctimas del sistema? Puede ser, pero antes que ese debate existe otro, la constatación de que ni la maternidad ni la paternidad otorga el derecho de ser padres si no se reunen los requisitos mínimos para, al menos, garantizar la supervivencia de un niño.

En una de esas páginas que hay para los padres ante el nacimiento de sus bebés, en las que se ofrecen sugerencias de nombres y de cunitas, hablan de Ian, “el equivalente bretón al nombre Juan”. “Proviene del hebreo y significa 'aquel dado por el Señor' o 'Dios el misericordioso'. Es una persona sensible, inteligente y con muchos amigos. Tiene una gran capacidad de adaptación y es independiente. El día de su festividad es el 24 de junio”. Qué cosas tiene la vida, qué brutales ironías. Me duele, sí, me duele y me llena de rabia su muerte absurda y cruel. Tan temprana, Ian, que no consigo sacarte de mi cabeza.

Matar a un bebé es más fácil que adoptarlo. Pero ese absurdo, si se resuelve algún día, ya no le servirá de nada a Ian porque ya está muerto. Se lo ha tragado la vida sin llegar a saber qué es la vida; se lo ha llevado la muerte sin llegar a comprender para qué vino a este mundo. Quizá tampoco los sepan nunca sus padres, ni sus tíos, ni sus abuelos, si los tiene, ni los vecinos que lo escuchaban llorar, ni los servicios sociales de la Junta de Andalucía o del Ayuntamiento de Sevilla, ni los médicos, los jueces y los fiscales que conocieron su existencia, ni el Defensor del Menor que también existe, ni nadie que haya podido saber de él en sus seis meses de vida o de infierno.

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