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Carlos Sánchez

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El día en que Rajoy salió por televisión

A la gran mayoría de los españoles, los nombres de José Antonio Novais y de Thierry Maliniak no les dirá absolutamente nada. Pero hubo un día

Ambos eran, por decirlo de alguna manera, los ‘ojos de España’ en un país cerrado y acartonado en el que toda información necesariamente tenía que pasar los filtros de la censura. De hecho, hasta los propios españoles inquietos con lo que sucedía en su país, se veían obligados a comprar Le Monde para enterarse de lo que pasaba dentro, algo que explica la importancia que en su día tuvieron periodistas como Novais y Maliniak.

Es evidente que ahora no hay censura, por lo menos en los términos clásicos de esta abyecta figura; pero una vez más este país tiene que enterarse de lo que pasa dentro por informaciones o incluso decisiones que se toman fuera de nuestras fronteras y no dentro. El último caso ha sido el de la recapitalización bancaria, negada durante años por las autoridades económicas, aunque al final se ha impuesto la cordura por la vía de los hechos consumados.

Ahora no hay censura, por lo menos en los términos clásicos de esta abyecta figura; pero una vez más este país tiene que enterarse de lo que pasa dentro por informaciones o incluso decisiones que se toman fuera de nuestras fronteras y no dentro. El último caso ha sido el de la recapitalización bancaria

En cualquier otro país, los directivos del banco central hubieran tenido que dimitir en bloque ante tanta dejación de funciones. El regulador ha dicho por activa y por pasiva que la banca no tenía necesidades adicionales de capital, pero la realidad se ha impuesto, y al final ha tenido que ser Europa, de nuevo Europa, la que ponga las cosas en su sitio. Dejando al supervisor Roldan y a su jefe de filas, Fernández Ordóñez como Cagancho en Almagro.

La España de cartón piedra

No es desde luego la única vez que sucede. Todo el mundo recuerda que Zapatero se negaba a hacer un ajuste del gasto público pese a que el déficit era simplemente insostenible. Como se sabe, en los primeros días de mayo de 2010, la Unión Europea puso pie en pared y dijo basta. Y de ahí nacen decisiones de tanta transcendencia como la reforma de las pensiones o la reducción de los salarios públicos. De nuevo, como en la Dictadura, este país tuvo que enterarse de cómo estaban las cosas dentro (al menos una parte de la opinión pública) por lo que le llegaba de fuera. La España de cartón piedra que le gusta dibujar a Zapatero era, en realidad, sólo una entelequia. Una vana ilusión que hace buena esa idea que expresaba Harold Pinter: “Los políticos no están interesados en la verdad, sino en el poder y en cómo conservarlo”.

Fue también la prensa anlosajona, tan denostada entonces por el iracundo presidente de Seopan, David Taguas, la que alertó durante años de que en España había una burbuja inmobiliaria de tomo y lomo. Pero como aquí somos como somos, la España oficial cargaba contra el FT y el WSJ por decir esas cosas. Igual que debía hacer el propio Franco cuando hablaba del contubernio judeo-masónico. En las noches de luna llena todavía resuenan en las paredes de Moncloa los alaridos de David Taguas jurando en arameo y despotricando contra la prensa anglosajona por poner en duda la solvencia del ‘ladrillo’ español. Aunque hay que reconocer en su favor que, al menos, el lugarteniente de Sebastián logró un puesto en la patronal de la construcción. Trabajo bien hecho.

Europa fue también la que obligó a España a ajustar su economía tras la adhesión a la antigua CEE, y sin duda que gracias a ello, se pusieron las bases de la posterior mejora de este país en bienestar social durante el último cuarto de siglo. Y ha sido también Europa la que ha obligado a cambiar la Constitución, convertida por los partidos mayoritarios durante años en lo más parecido al brazo incorrupto de Santa Teresa. Se mira pero no se toca.

Gobernantes inmaduros

Lo sorprendente del caso es que esta estrategia de mirar hacia otro lado cuando hay un problema no obedece a ninguna posición ideológica sólida en defensa de una determinada política económica. Lo cual sería legítimo y hasta coherente. Al fin y al cabo, son los ciudadanos españoles los que eligen a sus representantes políticos y no a los burócratas de Bruselas. Y cada partido tiene derecho a pensar como quiera.

Muy al contrario, esa estrategia tiene que ver con la existencia de unos gobernantes que se comportan de forma inmadura, sin duda la principal patología de nuestro tiempo en términos políticos. Los gobiernos, ya sean locales, autonómicos o de la administración central, se han acostumbrado a no decir la verdad  objetiva de los hechos. Y si alguien lo hace es acusado inmediatamente de antipatriota. Y así es como se ha construido una inmensa mentira que sólo retrasará la salida de la crisis.

No estaría de más que el próximo presidente del Gobierno, antes de aprobar ninguna ley, haga algo mucho más sencillo y barato. Y que además lleva poco tiempo. Aparecer en televisión a la hora de máxima audiencia, como hizo hace muchos años Fuentes Quintana, y decir la verdad objetiva sobre cómo está el país. Con cifras y letras. Sin farfolla

Hace unos días, y con buen criterio, el ex ministro socialista García Vargas se quejaba amargamente de que incluso en los años de bonanza económica, las administraciones públicas pagaban a las empresas farmacéuticas y proveedores de servicios sanitarios con retraso de más de 200 días (ahora son más de 400), pero se veía con naturalidad esa demora. Nadie protestaba porque había negocio para todos. Ahora que no lo hay, todo el mundo quiere cobrar antes, pero ya es tarde. No hay dinero. Aquella mentira ha calado tan hondo que hoy se ve con naturalidad que el sector público o incluso el privado no pague sus deudas.O que lo haga con tanto retraso que destruya el tejido productivo.

Esto sólo demuestra que la contabilidad se ha convertido en una arquitectura hueca por falta de valentía de los gestores a la hora de decir la realidad de las cosas. Y es muy posible que en un futuro inmediato tenga de nuevo que ser Europa quien saque a España de la mentira con efectos balsámicos en la que vive. Hoy el sistema sanitario es simplemente insostenible, y cuanto antes se hagan las reformas, mejor. No para reducir el nivel de prestaciones, sino, por el contrario, para garantizarlas a medio y largo plazo, que en última instancia es lo que diferencia a un político con sentido de Estado de un juntaleyes. Y qué decir del sistema tributario, a quien el dinero negro se le escapa a borbotones mientras crece el paro de forma exponencial. Algún día un futuro Gobierno económico europeo obligará a la Agencia Tributaria a hacer su trabajo.

No estaría de más, por eso, que el próximo presidente del Gobierno -da la sensación que Rajoy- antes de aprobar ninguna ley haga algo mucho más sencillo y barato. Y que además lleva poco tiempo. Aparecer en televisión a la hora de máxima audiencia, como hizo hace muchos años Fuentes Quintana, y decir en quince minutos la verdad objetiva sobre cómo está el país. Con cifras y letras. Sin farfolla y sin anestesia. Así de fácil. El pueblo y, en particular, los cinco millones  de parados, se lo agradecerán.

Ambos eran, por decirlo de alguna manera, los ‘ojos de España’ en un país cerrado y acartonado en el que toda información necesariamente tenía que pasar los filtros de la censura. De hecho, hasta los propios españoles inquietos con lo que sucedía en su país, se veían obligados a comprar Le Monde para enterarse de lo que pasaba dentro, algo que explica la importancia que en su día tuvieron periodistas como Novais y Maliniak.

Mariano Rajoy