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Para qué necesitamos a Dios si tenemos a Teddy
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Carlos Sánchez

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Para qué necesitamos a Dios si tenemos a Teddy

Paradojas de la vida. Hace algunas décadas la Escuela de Fráncfort lanzó un furibundo ataque contra la mercantilización de la cultura. Adorno, Marcuse o Horkheimer  reprochaban

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Paradojas de la vida. Hace algunas décadas la Escuela de Fráncfort lanzó un furibundo ataque contra la mercantilización de la cultura. Adorno, Marcuse o Horkheimer  reprochaban la creación de cultura a partir de sistemas de producción capitalistas basados en la división del trabajo.

Adorno sostenía que los medios de comunicación de masas (ahí está el repugnante ‘caso Murdoch’) son instrumentos de alienación cultural que “tienden a crear reacciones automatizadas y amortiguan la respuesta individual”, mientras que Horkheimer alertaba sobre las consecuencias ideológicas de una cultura “estandarizada y producida en función de criterios económicos al margen de normas estéticas”.

Tanta facundia iluminó durante años a buena parte de la izquierda española, pero hubo un momento en el que alguien debió pensar que bastaba de monsergas. Y aquí está la paradoja. Fue entonces cuando Teddy Bautista decidió construir a partir de la SGAE un potente motor de la actividad cultural, aunque conservando, al mismo tiempo, esa imagen alternativa y anticapitalista heredera de la Escuela de Fráncfort. Aquel espíritu que iluminó los movimientos contraculturales de los años 60, con Marcuse como icono del cambio social.

Bautista hizo esta mutación, desde luego, con un argumento sólido y formalmente impecable: la necesidad de dignificar la propiedad intelectual. Un esfuerzo sin duda necesario en un país acostumbrado a despreciar tanto la propiedad privada como la pública mediante la socialización de pérdidas.

Tanto cambiaron los impulsores de la nueva criatura que la ‘E’ de España se le cayó a la SGAE a mediados de los 90, cuando los editores se incorporaron a la organización. La SGAE es hoy la Sociedad General de Autores y Editores. Había nacido el sindicato vertical de la cultura. Empresarios y profesionales de la creación unidos con un solo objetivo: recaudar

El empeño tuvo su recompensa. La SGAE pasó de ser una reliquia de los tiempos de Arniches y Ruperto Chapí a un formidable emporio puesto a disposición de los creadores. Pero en el camino, Teddy y los suyos mudaron de piel, aunque formalmente y de cara a la galería seguirían siendo herederos de esa visión romántica y un tanto ácrata de la cultura.

Tanto cambiaron los impulsores de la nueva criatura que la ‘E’ de España se le cayó a la SGAE a mediados de los 90, cuando los editores se incorporaron a la organización. La SGAE es hoy la Sociedad General de Autores y Editores. Había nacido el sindicato vertical de la cultura. Empresarios y profesionales de la creación unidos con un solo objetivo: recaudar. Aunque fuera a costa de convertir la cultura en una caja registradora. Eso sí, sin perder la imagen bohemia y un pelín antisistema.

La verdad revelada

Es conmovedor, en este sentido, leer el Auto del juez Ruz cuando narra cómo algunos de los detenidos tienen residencia en las mejores calles del Barrio de Salamanca, aunque las vacaciones las hagan en casoplones de los Caños de Meca, donde sin duda hay buen rollito.

Tanta abundancia de recursos económicos hizo creer a muchos que el antiguo líder de Los Canarios era una especie de verdad revelada. Hasta el punto de que se le podría aplicar aquello que dijo el New York Times del anterior presidente de la Reserva Federal: “Para qué necesitamos a Dios si tenemos a Greenspan”.

Teddy Bautista es, sin duda, el Dios de la recaudación; pero, como diría Adorno, ha acabado por convertir a la SGAE en lo peor de ese capitalismo del que recela. De ese capitalismo  que algunos artistas deprecian en público, aunque tributen fuera de España. La SGAE es hoy un reino del amiguismo en el que se ha confundido una noble tarea -el reconocimiento de la propiedad intelectual- con la creación de un lobby cultural basado en el clientelismo político, lo que ha acabado por expulsar a muchos creadores de un coto privado vedado a la crítica y a la tolerancia intelectual. Apenas el 2% de los socios votaron en las últimas elecciones.

Lo peor, con todo, es que esa identificación de la SGAE con el mal ha acabado por arrastrar la propia imagen de la cultura, que hoy muchos ven como una industria parasitaria del Estado

Tanto sectarismo, y aquí está el problema, explica que hoy en España se vea a la SGAE como una organización tramposa que distribuye de forma arbitraria sus recursos entre los autores. O mejor dicho, entre determinados autores.

Lo peor, con todo, es que esa identificación de la SGAE con el mal ha acabado por arrastrar la propia imagen de la cultura, que hoy muchos ven como una industria parasitaria del Estado, que diría el juez Ruz. La aversión de muchos ciudadanos hacia el mundo de la creación explica, sin lugar a dudas, que en España todavía se vea como un acto lícito la piratería de la propiedad intelectual. Precisamente por esa falta de credibilidad de las entidades de gestión de derechos.

A la cabeza de ellas, la SGAE, convertida por Bautista y los suyos en una suerte de sindicato tramposo que ha confundido cultura con la recaudación. Haciendo buena aquella frase que le gustaba decir a Jorge Semprún: ‘Oyen hablar de cultura y se echan la mano a la cartera’.

Es lo que pasa cuando aprendices de brujo se meten a capitalistas, aunque luego se reniegue del libre mercado y de la competencia. Ese es, probablemente, el pecado sin posible redención de Bautista. Haber degradado la palabra cultura hasta límites insoportables por haber querido instrumentalizarla con fines sectarios. Al final, y aquí está el fondo del problema, ni hay industria cultural ni la cultura ocupa un papel relevante en la sociedad. La cultura se ve hoy como un territorio de subvenciones sin ninguna influencia en la cosa pública, lo que sin duda empobrece a un país huérfano de ideas. Ése es el error Bautista.

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Paradojas de la vida. Hace algunas décadas la Escuela de Fráncfort lanzó un furibundo ataque contra la mercantilización de la cultura. Adorno, Marcuse o Horkheimer  reprochaban la creación de cultura a partir de sistemas de producción capitalistas basados en la división del trabajo.

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