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El viaje a ninguna parte de la economía española
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Carlos Sánchez

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El viaje a ninguna parte de la economía española

“…Pero terminé la niñez y caí en el mundo. Las gentes morían en torno mío y las casas se arruinaban. Como entonces me poseía el delirio

“…Pero terminé la niñez y caí en el mundo. Las gentes morían en torno mío y las casas se arruinaban. Como entonces me poseía el delirio del amor, no tuve una mirada siquiera para aquellos testimonios de la caducidad humana. Si había descubierto el secreto de la eternidad, si yo poseía la eternidad en mi espíritu, ¿Qué me importaba lo demás? Luis Cernuda. Escrito en el Agua.

 

Estar a la altura de los tiempos no es fácil. El historiador Paul Kennedy*  ha demostrado cómo grandes imperios perdieron su hegemonía por errores de sus dirigentes. La China imperial empezó a declinar cuando los mandarines prohibieron en 1436 la construcción de naves. Pretendían sellar las fronteras en aras de proteger al país de los ataques mongoles, pero en realidad se cerraron ellos mismos y se hicieron más vulnerables. Inicialmente, se prohibió la construcción de embarcaciones para la navegación oceánica, pero más tarde se dictó una orden que impedía la existencia de barcos con más de dos mástiles. Cuatro siglos después, la dinastía Ming era mucho menos poderosa que la dinastía Song, y sus súbditos, por supuesto, mucho más pobres.

Algo parecido le sucedió al Imperio Otomano, que colapsó como consecuencia del conservadurismo de los sultanes, que en lugar modernizar el país y abrirlo hacia la innovación, optaron por burocratizar el Estado y frenar la expansión territorial en busca de nuevos mercados. Un sultán idiota, como dice Kennedy, podía paralizar el Imperio Otomano de una manera que ni un Papa ni un emperador  del Sacro Imperio podía hacerlo en Europa. El poder otomano, lógicamente, cayó bajo la presión de jenízaros, descontentos con el alza de precios y la corrupción.

El imperio español, como se sabe, no se hundió por un problema de expansión geográfica, sino por la incapacidad de la Monarquía hispánica para mantener sus fronteras, lo que degeneró en guerras de desgaste imposibles de financiar. En 1522, las fronteras eran atacadas al unísono en Alemania, los Países Bajos e Italia; pero además, las tropas estaban obligadas a vigilar el Atlántico y el Mediterráneo. Carlos V tuvo bajo sus órdenes un formidable ejército de 150.000 hombres sobre una población de 7 millones de personas. Dando por hecho que la mitad eran mujeres, eso significa que casi el 5% de los españoles estaban alistados. A cifras de hoy, estaríamos hablando de que Carme Chacón gobernaría un ejército de más de dos millones de efectivos.

La decadencia comenzó a fraguarse con decisiones equivocadas: la expulsión de los judíos y, posteriormente, la de los moriscos, la interrupción de los contactos con las universidades extranjeras, las ‘aduanas’ internas entre los diversos reinos de la península o la obligación de que los astilleros vizcaínos se centraran en la construcción de naves militares.

La lección que se puede extraer del análisis de Kennedy es que los gobiernos se equivocan si no son capaces de leer correctamente cada momento histórico haciendo caso omiso de una receta simple que daba Adam Smith a sus alumnos, pero que sirve para cualquier tendencia política. “Para sacar a un Estado de la barbarie y llevarlo a la mayor opulencia”  -decía el autor escocés- “apenas se necesita algo más que paz, impuestos razonables y una administración de justicia tolerablemente buena”.

El paro, un fenómeno estadístico

Da la sensación de que a la luz de lo que está sucediendo en el mercado de trabajo, la clase política en general (y no sólo el Gobierno) parece desconocer el momento histórico que vive la economía española. El paro se sigue viendo como un fenómeno estadístico, pero la clase política (estatal, autonómica y local) continúa sin movilizarse como el asunto requiere. Y eso que el paro registrado está creciendo a un increíble ritmo del 42,7% en términos anuales, una tasa verdaderamente espectacular sin parangón en la reciente historia económica de Europa. Probablemente habría que remontarse a la República de Weimar o a la descomposición del imperio soviético para encontrar una evolución tan adversa.

