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Palestina, una marioneta rota en manos de intereses cruzados
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Carlos Sánchez

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Palestina, una marioneta rota en manos de intereses cruzados

“Los judíos y los árabes tienen algo en común: ambos han sufrido en el pasado bajo la pesada y violenta mano de Europa. Los árabes han

“Los judíos y los árabes tienen algo en común: ambos han sufrido en el pasado bajo la pesada y violenta mano de Europa. Los árabes han sido víctimas del imperialismo, del colonialismo, de la explotación y la humillación. Los judíos han sido víctimas de persecuciones, discriminación, expulsión y, al final, el asesinato de un tercio del pueblo judío. (…) Algunos de los conflictos más terribles son aquellos que se producen entre dos víctimas de un mismo perseguidor. Los dos hijos de un progenitor violento no tienen por qué amarse necesariamente. Con frecuencia ven reflejada el uno en el otro la imagen del cruel progenitor”. Amos Oz. Discurso de entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2007.

La mentira, como arma política, es una herramienta formidable. No es de extrañar, por lo tanto, que se utilice con asiduidad en el debate público. Los casos son numerosos, pero tal vez merezca la pena detenerse en un gran embuste que se ha conocido hace pocas semanas tras la decisión del Gobierno nipón de desclasificar una serie de documentos oficiales sobre las relaciones entre Japón y China.

Esos documentos llevan fecha de 1965 y revelan que el primer ministro japonés de la época, el liberal Eisaku Sato, pidió a EEUU, en concreto a Robert McNamara -por entonces secretario de Defensa-, que replicase con armas nucleares en caso de una nueva guerra entre su país y China. Y que de haberse producido hubiera sido la tercera entre ambas naciones en medio siglo. El descubrimiento no habría tenido gran relevancia si no fuera porque Japón había sufrido veinte años atrás los rigores de la bomba atómica, lo que explica su participación activa en todos los acuerdos de no proliferación de armas nucleares. Pero llama poderosamente la atención el hecho de que el interlocutor de McNamara, el hombre que metió a EEUU de hoz y coz en el lodazal de Vietnam, fuera Eisaku Sato, galardonado una década después con el Premio Nobel de la Paz por su contribución al desarme nuclear (han leído bien). Exactamente igual que Arafat, Peres y Rabin veinte años más tarde, que recibieron el galardón tras los acuerdos de Oslo sobre Oriente Medio.

El ‘caso Sato’ -la utilización de la mentira como arma política- tiene mucho que ver con lo que sucede en la región desde hace 60 años, donde tirios y troyanos han convertido a la población palestina en rehén de sus propios infundios. En marionetas rotas de sus propias miserias intelectuales y de sus propios intereses económicos. Palestina es un lugar donde nada es lo que parece. Claro está, salvo el horror de la masacre que estamos viendo esos días por televisión. Y sufre cruelmente porque su territorio está incrustado en una zona vital para el planeta en términos energéticos, lo que explica su instrumentalización política para causas que no tienen nada que ver la creación de un Estado palestino.

Debilitar a Arafat

En unas ocasiones, Israel -con el respaldo de EEUU- ha alimentado a los grupos más radicales de la OLP para debilitar a Arafat y justificar ante la opinión pública los bombardeos, algo que explica el auge de fenómenos como Hamás. No estamos ante una maldad intrínseca del pueblo israelí, lo cual es falso, sino más bien ante una necesidad de sacar provecho a corto plazo de una determinada coyuntura política. Se trata de ese mismo Israel -democrático y respetuoso con los derechos civiles de sus ciudadanos- que con sus acciones indiscriminadas da alas a los radicales palestinos y convierte un problema territorial -de complejísima solución- en una cuestión vinculada al terrorismo internacional. La lectura, por cierto, que suele hacer la derecha más rancia de este país, que ve cualquier conflicto árabe en clave de violencia terrorista. Pero también del mismo Israel que es una amenaza para la región, pero no porque tire bombas, sino porque su sistema de libertades y de organización social democrática es un serio peligro para los dictadores de la zona.

En otras ocasiones, han sido los propios árabes los que han utilizado al pueblo palestino como parte de su estrategia política anti occidental, concepto que es consustancial a la existencia de naciones libres regidas por el Estado de derecho (con todas sus imperfecciones). Jeques y empresarios del petróleo han financiado a los movimientos más fanáticos para liquidar una OLP que nació laica y democrática -en particular Al Fatah, su principal facción- pero que progresivamente ha ido deslizándose hasta posiciones cada vez más fundamentalistas, en línea con las monarquías del Golfo, empeñadas en alejar al movimiento palestino de cualquier tentación ‘izquierdista’, aunque fuera a costa de abrazar el Islám más ortodoxo y fanático. Y para quienes su cínico apoyo tiene más que ver con una cuestión de imagen ante sus respectivas opiniones públicas -a los países árabes les une más su odio hacia Israel que su propio acervo cultural- que con un encendido apoyo a la causa palestina.

