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Las malas (y nocivas) compañías de Rajoy
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Carlos Sánchez

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Las malas (y nocivas) compañías de Rajoy

Sostenía el conde de Romanones que en España, para triunfar en política, “basta con ser alto, abogado y tener buena voz”. Y el tiempo le ha

Sostenía el conde de Romanones que en España, para triunfar en política, “basta con ser alto, abogado y tener buena voz”. Y el tiempo le ha dado la razón. Salvo Leopoldo Calvo-Sotelo, todos los presidentes de Gobierno de la democracia (algunos altos y todos con buen pico) han sido licenciados en derecho, como Mariano Rajoy.

Tal vez por eso, los gobiernos legislan y legislan sin pensar que tanta hemorragia legislativa sólo conduce a la zozobra y al incumplimiento de las propias normas. Se confunde hacer política con aprobar leyes, que no es exactamente lo mismo. E incluso Zapatero, como un vulgar leguleyo, ha confundido aprobar cientos de medidas aisladas e inconexas para encarar la crisis con hacer política económica, lo cual es simplemente ridículo. Como decía Francisco Silvela, España ha perdido el pulso, y eso no se soluciona sólo con leyes. Y menos a golpe de decreto-ley. El bochorno que supone meter a España en el ‘escudo’ antimisiles de EEUU sin un debate parlamentario es digno de pasar a la historia de la infamia democrática.

El origen de ese vicio probablemente arranque de las Cortes de Cádiz. El historiador y periodista Fernández Almagro constató que la Constitución de 1812 fue redactada por 97 representantes de la Iglesia, ocho títulos del Reino vinculados a la Corona, 37 militares, 16 catedráticos, 60 abogados, 55 funcionarios públicos, 15 grandes propietarios, nueve marinos, cinco comerciantes, cuatro escritores y dos médicos. La composición no reflejaba en absoluto la España real de entonces, y ello explica en parte el devenir histórico de este país durante los últimos doscientos años. En las célebres cortes gaditanas, no estaban representados ni los pequeños propietarios ni los jornaleros ni los arrendatarios.

El hecho de que sólo cinco redactores de la Constitución de 1812 fueran comerciantes frente a 60 abogados o 55 funcionarios refleja hasta qué punto la cosa pública se ha dejado en manos de una clase política ajena al país real. Ésta es, sin lugar a dudas, la primera tentación que acechará a Mariano Rajoy si gana las elecciones. El líder del PP corre el peligro cierto de rodearse de mediocres cuyo único mérito es hacer buena aquella célebre frase de Cela: ‘En España, quien resiste gana’. Y lo cierto es que hoy los partidos están bien nutridos de arribistas de culo de hierro sin voz propia en el parlamento y fuera de él.

Su primer objetivo debe ser, por lo tanto, abrir el Gobierno a la sociedad contratando a profesionales con ideas propias o empresarios que hayan creado empleo y conozcan el valor del esfuerzo. Entre otras cosas porque de esta manera tendrá margen de maniobra  para atar en corto a esos caciques de nuevo cuño que son los barones regionales.

Independientes en puestos clave

Hay quien sostiene que Rajoy ya ha decidido rodearse de independientes para ocupar algunos puestos clave de la administración. Precisamente, para blindarse ante los líderes autonómicos con capacidad malsana para intrigar en la maquinaria interna del Partido Popular. Pero sólo si Rajoy consigue no sucumbir ante la estructura territorial del partido, podrá reformar el modelo de financiación autonómica, en última instancia el origen de la insuficiencia financiera de ayuntamientos y comunidades autónomas.

Cuando una administración recauda (el Estado) y otra gasta (los entes territoriales) sólo cabe  esperar un desastre financiero como el actual. Y sin duda que Rajoy corre el peligro de caer atrapado por particularismos y localismos que chocan contra los intereses del país en materias clave como la educación, la sanidad o el papel de las televisiones públicas. Desde luego que no se trata de instaurar una especie de centralismo de nuevo cuño o acabar con el Estado de las autonomías. Es simplemente poner orden en tanto desconcierto y caos institucional.