El Ejecutivo dirá que esto se debe al aumento de la población activa, que sigue creciendo de forma intensa por la inmigración y la incorporación de la mujer al trabajo; pero no parece muy riguroso ese análisis. Sólo hay que tener en cuenta que la afiliación a la Seguridad Social está cayendo un 3,5%, lo que significa que en los últimos doce meses el sistema público de protección social ha perdido 672.000 cotizantes. Pero es que si el análisis se realiza por grupos de edad, el resultado es demoledor.

La Seguridad Social se ha dejado en el camino en los últimos doce meses nada menos que el 13,2% de sus afiliados con edades comprendidas entre  20 y 24 años. Es decir, que la generación más y mejor formada de la historia de España no tiene trabajo, lo que significa que se están destinando ingentes recursos económicos al sistema educativo para que luego no haya empleo. Uno de cada cuatro jóvenes está en paro, el doble que el conjunto de la población.

Algo falla cuando hay tanta asimetría entre oferta educativa y demanda de puestos de trabajo. Y desde luego la solución no parece pasar por recortar gastos en educación. Todo lo contrario. A menudo se obvia que el 34,4% de la población activa analfabeta o sin estudios (o el 16,8% de los trabajadores con estudios primarios) está en paro, lo que pone de relieve la relación directa entre sistema educativo y actividad laboral.

Pero también algo falla cuando el empleo asalariado en el sector privado (datos anuales) está cayendo un 1,3%, mientras que la ocupación en las Administraciones Públicas crece todavía un 2,3%, tal y como refleja la EPA del tercer trimestre. El ajuste, por lo tanto, es cosa de las empresas.

Un último dato ilustra la naturaleza del problema. El número de parados que cobra ya una prestación asistencial por haber agotado la vía del nivel contributivo está creciendo ya a ritmos del 21%. Nada menos que 575.868 trabajadores (han leído bien) viven hoy con los 413,52 euros mensuales que les garantiza nuestro mediocre Estado de bienestar.

Pues bien, pese a todos estos datos, la clase política sigue tirándose los trastos a la cabeza o aplicando aspirinas a un enfermo que todavía está en planta, pero que acabará recalando en la UCI. El vicepresidente del Gobierno, Pedro Solbes, oficialmente el coordinador de la política económica general  (por eso preside el Consejo de Política Fiscal y Financiera), se queja todos los años de que su capacidad de maniobra es reducida debido a que las dos terceras partes del gasto público tiene que ver con decisiones tomadas por las regiones y los ayuntamientos. Pero a estas alturas de la crisis, cuando el mercado laboral se desangra, ni siquiera ha convocado una reunión con los entes territoriales para coordinar acciones y racionalizar el gasto público en aras de evitar duplicidades con la vista puesta en priorizar las políticas de inversión. No se trata de un problema pequeño. Cuatro regiones (Andalucía, Canarias, Extremadura y Murcia) inician el tortuoso camino de la recesión (que durará al menos hasta 2010) con un desempleo superior al 14%, y alguna de ellas (como la de Manuel Chaves)  está muy cerca ya del 20%, una tasa de país subdesarrollado y desde luego incompatible con una nación que se jacta de ser la octava potencia económica mundial.

Solbes ya no sólo yerra en el diagnóstico (por cierto que sus técnicos en previsión y coyuntura deben disfrutar con sus estimaciones), sino que, por el momento,  tampoco acierta con las soluciones, como ayer mismo se demostró.

El vertedero de los buenos proyectos

El presidente del Gobierno, con buen criterio, convocó varias conferencias de presidentes autonómicos en la anterior legislatura, pero que en lugar de insistir con esta idea para gobernar la crisis con mayor consenso político ha acabado por depositarla en el vertedero de los buenos proyectos. Ahora que se celebra el XXX aniversario de la Constitución no estaría de más que alguien repensara la Carta Magna y diera al jefe del ejecutivo competencias efectivas en materia de coordinación con las comunidades autónomas, más allá de esos insípidos principios que aparecen en la Ley de Gobierno del año 1997.

