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Galo Mateos

Mensajes de Narnia

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Derribar el muro

Estamos viviendo en un país fuera de consenso en aspectos graves y fundamentales, que tienen que ver muy especialmente con su clase política, que constituye parte

Estamos viviendo en un país fuera de consenso en aspectos graves y fundamentales, que tienen que ver muy especialmente con su clase política, que constituye parte fundamental del problema y que pretende convertirse en la solución, cargándonos al resto con las consecuencias de sus actos.                                             

Sin embargo, parece que últimamente hubiese mas gente diciendo 'basta' y puede que estemos ante un escenario probable, que pudiera concretarse en:

-Apartar a los dos partidos principales del poder, votando una formación política alternativa.

-Que esa nueva formación proponga un referéndum de reforma de algunos aspectos necesarios de nuestra constitución y adopte medidas que desbloqueen nuestra economía.

Por otra parte, es bien patente que el agravamiento de la crisis mundial respecto a nuestro país se fundamenta en el derroche, la corrupción y la falta de profesionalidad de nuestra clase política. Y que ese agravamiento es la causa principal de nuestro elevado endeudamiento y de nuestras dificultades para lograr un equilibrio presupuestario sin sacrificar conquistas sociales y a cambio de mantener privilegios políticos y territoriales.

Todo eso puede suceder en poco tiempo, pues con índices de satisfacción y popularidad en las encuestas por debajo de 3 puntos, hay muy pocas probabilidades de controlar 'la calle' en un proceso de ajuste tan severo como el que ha de suponer nuestra intervención. Y máxime cuando quien lo pretende es un gobierno 'de derechas', recurrentemente crucificado en lo social por sus adversarios, da igual sean mejores o peores, son los hechos.

Al PP y a Mariano Rajoy les expulsarán del poder, pues, la misma sociedad que le aclamaba como redentor en el balcón de Génova, hace solo unos meses. La misma sociedad que había decidido poner fin a muchos años de supremacía política y moral del socialismo español y que por acumulación de errores, decidió retirarle la confianza, puede que para siempre, al menos en aquel grado que antes lo hizo desde el referendum de la OTAN hasta los últimos estertores del gobierno de Zapatero.

Es obvio que esta sociedad de respuesta política tardía no va a generar los mecanismos de su propia evolución al margen de su pasado reciente. Que debe haber quien facilite ese camino y lo haga comprensible a este votante, repentinamente racional. En suma, que alguien ha de preguntar a la sociedad española si desea seguir con la monarquía frente a una alternativa republicana, si desea seguir financiando sus partidos, si desea una separación efectiva de poderes, si desea que cada hombre sea un solo voto, si le interesa continuar con la disfuncional estructura del territorio en ayuntamientos y autonomías, etc. Y si prefiere recortar de los derroches o prescindir del bienestar social conseguido.

Y todo esto sin ningún miedo al futuro, conscientes de que nuestra economía ha cumplido el papel de comparsa respecto de Alemania y Francia, reduciendo su participación industrial a un 14% del PIB frente a 30 y 40% de estos ahora escurridizos socios. Con este modelo asignado de desmontaje incentivado de nuestra capacidad productiva, nuestra mala gestión añadida ha sido determinante, pero no la única razón. Habrá que explicar alto y claro en Europa, cuando corresponda la intervención de nuestra economía, por qué no ha funcionado su diseño. Baste dar un vistazo al reciente artículo de portada de The Economist referente al plan B de Merkel para darse cuenta de que nadie asume ningún error de diseño en la  construcción de Europa. Es claro que participaron activamente en la destrucción de nuestro tejido productivo y es claro que hemos de exigir una respuesta leal de su parte. Con la humildad de quien ha gestionado mal, muy mal, con la asunción de errores que jamás volveremos a cometer, pero desmontando el papel que otros nos asignaron en su propio beneficio.

Tampoco tenemos que soportar la imprevisión energética y de abastecimiento de materias primas estratégicas en la que nos han sumido nuestros gobernantes, en su desidia intelectual y científica e intereses económicos directos. No hay ninguna razón para no unirnos al consenso científico y energético para 2030-2050 con los principales países de nuestro entorno, partiendo de parecidas carencias pero gestionando colectivamente esa dependencia. Como tampoco hay razón ninguna para que no rediseñemos la formación escolar, universitaria o de I+D, conforme a los países más avanzados en esas materias. O reforzar una pirámide de población mediante incentivos eficaces y planes de conciliación familiar, ya experimentados en países que corrigieron tendencias demográficas tan autodestructivas como las nuestras de hoy. Acciones realmente fáciles de asumir en costes -si quitamos de donde no produce- y puesta en marcha, con la tranquilidad de compartir criterios y experiencias con los mejores.

¿Por qué habría de temer la población española un cambio así? Pues probablemente por haber creído hasta ahora en un modelo de estado protector y munificiente, que se acabó convirtiendo en un megaestado irresponsable, en el que 'lo público no era de nadie', solo de quien tenía poder político para apropiárselo.

Y poco futuro tenemos en seguir discutiendo con políticos histéricos, amargados por el resentimiento y falta de empatía de social, cuando no corruptos hasta la médula. En el fondo, a la gran mayoría le da igual lo que debatan entre ellos, hace tiempo que nos preocupa más lo que cuestan que lo que dicen.

Hay mucho que hablar del porvenir, pero no con quienes instrumentalizaron el pasado para colgarse de nuestras vidas. Se ahogan y se agarran de nuestro cuello para salvarse. Así caigan en el infierno por la pesadilla en que han convertido nuestra convivencia con sus lastres morales, su oportunismo y su incompetencia. Frente a los muchos que han contribuido positivamente en nuestro desarrollo, nunca unos pocos miles pudieron fastidiar tanto la vida a tantos millones.

Puede que los votantes tampoco seamos ejemplares como ciudadanos, pero eso no tiene por qué impedirnos decidir libremente nuestro futuro, tenemos derecho a decidirlo y vivirlo sin ellos. Y eso es justo lo que vamos a hacer en cuanto la previsible intervención reduzca a la nada la confianza del ciudadano en sus políticos, y les sea más grato tirar la toalla que justificar, tan falsa y cobardemente como es habitual, la vida miserable, enfrentada y amarga a la que nos conducen. Abramos bien puertas y ventanas, para que salgan unos y entre aire fresco. Hace mucho que huele a cerrado en esta espesa cantina.

Estamos viviendo en un país fuera de consenso en aspectos graves y fundamentales, que tienen que ver muy especialmente con su clase política, que constituye parte fundamental del problema y que pretende convertirse en la solución, cargándonos al resto con las consecuencias de sus actos.