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La estrella de Solbes se apaga: es la hora del cambio
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Carlos Sánchez

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La estrella de Solbes se apaga: es la hora del cambio

En octubre de 2007, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el vicepresidente Pedro Solbes era el segundo miembro del Gobierno más valorado por los españoles.

En octubre de 2007, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el vicepresidente Pedro Solbes era el segundo miembro del Gobierno más valorado por los españoles. Sobre una puntuación máxima de 10 puntos, obtenía un aprobado raspado, pero suficiente: 5,13 puntos, sólo superado por la vicepresidenta De la Vega. Un año después, la credibilidad de Solbes hace aguas. Según el último barómetro del CIS, los españoles le dan una puntuación de 4 puntos sobre 10, pero ahora tiene a once ministros por delante en cuanto a valoración de la opinión pública. Y no es que el resto de sus compañeros de gabinete sean unos lumbreras.

 

Se trata de un fenómeno novedoso. En los últimos 15 años (sin duda los más prósperos de nuestra reciente historia), los dos titulares de Economía que ha tenido este país  siempre se han situado entre los mejor valorados por los ciudadanos, incluso cuando la actividad económica se desaceleraba. El propio Solbes se colocaba ligeramente por encima de la media ministerial en octubre de 1995, pese a que su gestión estaba precedida de cuatro trimestres consecutivos de recesión heredados de los tiempos de Solchaga. Rodrigo Rato, por su parte, era el ministro más valorado en el último Gobierno Aznar: 4,68 puntos, como sabe, duramente castigado en octubre de 2003 por la guerra de Iraq y el hundimiento del Prestige.

Es evidente que el deterioro de la coyuntura económica ha hecho mella en la credibilidad de este superviviente de la política, que, como se decía antaño de Rodolfo Martín Villa, lleva un cuarto de siglo sin bajarse del coche oficial. Pero sería ridículo cruzarse de brazos a la espera de que el temporal amaine.

No seré yo quien cuestione la talla política y económica de Pedro Solbes, pero no estaría de más que este país reflexionara sobre una cuestión capital: en qué medida contribuye su permanencia en el cargo a la salida de la crisis. No hay que ser una gran estratega político para entender que la capacidad de liderazgo de una nación (lo cual no sólo compete al presidente del Gobierno, sino también a los altos cargos) es una condición necesaria -pero no suficiente- para abordar los grandes retos que tiene por delante un país. Y nadie dudará de que España se encuentra actualmente inmersa en una encrucijada histórica de indudable trascendencia, sólo comparable a 1959 (cuando se apostó por la apertura económica), y a 1986, cuando se consumó el gran objetivo de la adhesión a las Comunidades Europeas, un éxito del primer Gobierno de Felipe González al que contribuyó de manera muy relevante el propio Pedro Solbes como número dos de Manuel Marín.

La estrella de Solbes, sin embargo, se apaga, lo cual es extremadamente importante en un contexto como el actual. Decir a estas alturas de la historia que la confianza mueve la economía es algo más que obvio, y por eso resulta sorprendente que apenas llame la atención el hecho de que el vicepresidente económico sea uno de los ministros peor valorados del Gobierno.

España, de eso parece haber pocas dudas, tiene por delante un reto histórico que pocas generaciones tienen oportunidad de contemplar en primera fila: definir su modelo productivo para las próximas décadas. Y no parece que tamaño desafío sea posible abordarlo con un equipo económico desgastado políticamente, con escasa capacidad de respuesta y con nula capacidad de generar ilusión entre los ciudadanos. Frente a lo que parece creer el presidente del Gobierno, no es el momento de tener simples contables en el aparato administrativo del Estado para contar el número de parados (aunque se les garanticen las prestaciones sociales), sino el tiempo de contar con líderes capaces de insuflar ánimo a los agentes económicos: familias y empresas.

Sería un error histórico de Zapatero dejar que la situación económica se pudriera a la espera de la recuperación económica (que tarde o temprano llegará), con la vista puesta en provocar al final del túnel un reajuste gubernamental que suponga la salida de Solbes. Es decir, haciendo coincidir la crisis ministerial con la presidencia española de la UE (primer semestre de 2010) para dar una señal de que comienza un tiempo nuevo. No hay un segundo que perder, y quien juegue en estos momentos a sacar réditos políticos de la crisis económica ante las elecciones de 2012, hace un flaco servicio a la nación.

Crisis y recuperación son la misma cosa, al contrario de lo que se suele creer. Y son la misma cosa porque hay que evitar a toda costa que la recesión se lleve por delante buena parte del tejido productivo del país.

En octubre de 2007, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el vicepresidente Pedro Solbes era el segundo miembro del Gobierno más valorado por los españoles. Sobre una puntuación máxima de 10 puntos, obtenía un aprobado raspado, pero suficiente: 5,13 puntos, sólo superado por la vicepresidenta De la Vega. Un año después, la credibilidad de Solbes hace aguas. Según el último barómetro del CIS, los españoles le dan una puntuación de 4 puntos sobre 10, pero ahora tiene a once ministros por delante en cuanto a valoración de la opinión pública. Y no es que el resto de sus compañeros de gabinete sean unos lumbreras.

Pedro Solbes