¿Y qué decir de la oposición?, que en lugar de propiciar la firma de unos nuevos pactos de la Moncloa  se limita a criticar -con razón- la evolución de la actividad económica. Es fascinante que el área que se ha reservado el PP para atacar al Gobierno sea, precisamente, la economía. Un prodigio de análisis político y de solidaridad social.

La actitud de los sindicatos y empresarios no es menos sorprendente. Con la que está cayendo, unos y otros se centran en renovar el acuerdo interconfederal sobre negociación colectiva, cuando parece evidente que la hemorragia en el desempleo sólo se podrá cerrar con un pacto social que afecte a las rentas salariales y a los beneficios empresariales. Claro está, a no ser que se prefiera que el ajuste se haga vía empleo. Y en particular sobre el más precario: el temporal. No estará de más recordar que mientras que el empleo indefinido aún crece un 2,6% anual, el eventual se ha desplomado un 8,1%, lo que refleja que el ajuste se está haciendo sobre la parte más débil de la cadena. Otro ejemplo de solidaridad social.

Resulta no menos increíble que la banca (siempre tan liberal y a favor del libre mercado) se dedique estos días a evitar la quiebra de las inmobiliarias o las constructoras en lugar de dejarlas caer, lo que favorecería una reducción de los precios de la vivienda y permitiría dar salida al enorme stock de pisos sin vender, aunque aumentara su tasa de mora, que le vamos a hacer. Porque demanda de pisos hay. Cada año se crean en España más de 400.000 hogares, pero los precios siguen siendo abusivos. Beatriz Corredor, la ministra de la Vivienda, tiene una buena oportunidad para decir a los banqueros que en lugar de engordar su cartera inmobiliaria saquen al mercado los pisos con el objetivo de reiniciar cuanto antes el ciclo inversor, aunque no puedan lucir durante varios trimestres unos beneficios tan abultados. Al fin y al cabo, el Estado ha sido generoso con ellos poniendo a su disposición 250.000 millones de euros para que puedan lamer sus heridas sin quebrantos de mayor cuantía.

El problema del paro es ya de tal envergadura que no es jugar al catastrofismo dar pábulo a quienes sostienen que, en el mejor de los casos, la tasa de desempleo española no volverá niveles europeos (en torno al 7%) hasta mediados de la próxima década. Tras la última recesión, fueron necesarios 13 años para que el paro bajara del 24,55% -alcanzado en el primer trimestre de 1994 (récord histórico)- al 7,95% (mínimo en la fase alcista del ciclo). Todo ello pese a que la economía creció durante el periodo por encima del 3,5%. Y hay que tener en cuenta que la mayoría de los analistas considera que el actual ciclo recesivo llevará el desempleo a tasas cercanas al 20%.

No parece, por lo tanto, el momento más idóneo para hacer discursos políticamente correctos que simplemente esconden la falta de temple político para manejar el conflicto social, algo consustancial al sistema político democrático. Por si a alguien le sirve, ahí va una receta del profesor Samuel Bentolila, del Banco de España, publicada en Sociedad Abierta, y en la que aboga por cerrar la brecha entre contratos fijos y temporales a cambio de mayores niveles de protección social. Es un buen guión para empezar.

*Paul Kennedy, Auge y caída de los Grandes Imperios, Mondadori Ediciones DeBolsillo. 

“…Pero terminé la niñez y caí en el mundo. Las gentes morían en torno mío y las casas se arruinaban. Como entonces me poseía el delirio del amor, no tuve una mirada siquiera para aquellos testimonios de la caducidad humana. Si había descubierto el secreto de la eternidad, si yo poseía la eternidad en mi espíritu, ¿Qué me importaba lo demás? Luis Cernuda. Escrito en el Agua.

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