Esto puede explicar mejor que nada  que Hamás -alimentado por Siria e Irán- calificara a Arafat en su día como ‘traidor’ tras la firma de los Tratados de Oslo, abriéndose así una zanja que al cabo de los años cristalizó en una Palestina dividida, pero no sólo territorialmente, sino también ideológicamente. En un lado, los ‘radicales’ de  Gaza; en el otro, los ‘moderados’ de Cisjordania. Y entre ellos, no sólo la guerra fratricida, sino una maraña de intereses cruzados que impidan una solución justa al conflicto.

El trabajo sucio de Al Fatah

Para rizar el rizo, al propio rais le interesó en multitud de ocasiones la existencia de un movimiento como Hamás que hiciera el trabajo sucio que Al Fatah se negaba a realizar. Mirando para otro lado cuando Hamás sacrificaba  adolescentes atiborrados de bombas en un autobús de Tel Aviv. Después de cada barbarie, Arafat aparecía ante la opinión pública mundial, como  un líder moderado que necesariamente tenía que jugar el papel de interlocutor clave de las grandes potencias. Cultivaba, de esta manera, en medio de la corrupción y de la ineficacia de su administración, su estatus de padre de la nación palestina, siendo recibido con honores de jefe de Estado. Presionando, al mismo tiempo, a Israel en aras de lograr sus justas reivindicaciones: la existencia de un Estado palestino, para lo cual es inevitable que Israel abandone los territorios ocupados.

Pero Arafat, que era un camaleón político, actuó en la mayoría de las ocasiones al albur de su propia conveniencia política. Como se sabe, tenía una capacidad proverbial para modular sus discursos en función del auditorio. De la ‘paz de los valientes’ pasaba casi sin solución de continuidad a atizar la yihad contra el invasor hebreo, entendido este fundamento del Islám como guerra santa y no como un esfuerzo en el camino hacia Alá, que es como recoge el Corán este compromiso de los creyentes. Hablamos, no hay que olvidarlo, del mismo Arafat que cometió un error estratégico incalculable cuando colocó a la OLP al lado de Sadam Hussein tras la invasión de Kuwait dando lugar a la primera guerra del Golfo. De nuevo, Palestina en manos de intereses cruzados.

La utilización de Palestina como marioneta política no es un fenómeno nuevo. En los años 30, el primer ministro egipcio Ismail Sadqi instrumentalizó y financió  a los Hermanos Musulmanes contra Occidente. Y son ahora los Hermanos Musulmanes de Egipto los que colaboran con Hamás a través de la frontera de Gaza, además de darles soporte ideológico y cobertura militar en el sur del Líbano.

Pero es que medio siglo después, sucedería algo parecido. En los ochenta, EEUU financió y organizó a los muyahidin afganos que combatían en Afganistan contra la Unión Soviética en una guerra de desgaste sin igual. Una guerra de ‘liberación’ protagonizada, precisamente,  por los mismos afganos que hoy se levantan en armas contra EEUU y sus aliados, entre ellos España.

Al final, lograron expulsar a los soviéticos, por cierto los mismos que en la década de los sesenta alimentaban a los palestinos a través de sus generosas ayudas al Egipto de Gamal Abdel Nasser, su aliado en la zona y su mejor cliente armamentístico. Y en medio de todos ellos, el pueblo palestino, expulsados de Jordania, de Líbano… ¿También de Gaza?

No estará de más recordar lo que decía Amos Oz en Oviedo hace poco más de un año:

“Exactamente así es la situación entre judíos y árabes en Oriente Medio: mientras los árabes ven en los israelíes a los nuevos cruzados, la nueva reencarnación de la Europa colonialista, muchos israelíes ven los árabes la nueva personificación de nuestros perseguidores del pasado, los responsables de los progroms y los nazis

“Los judíos y los árabes tienen algo en común: ambos han sufrido en el pasado bajo la pesada y violenta mano de Europa. Los árabes han sido víctimas del imperialismo, del colonialismo, de la explotación y la humillación. Los judíos han sido víctimas de persecuciones, discriminación, expulsión y, al final, el asesinato de un tercio del pueblo judío. (…) Algunos de los conflictos más terribles son aquellos que se producen entre dos víctimas de un mismo perseguidor. Los dos hijos de un progenitor violento no tienen por qué amarse necesariamente. Con frecuencia ven reflejada el uno en el otro la imagen del cruel progenitor”. Amos Oz. Discurso de entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2007.

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