Hay quien sostiene que Rajoy ya ha decidido rodearse de independientes para ocupar algunos puestos clave de la administración. Precisamente, para blindarse ante los líderes autonómicos con capacidad malsana para intrigar en la maquinaria interna del Partido Popular

Oxigenar y airear la vida política de tanto olor a naftalina con la entrada de independientes y de representantes reales de la sociedad -imprescindible leer el discurso de Steve Jobs en la universidad de Stanford- es, sin duda, necesario. Y hasta indispensable. Aunque insuficiente si el nuevo Gobierno no acaba con uno de los pecados capitales de la política española: el sectarismo. Tanto en la derecha como en la izquierda. En un país acostumbrado a arrastrarse ante los poderosos, y ahí están los principales medios de comunicación para explicarlo cada día, no le van a faltar a Rajoy los aduladores y serviles cuyo mayor mérito es aparecer como los guardianes de las esencias conservadoras. Esas ‘manadas de hombres’, que decía Galdós, ‘que no aspiran más que a pastar en el presupuesto’.

Lo que sólo es bueno para unos pocos casi nunca es bueno para el país. Y de ahí la necesidad de que el próximo Gobierno se aleje de los grupos de presión y de los lobbies. Pero también de los apocalípticos y revolucionarios de mesa camilla (en realidad son reaccionarios) que viven instalados en una suerte de derrotismo histórico y que recuerdan aquello que decía Baroja de España: “el vino es gordo, la carne es mala, los periódicos aburridos y la literatura triste”.

Sin embargo, como le gusta repetir a Cristóbal Montoro –bien colocado para ser el próximo ministro de Economía-, España es un país con 18 millones de ocupados, casi 28.000 dólares de renta per cápita y una gran empresa internacionalizada y solvente. Y ese es el mejor salvoconducto -con la generación mejor formada de su historia- para salir de la crisis. Aprovechar ese ingente caudal es el reto, lo que sin duda pasa porque el nuevo Gobierno se aleje de dogmatismos e intransigencias ideológicas que tanto daño han hecho y que son incompatibles con la libertad.  

Y el dogmatismo aparece cuando se tiene una determinada idea de España excluyente o, incluso, intolerante que desprecia la creciente complejidad de la sociedad. Una idea de España basada en rancios apriorismos y en lugares comunes que olvida que las naciones más avanzadas son, precisamente, las que son capaces de integrar lo mejor de los sistemas económicos una vez que han muerto las certezas absolutas. Los límites entre izquierda y derecha son cada vez más difusos. Así es como se ha construido el Estado de bienestar en Europa sin que la alternancia política -más allá de lo razonable- ponga en cuestión el modelo.

Lo que sólo es bueno para unos pocos casi nunca es bueno para el país. Y de ahí la necesidad de que el próximo Gobierno se aleje de los grupos de presión y de los lobbies. Pero también de los apocalípticos y revolucionarios de mesa camilla (en realidad son reaccionarios) instalados en una suerte de derrotismo histórico y que recuerdan aquello que decía Baroja de España: “el vino es gordo, la carne es mala, los periódicos aburridos y la literatura triste”

No le van a faltar a Rajoy quien le diga que lo mejor es hacer política de tierra quemada y a costa de las cenizas del adversario político, lo cual sería una catástrofe en un país necesitado de consensos y de gobernantes que gobiernen para todos y no para minorías. Por muy mayoritarias que sean electoralmente.  Capaces de limitar la creciente desafección ciudadana por la cosa pública. Y de políticos con profundidad de pensamiento acostumbrados al trabajo intelectual y no a la rutina de las inauguraciones y de la presencia pública. Algún día habrá que instaurar la obligación legal bajo pena de excomunión política a los gobernantes que no pasan varias horas al día en su despacho simplemente pensando o trabajando con sus colaboradores.

Se trata de que el PP se instale definitivamente en ese centro político ‘amplio y difuso’, como lo llama Daniel Innerarity, una vez que el tándem Zapatero-Rubalcaba  ha renunciado voluntariamente a hacerlo llevando a su partido a una posición cada vez más cerril, demagógica y sectaria. Al fin y al cabo, un líder eficaz que hace bien su trabajo no es alguien a quien le admiran los ciudadanos, es simplemente alguien que te convence para hacer lo que hay que hacer.

Mariano Rajoy