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¿Y si Zapatero no ha existido y todo es una pesadilla?
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Carlos Sánchez

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¿Y si Zapatero no ha existido y todo es una pesadilla?

Estar en la oposición debe ser duro. Pero todavía más si quien está en el Gobierno (Rubalcaba) se comporta como si estuviera en la oposición. O

Estar en la oposición debe ser duro. Pero todavía más si quien está en el Gobierno (Rubalcaba) se comporta como si estuviera en la oposición. O si durante un debate televisivo clave para el resultado electoral, el candidato socialista se convierte en simple opositor (en el sentido académico del término) ante un Rajoy con pinta de rancio profesor que no pasa ni una. Siempre distante y regañado con la cámara, pero con un aliado imbatible: la situación económica. Así se las ponían a Felipe II.

 

Es lo que tiene una democracia como la española, en la que alguien que ha estado comprometido de hoz y coz con el Gobierno de Zapatero durante casi ocho años, se presenta ahora ante la opinión pública como si los cinco millones de parados no fueran con él. O si la quiebra del sector público no tuviera que ver con la política económica practicada. O si el hecho de que las desigualdades sociales hayan crecido en los últimos años, fuera algo ajeno al Gobierno. Pero el colmo nace cuando ese mismo candidato no dice ni una palabra a favor del Ejecutivo del que ha formado parte durante dos legislaturas, lo que refleja un cierto comportamiento bipolar. O si el vicepresidente primero que formó parte del Consejo de Ministros que aprobó el calendario de consolidación presupuestaria dice ahora que ‘no vale’, que ahora hay que es esperar a 2015 para alcanzar un déficit del 3% del PIB.

Ese el pecado original del debate de ayer en el caso de Rubalcaba. El pasado importa. Y mucho. Sobre todo en política. Y si no vale, se está ante un inmenso fraude electoral. Y por eso es de aurora boreal que Rubalcaba planteara el debate como un juicio de intenciones sobre qué haría el ‘presidente Rajoy’ si llega  la Moncloa. Hasta el extremo de acusar al líder del PP de impulsar el llamado ‘modelo austriaco’ de protección del desempleo, rescatado, precisamente, por el actual Gobierno en la última reforma laboral.

Vuelve la Inquisición

El líder socialista, convertido en una especie de Torquemada de las ideas políticas, juzga intenciones y sospechas, aunque lleguen publicadas en algo tan sólido como lo que dice un periódico argentino. Una especie de auto de fe en el plató de la Academia. Y así es como Rubalcaba llega a la conclusión de que se puede pecar por obra, pero también por omisión. Como la Inquisición. Y eso explica su obsesión por leer de forma torticera el deliberadamente ambiguo programa electoral del Partido Popular.

Un programa, por cierto, tan falso como la ‘falsa monea’, precisamente por esa ausencia de sinceridad que gastan los líderes políticos. Y de la que Rajoy no se salva. ¿Por qué no dice lo que piensa hacer con el desempleo? O qué reforma laboral va a implementar. O qué hacer para moderar el gasto sanitario más allá de meras obviedades. Nadie dice nada por miedo a perder votos, y por eso los debates se conviertan en un juego florido de palabras, sin compromisos concretos más allá de asuntos menores que desde luego son insuficientes para salir de la crisis. No hay más que revisitar el celebrado hace cuatro años. ¿Qué queda de aquel debate?

El resultado es humo. Mucho humo a mayor gloria del espectáculo televisivo. Dando la falsa impresión de que estamos ante dos partidos radicalmente antagónicos y hasta enfrentados. Falso. Ninguno habla de modificar el sistema electoral y los dos han sacado una reforma constitucional que obliga al equilibrio presupuestario. Y todo el mundo sabe que cualquier reforma de la arquitectura institucional del Estado pasa por un pacto a dos.

Pensar que el próximo Gobierno tendrá margen de maniobra para hacer políticas autónomas del mandato de la UE y del FMI es simplemente absurdo. Y pensar, como aparenta Rajoy, que estamos ante un problema que se supera sólo con recetas económicas de menor calado, no ayuda a la credibilidad del sistema político. Un debate, en definitiva, sin alma y sin corazón. Y sin emociones o ironía. ¿Habrá perdido este país el sentido del humor?

Estar en la oposición debe ser duro. Pero todavía más si quien está en el Gobierno (Rubalcaba) se comporta como si estuviera en la oposición. O si durante un debate televisivo clave para el resultado electoral, el candidato socialista se convierte en simple opositor (en el sentido académico del término) ante un Rajoy con pinta de rancio profesor que no pasa ni una. Siempre distante y regañado con la cámara, pero con un aliado imbatible: la situación económica. Así se las ponían a Felipe II.