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Montoro se reivindica como muerto
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Javier Caraballo

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Montoro se reivindica como muerto

Por alguna extraña razón, Montoro lleva años pensando que la hostilidad y la tirria son valores fundamentales en política y nunca lo ha disimulado

Foto: El ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro.
El ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro.

Asistir a la conferencia de un ministro de Hacienda, en Sevilla, en el mes de julio y a las dos de la tarde, solo puede tener una explicación: algo le pasa al ministro. Si no fuera así, ni siquiera a los más fieles se les ocurriría cruzar las calles de lava en las que se convierte la ciudad cuando las temperaturas suben de los 40 grados y el asfalto se derrite a tus pies. La cuestión: ¿por qué fui a ver a Cristóbal Montoro el martes pasado a Sevilla? Pues por eso, por el morbo que despierta ver a este ministro alanceado después de haber protagonizado en España uno de los ejercicios más notables de antipatía en el poder. Por alguna extraña razón, Montoro lleva años pensando que la hostilidad y la tirria son valores fundamentales en política y nunca lo ha disimulado.

“Esto de la piel, el cariño, la empatía y tal, lo dejo para otros. Cuando empiezan a decir, ‘ministro, le ha faltado cariño’… ¡Venga ya, hombre! Yo no… Yo no estoy aquí para ser simpático; mi compromiso es salir de la crisis y creo firmemente que lo estamos consiguiendo”, dijo el ministro hace un par de años y en eso mismo sigue, solo que con más enemigos a su alrededor y más zancadillas. Pero nada de eso lo hace más vulnerable; a Montoro lo que le desgasta son sus propios y mayúsculos errores. Este ministro está preparado, como ha demostrado sobradamente, para luchar contra todos y contra todo, pero no está capacitado para luchar contra sus propios errores políticos, porque la antipatía sostenida siempre genera soberbia.

Este ministro está preparado, como ha demostrado, para luchar contra todos y contra todo, pero no está capacitado para luchar contra sus propios errores

Lo de un político que sabe luchar ‘contra todo y contra todos’ lo dijo en la conferencia de Sevilla, organizada por la Cámara de Comercio, el presidente del PP andaluz, Juan Manuel Moreno, que fue el encargado de presentarlo. La experiencia demuestra que, en este tipo de actos, muchas presentaciones las carga el diablo; en el caso de la presentación de Montoro, parece que la había escrito el mismo diablo. Por esto que dijo Juanma Moreno cuando glosaba la figura de Cristóbal Montoro: “Indalecio Prieto, que fue el primer ministro de Hacienda en la Segunda República, dijo que su nombramiento no se debía a sus aptitudes financieras sino a que nadie quería serlo y a que él servía lo mismo para un roto que para un descosido, que es no servir prácticamente para nada”. Ciertamente, debe haber citas menos controvertidas para elogiar a un ministro, pero el presidente del PP andaluz eligió esa.

De todas formas, a Montoro no le hace falta ninguna presentación porque él mismo se encarga de reivindicarse constantemente como artífice de la salida de la crisis, y esa era la novedad, o el morbo, de la aparición pública de Montoro en la provincia en la que ha alcanzado su mayor éxito político cuando en 2011 lo votaron, como paracaidista de la lista del PP, un total de 410.000 sevillanos. En una provincia en la que, de 106 municipios, el Partido Popular solo gobierna en ocho pueblos, es todo un récord. Y Montoro está muy contento de eso. Tanto que hasta contó una anécdota a pie de urinario: el ministro salía del servicio y un señor le dijo, “le he votado, no me falle”. A Zapatero le decían eso mismo muchas veces, en muchos mítines, pero a Montoro se lo dijo aquel hombre y se le quedó grabado. De hecho, ahora que baten olas intempestivas contra las paredes de su despacho, es lo único que lo mantiene firme, como si cada mañana, delante del espejo, se lo recordara a sí mismo para no desfallecer. “Yo trato de no fallar, esa es mi responsabilidad moral”, dijo varias veces, y es en esos momentos en los que se percibe que el ministro no lo está pasando bien.

Foto: El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. (EFE)

Montoro sabe que está tocado, y es normal si se empiezan a sumar los últimos reveses que ha recibido: una sentencia del Tribunal Constitucional que le acusa de haber “abdicado” como representante del Estado “ante su obligación de hacer efectivo el deber de todos de concurrir al sostenimiento de los gastos públicos”. Luego, la reprobación del Congreso por mayoría. Después, el ‘fuego amigo’ de la prensa de derecha española que se ha propuesto derribarlo y, finalmente, las revelaciones de un excompañero del Consejo de Ministros, José Manuel Soria, que lo acusa de utilizar para sus intereses personales y políticos los datos de la Agencia Tributaria. Cuatro frentes como cuatro lanzas, y ya no se trata de los actores de los Goya a los que el ministro de Hacienda pueda despachar con una de sus risitas características, je, je, je, en mitad de una frase chulesca.

El ministro lo sabe; sabe que otro en su lugar o en otro momento ya estaría muerto políticamente, 'caput', y por eso solo hay que observarlo detenidamente, como el otro día en Sevilla, para saber que este hombre ha iniciado una fase de reivindicación de sí mismo. Montoro se ha atrincherado con su balance de estos 14 años, ha colocado a su alrededor una alambrada de espino con algunas de sus frases más recordadas, y ya solo quiere que lo dejen estar un tiempo más en el cargo, hasta que la recuperación económica se consolide. Hasta entonces, seguirá sentado en su despacho como un manitú, el gran espíritu de la recuperación.

Hasta entonces, seguirá sentado en su despacho como un manitú, el gran espíritu de la recuperación

Lo único que ha hecho es empezar a escribir su testamento de últimas voluntades políticas; así quiere su final: “Yo estoy en política para vivir la recuperación económica y eso nadie me lo va a quitar, ningún ruido. Obviamente, el día de mañana acabaré, pero no porque lo diga la oposición, sino porque todo se acaba. Acabaré y lo que no haré después será escribir un libro en el que diga lo que tendría que haber dicho en su momento y no dije. Todo el mundo tiene que vivir, eso lo comprendo, pero yo no sé escribir un libro de ciencia ficción. Así, que nada, todavía me queda, me queda… No estamos para disquisiciones: voy a estar en el final de la recuperación económica de España. Después de tanto tiempo, no me la iba a perder ahora, je, je, je…”. Esa sonrisa de Montoro.

Asistir a la conferencia de un ministro de Hacienda, en Sevilla, en el mes de julio y a las dos de la tarde, solo puede tener una explicación: algo le pasa al ministro. Si no fuera así, ni siquiera a los más fieles se les ocurriría cruzar las calles de lava en las que se convierte la ciudad cuando las temperaturas suben de los 40 grados y el asfalto se derrite a tus pies. La cuestión: ¿por qué fui a ver a Cristóbal Montoro el martes pasado a Sevilla? Pues por eso, por el morbo que despierta ver a este ministro alanceado después de haber protagonizado en España uno de los ejercicios más notables de antipatía en el poder. Por alguna extraña razón, Montoro lleva años pensando que la hostilidad y la tirria son valores fundamentales en política y nunca lo ha disimulado.

Cristóbal Montoro